Conocí a Blanca de la Cruz en 2010. Acababa de pasar dos años en cama tras renunciar a una beca Erasmus e intentaba entender su vida sin el ballet, aceptar el duro golpe que el destino le estaba asestando. Ya entonces, me maravilló su enorme fuerza y esas increíbles ganas de enfrentar el cansancio y el dolor sin perder la sonrisa en ningún momento, esforzándose por que en su entorno nadie sufriera por ella. Un lustro después, esa misma actitud positiva ha hecho que Blanca siga superándose y que muchas de las metas que se ha marcado se hayan hecho realidad. Dicen que la cara es el espejo del alma. La de Blanca no deja duda de cómo es ella.