¿Qué es la vida sino una sucesión de caídas de mayor o menor intensidad en la que poco a poco aprendes a levantarte? Marcos Vázquez siempre fue uno de esos seres curiosos, un amante del riesgo y de la velocidad, un culillo de mal asiento. La mayoría de sus recuerdos de infancia transcurren sobre una bicicleta. "Mi tío Bartolo me llamaba Diego Puerta, por el torero, como él yo siempre estaba herido", cuenta entre risas.

"De pequeño era un trasto, siempre muy activo, me escapaba, me escondía para que me buscaran, me echaban del colegio y no quería estudiar, los libros me han empezado a gustar de mayor", explica sin remilgos. Cuando creció, cambió su bicicleta por una moto y empezó a competir. "Corría en motocross y en carreras de velocidad", recuerda. Con solo 16 años, se puso a trabajar y a estudiar a la vez. "Me metí a hacer una FP de Electrónica y arreglaba las máquinas recreativas, los flippers, los videojuegos... de los bares, se me daba bien". También trabajó como encargado de compras en Ibertécnica. Casi una década. Y montó algunos pubs. "Era una forma de sacar dinerillo y también de ligar (ríe), no hay nada mejor que estar detrás de una barra para eso", bromea recordando viejos tiempos.

Vivió intensamente su primera juventud, viajó, conoció a chicas, casi voló con las motos... Hasta que un domingo soleado de junio, con 27 años, sufrió un accidente con su Kawasaki 600. Aquel día empezó su segunda vida. "No venía de marcha, salí a dar una vuelta de mañanita, pero en la N-432 se me cruzó un tractor y al esquivarlo me estrellé con un olivo". Se recuerda tirado en el suelo, pidiendo agua y presintiendo que algo iba mal porque el cuerpo no le respondía. "Me desperté en el hospital de Toledo veinte días después con una lesión tetrapléjica que afectaba a cuatro miembros". Lo primero que hizo, relata, "fue llamar al psicólogo y a partir de ahí pasé un año cogiendo moscas, intentando asimilar lo que había pasado...". Encajar el golpe no es posible desde la razón, asegura. "La parte psicológica es más dura que la física, pero es tu cerebro quien por puro instinto de supervivencia te guía y te hace encontrar la forma de volver a empezar". Consciente de sus limitaciones, ha aprendido que no es el único que las tiene, que todo el mundo arrastra las suyas. "Hay muchas formas de discapacidad, algunas son invisibles pero están ahí, todos necesitamos ayuda de los demás", explica mientras apaga un cigarrillo.

"La aseguradora fue la única que me dio la espalda"

Cuando sufrió el accidente, su vida se removió como en un terremoto y no le quedó otra que apoyarse en la familia, los amigos y en su pareja de entonces. Todos le tendieron la mano. "La aseguradora fue la única que me dio la espalda", explica, "yo era de Mapfre y el hombre del tractor también, el proceso se alargó, al otro lo hicieron polvo, le obligaron a decir lo que no era, y a mí me también, ellos siempre juegan con ventaja, no tienen prisa y tú sí". Después de cuatro años "soportando artimañas que prefiero no recordar", acabó por coger lo que le daban, "la mitad de lo que habría recibido si hubiera tenido tiempo y dinero para aguantar".

Cerrado ese capítulo, se compró un ordenador y un par de libros de informática y se puso a estudiar. "A aprender, quiero decir, estudiar me suena a exámenes", corrige. Dos años más tarde, montaría con un socio una empresa de impresión digital. "Aquello duró diez años hasta que en 2008 la crisis nos barrió, perdí mi casa y otra vez volví a caer, no solo en lo profesional sino en lo personal". Arruinado, se fue a vivir con su madre ("las madres son lo más fuerte, lo más sabio, saben lo que sientes, cómo estás y cómo vas a estar, son las que mueven el mundo, el único amor incondicional"). Y volvió a inventarse a sí mismo otra vez. Cuando le pregunto si se arrepiente de cosas, asiente sin dudar. "Cambiaría muchas cosas, eso de no arrepentirse de nada me parece una estupidez, yo todos los días hago cosas que desharía para hacerlas mejor".

La segunda caída devolvió a Marcos a su refugio, el ordenador. "Ha sido algo así como mi tabla de salvación", confiesa franco con esa enorme sonrisa que siempre le acompaña y que, según él, es su particular mecanismo de defensa. "Necesito tanto a los demás que no quiero que sufran, a mi manera intento ponerles fácil que me ayuden". Confiesa sentir envidia cuando escucha las motos correr a gran velocidad y que nunca se ha sentido discriminado. "He sentido mucho cariño, lo que reivindico es que a los mayores que por su edad sufren una discapacidad sobrevenida, se les trate con el mismo afecto con que se atiende a un joven discapacitado".