Como mandan los cánones, la travesía del puente de la Constitución desemboca directamente en la Navidad, pasando al final del túnel por la fiesta de la Inmaculada, que es la fecha adecuada para sacar el belén del trastero. Como puede comprobarse, la fecha en la que España conmemora su Constitución es, aunque se deba a una coincidencia, el pórtico de entrada a la celebración social de trasfondo, sentido, fecha y hasta ubicación religiosa, sin que por ello sea necesario llevar a casa a un concejal para que bendiga el Nacimiento. Viviremos ahora los famosos días del "feliz Navidad" y los buenos deseos, de la Lotería sentimental y de los anuncios de Ikea calculados para hacer llorar a los padres de intenso remordimiento. Cristianos o no cristianos, es lo que toca por estos lares. Son las contradicciones de una sociedad vieja como la nuestra, cargada de historia y a la que le encanta sumarse a la fiesta y al símbolo sin importarle, mezclando la tradición cristiana con la simbología pagana y las comilonas, que valen para todo.

Lo dicho, que entramos directamente en la fase extremista. Córdoba está entera llena de comidas de empresa --parece que se anima el consumo, será por lo que ha dicho Mariano Rajoy del final de la crisis, o será porque de perdidos, al río--, de amigos, de familias y de celebraciones. Por suerte, no es tanta la ceguera de la población, y al mismo tiempo se ha disparado la llamada solidaridad alimenticia, que empezó con la gran recogida de alimentos y continúa con todo tipo de iniciativas que incluyen, menos mal, juguetes y libros.

Y, con tanto acontecimiento, entramos en la fase máxima de la ciudad portátil. Por una parte, los tradicionales veladores han dejado atrás ese verano que llegó hasta noviembre y son ya todos como jaimas del desierto en plena calle, con las avenidas llenas de cucuruchos de plástico para refugio de esos fumadores que no le ven sentido ni al café ni a la cerveza si no lo acompañan del cigarro. Ciudad portátil o tubular, salvadora del sector hostelero y máxima irritación del transeúnte, completada en su objetivo de rellenar a tope el espacio urbano disponible con un bulevar del Gran Capitán que es un desafío auténtico. No lo han incluido ni el Compraman ni la Comprawoman en su campaña, pero deberían dar un premio a la persona humana capaz de atravesar la avenida sin pisar un cable o tropezar con un tablón. Benditos niños que de mayores recordarán las luces, la música y los ruidos, mientras que sus padres, ya abuelos, tendrán en la memoria sus pies pisoteados. Y si alguien quiere sentarse en un banco, que se vaya a un parque.

Más ciudad portátil en los puestos--casitas, que han colocado en la plaza de Las Tendillas para la venta navideña. Al menos no son feas. Si se suma la macro carpa de Uvaco, la pista de hielo delante de la estación de ADIF y los numerosos mercadillos solidarios y lucrativos se puede concluir que Córdoba ha multiplicado sus metros cuadrados de uso útil, y solo queda la esperanza de que a partir del 6 de enero la mitad de este desvarío se marche junto con los turrones y los mantecados.

Y es que perdonen ustedes, pero con tanto trasto en la vía pública no me han quedado fuerzas para comentar la alegría del veinte aniversario de la declaración del casco histórico como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, ni las obras en las plazas, fuentes y calles del centro que está haciendo el Ayuntamiento, ni el espectáculo 3D de La Corredera, ni los presupuestos de la Junta de Andalucía que todavía anda explicándolos el PSOE, ni las elecciones del Colegio de Abogados, ni lo bonitos que están los patios por Navidad.