NACE EN MADRID (1933).

TRAYECTORIA TITULADO POR LA ESCUELA DE BELLAS ARTES DE MADRID, HA TOCADO GENEROS COMO EL MURAL, LA VIDRIERA Y EL DIBUJO.

Es frecuente verlo en exposiciones y otros actos culturales, siempre con su sonrisa triste, hablando lo justo y procurando no hacerse notar. Y es que Tomás Egea Azcona, dueño de un finísimo sentido del humor de los de puertas adentro --tan adentro que a veces ni él mismo se lo encuentra--, sutil e inclinado a la melancolía, es un hombre discreto y un creador de muchas caras, todas transitadas por un excelente oficio, pero escuchándolo te queda la sensación de que no se valora a sí mismo lo suficiente.

Ha sido autor de grandes murales cerámicos y vidrieras que enriquecen muchas iglesias de Córdoba, ilustrador de libros y artículos de prensa --formó en este periódico fructífera "pareja de hecho" con Carmelo Casaño-- e incluso decorador de interiores. Pero aunque dice que procuró divertirse con lo que hacía, ante todo se considera "un artista de encargo", más predispuesto a acudir a la llamada de otros que a actuar por cuenta propia. "Lo que más me fastidia de tener 80 años --lamenta-- es que mis amigos arquitectos ya no me llaman porque se han jubilado".

--Alguna vez ha dicho que se considera más dibujante que pintor. ¿Sigue creyéndolo?

--Yo creo que sí, soy más dibujante que pintor. Bueno, las dos cosas van muy unidas, pero es verdad que en mí funciona más el dibujo, aunque he hecho de todo. El dibujo te permite meterte en muchos tinglados, abarco muchas cosas porque son lenguajes distintos y a mí me gusta estar en todos.

--Incluso en el grafismo publicitario, que quizá sea su faceta menos conocida.

--He hecho cosas de publicidad, sí. Sobre todo logotipos. El más conocido es el de Bodegas Campos, un campesino muy gordo sentado en un barril, con su sonrisa y su sombrero cordobés y una copa de vino. El primero que hice era una figura delgada, influenciada por la estampa popular del campesino sufriente. Pero comprendí que la felicidad estaba en la gordura y a fin de cuentas se trataba de anunciar un restaurante. Yo estoy muy contento de ese logotipo.

--Contemplando su obra, sobre todo las ilustraciones, puede uno imaginar que lo pasa muy bien trabajando. ¿Es así?

--Es que si no nada tendría sentido. Me divierte mucho el dibujo, sobre todo cuando no es frío, cuando le pones cierta intencionalidad de caricatura, cierta gracia que no tiene la realidad.

--Y cierta denuncia social. En sus cómics no falta la crítica.

--Siempre he tenido tendencia a la sátira. Recuerdo cuando hice el examen de Estado del Bachillerato en Murcia, que en la parte oral pasabas por siete catedráticos, y mientras me llamaban hice la caricatura de todos. En el colegio de los Maristas hacía un tebeo donde caricaturizaba a los hermanos, sobre todo al director.

Nació en Madrid, se crió en Murcia y forma parte del paisanaje cordobés desde 1958, cuando se instaló en la ciudad tras casarse con la pintora Lola Valera, una mujer alegre y sin fisuras hasta en los peores momentos --su perfil quedó trazado en esta misma serie-- que ha sido su complemento ideal desde que se conocieron en la Escuela Superior de Bellas Artes de Madrid. Como ya ocurrió cuando entrevisté a Lola, que estuvo acompañada por su esposo todo el rato que duró la grabación, en la entrevista de esta tarde otoñal en el estudio que ambos comparten en su céntrico piso es ella la que asume el papel de copiloto de Tomás Egea. Un paciente y santo varón que sonríe o arruga el ceño en función de los gestos y miradas de Lola, mientras esta completa la memoria del marido y hasta remata sus frases si ve que, tranquilón que es, se demora en la faena. Un curioso cuadro doméstico el de esta pareja --tienen una hija, que ya no vive con ellos--, cálida pero sin edulcorantes, indestructible.

--¿Qué le ha aportado Córdoba, como persona y como artista?

--Yo creo que cierta tranquilidad, serenidad. Me ha servido de mucho, porque yo venía muy despistado de la Escuela de Madrid y no digamos de Murcia, donde no había nada, y conocer aquí a Rafael de la Hoz y al Equipo 57 me abrió otros mundos.

--¿Cómo fue lo de instalarse en la ciudad para siempre?

