El 6 de agosto de 1940, hace 74 años, llegaron por primera vez españoles presos a Mathausen.

Juan Ramírez Fernández

Isabel Ramírez (1937) es hija de Juan Ramírez Fernández, el único vecino de Villafranca deportado que aparece en el registro del Ministerio de Cultura (http://pares.mcu.es/Deportados/servlets/ServletController?) como fallecido en campos de concentración nazis. Isabel tiene ahora 75 años y vive en Lérida. Nacida en Villanueva de Córdoba, se crió en Villafranca. El único recuerdo que conserva de su padre tiene que ver con su abuela materna: "Siempre me sentaba frente a la ventana y me decía que un día por la noche llamaría mi padre, que vendría a verme". Aquello nunca ocurrió. Su abuela Pilar lo esperó toda la vida. Por los papeles, sabe que murió cuando él aún estaba vivo. "Mi padre era carabinero y cuando estalló la guerra se fue al frente", relata recomponiendo los retazos de historia que le han contado, "acabó en Francia y allí los alemanes lo apresaron y lo enviaron a un campo de concentración". Según cuenta, su madre era mujer de pocas palabras y nunca le habló de Juan, por lo que pasó media vida sin respuestas a las mil y una incógnitas sobre su progenitor. "Era un tema tabú, mi madre se casó con otro hombre después de la guerra y tuvo otras dos hijas, yo me crié con mis abuelas". Al cabo de los años, gracias al libro memorial de la deportación, publicado por Francia en el 2004, sabe que su padre, nacido el 29 de febrero de 1914, murió el 12 de enero de 1942 en Güsen, campo de exterminio anexo a Mauthausen en el que perecieron 40.000 personas y que se convirtió en campo de no retorno. Los que eran enviados allí tenían como único destino la muerte. Isabel, que aún conserva una tarjetita que su padre le mandó desde Alemania y que su madre le dio poco antes de morir, recibe desde hace unos años la indemnización del gobierno francés, que tramitó con ayuda de Pilar Pardo. Viuda desde hace 30 años y madre de cuatro hijos, no ha tenido una vida fácil y agradece la compensación tardía. "Yo nunca imaginé que mi padre había muerto tan lejos. Todos sabían la historia, pero nadie me la contó nunca".

Francisco Sánchez López

Manuel y Carmela Sánchez son hijos de Francisco Sánchez López, uno de los 16 malenos que perecieron en Mauthasen. Su hermano Robustiano, deportado también, logró sobrevivir y pudo contar a la familia las calamidades que ambos soportaron en aquel infierno. Manuel se resiste a remover los rincones de su memoria. "Cada día que pasa me cuesta más hablar de ello, la herida no cicatriza", afirma. No conoció a su padre. Todo lo que sabe de él se lo han contado. "Luchó por la República en la Guerra Civil y cruzó a Francia para seguir luchando contra del nazismo en la II Guerra Mundial". Su tío, que permaneció en Francia durante el franquismo, regresó años después para reencontrarse con los suyos. "Dejó dicho que al morir lo quemaran y echáramos sus cenizas al Guadalquivir. Así se hizo". Carmen y Manuel crecieron huérfanos. "Mi madre murió al poco de desaparecer mi padre, al verse sola, sin casa, sin dinero, con dos hijos pequeños, se encerró en ella hasta que murió", explica. De la indemnización se enteraron por lo que le contaron miembros de la Comisión de la Memoria que viajaron a Mauthasen y, por lo que sabe, solo tres o cuatro personas la han cobrado en Posadas. De Francisco conservan la última tarjetita que les mandó, una macabra constante. "Tiene el dibujo de unos niños y su lamento por dejar a sus pichones sin nido", decía. Su tío contaba barbaridades de Mathausen, como su llegada en tren "amontonados como animales" o la crueldad con que trataban a los prisioneros "pisoteados y muertos de hambre para que se mataran por las basuras que ellos tiraban. Los dejaban desnudos, al raso, en noches de frío aterrador y los sometían a trabajos forzosos sin descanso". Según el tío Robustiano, el padre de Manuel murió "porque prefería no comer a arrastrarse para coger lo que los otros tiraban, enfermó y se fue". Sin más. Cuando los presos morían, "los sacaban para que los recogieran con la basura y lo echaban en una fosa común". Para Manuel, "la indemnización es una forma de tapar la vergüenza de lo que pasó, tan vergonzoso como lo que está ocurriendo con los judíos en Palestina", apuntilla.

Cesáreo Ruz Blanco

Luisa Ruz (1933) es hija de Cesáreo Ruz Blanco, espejeño fallecido en 1941 en Güsen, donde murieron otros nueve republicanos de la localidad. Luisa, que ahora vive en Mairena (Sevilla), se enteró de la indemnización cuando acudió al programa de Juan y Medio y comentó que su padre había muerto en un campo de concentración. "Un señor llamado Manuel Suñer, hijo de un preso liberado, me oyó y me llamó para hablarme de las ayudas, todavía seguimos en contacto". Como el resto, Cesáreo murió en Güsen, con 35 años. La misma historia mil veces repetida. "Conservo todas las cartas que escribió a mi madre y que un día dejaron de llegar. Las restauré y las guardo como oro en paño, son parte de mi historia". De los cuatro hijos, solo dos cobraron la indemnización francesa. Los otros murieron antes.

Emilio Pérez Moreno

La historia de Emilio Pérez (Cacín, Granada), está ligada a Córdoba a través de su nieta Práxedes. Como el resto, falleció en Mathausen dejando huérfanos a tres hijos. Sobrino de un alcalde republicano, huyó tras el golpe militar para escapar de los fusilamientos y luchó contra el franquismo hasta que acabó la guerra y fue a parar a Francia. Años después, su viuda recibía una notificación de Alemania informándole de su muerte en una cámara de gas en Güsen. Una de las hijas de Salvador tramitó las ayudas al ver un artículo que informaba de las indemnizaciones. Práxedes, que reside en Córdoba desde hace años, se sumó a la causa de la memoria histórica desde el foro creado en el año 2002. Para ella, es indignante que, con lo que han pasado las familias, "en el homenaje que se hizo en el Parlamento a las víctimas del holocausto, se mencionara a los judíos y no a los republicanos españoles".