--Mi padre nos había comprado un piso en las afueras de Madrid, pero se cruzó que en aquella época Federico Valera, hermano de Lola, era uno de los constructores más importantes de Córdoba y amigo íntimo del arquitecto Rafael de la Hoz, con el que hizo

muchas cosas. Me dieron trabajo y aquí nos quedamos. Lo primero que hice fue una vidriera para la capilla de la casa de los Lovera Porras en la calle Jesús María, y para la azotea, donde hay una piscina, me encargaron una cerámica de 25 metros cuadrados que hice en Andújar. Con lo que gané pudimos casarnos.

--Con Rafael de la Hoz mantuvo una colaboración muy intensa. ¿Cómo lo recuerda?

--Era encantador, de un talento maravilloso. Para mí fue muy importante. Hice muchas cosas con él, me encargó la decoración de la cafetería Ribera, del hotel El Cordobés, en Torremolinos el hotel Las Palomas... Hasta la traducción al cómic de una conferencia que dio en México ante 5.000 personas, con pantallas gigantes donde aparecían mis dibujos sintetizando sus ideas. Fumamos tanto en su estudio preparando la conferencia que llenábamos entre los dos un cubo de colillas. Tuvo un exitazo.

--También trabajó con otros arquitectos, como Gerardo Olivares y Carlos Luca de Tena. ¿Cómo fue la experiencia?

--Con Carlos trabajé mucho, y con Eleuterio Población, el arquitecto del hotel Don Pepe de Marbella. Es que cuando muere mi cuñado Federico yo me quedo sin trabajo. En Córdoba había una sequedad total, y me fui a la Costa del Sol, que estaba empezando. Hice un pueblo andaluz yo solo con unos albañiles de Lucena. Y don José Meliá, al que le gustó mi trabajo, me contrató para decorarle muchos hoteles.

--Veo que, contra el personalismo tan propio de la creación artística, usted ha preferido trabajar siempre en equipo.

--Es que cuando se hace diseño y decoración el egocentrismo del pintor de caballete tiene que desaparecer. Cuando te conviertes en una ruedecita del engranaje es cuando te sientes feliz. Me ha gustado mucho trabajar con los arquitectos.

Y con escritores y articulistas, cuyos textos ha ilustrado con gracia y cierta ternura contestona, pues hay que decir que hasta el más ingenuo dibujo de Tomás Egea nace preñado de una suave denuncia social. "La primera ilustración que hago es para Fernando Gutiérrez Alamillo --comenta--. Luego a Sebastián Cuevas le ilustro La casa de los muchos , y a Carlos Clementson un libro sobre Medina Azahara. Hasta que conozco a Carmelo Casaño en la tertulia del bar Siroco, donde tanto se cocía en vida de Pepe Jiménez, y me propone que le ilustre Nuestra ciudad , y más tarde los artículos que escribía para la contraportada del CORDOBA y otras cosas". Son encargos que le encantan, reconoce, porque "a mí una de las cosas que me faltan es el pie, y el escritor con sus metáforas me sirve de acicate --explica--. Lo último que he hecho es ilustrar La historia de Córdoba contada para niños , un libro de José Manuel Ballesteros que saldrá en diciembre".

--A propósito de niños, ¿cómo fue su infancia?

--Nací en el 33 y viví en Madrid hasta que empezó la guerra. Mi padre, que era mecánico y de

Murcia, conoció a mi madre en Madrid y allí se casó. Mi padre era socialista, leía libros prohibidos que luego le quemaron mis tías. Yo vi sacar santos de la iglesia de Carabanchel Alto y quemarlos en la plaza. Huyendo de la guerra paramos unos meses en Albacete. Una noche sonaron las sirenas, nos metimos en un refugio y yo me entretuve en leer el Tebeo . Luego nos fuimos a El Palmar, un pueblo a cinco kilómetros de Murcia donde vivía mi tía. "Antonio, no te señales, ve a misa", le decía mi tía a mi padre, que acabó comprándome una gorra de falangista y una camisa azul para que yo le sirviera de tapadera.

--¿Dibujaba ya de pequeño?

--Sí, sí, mucho. En El Palmar alquilamos un chalet que tenía un friso de cemento en el que yo dibujaba con un yeso. Pero entonces lo que más me gustaba era leer tebeos. El primero que recuerdo es el Flechas y pelayos , total propaganda del Régimen, que dirigía Fray Justo Pérez de Urbel, abad del Valle de los Caídos; allí dibujaban dos cordobeses, Antonio Ojeda y Alcaide Irlán. Luego aparece la gran revista, Chicos , era independiente y en ella estaban los mejores dibujantes. Pero bueno, íbamos por mi infancia... Tenía un pizarrín y con cuatro años dibujé la cabeza de un negro que impresionó a mis padres. Se ve que la vocación siempre estuvo ahí.

--Sin embargo, usted lo que quería era ser médico, ¿no?

--La culpa la tuvo un Bachillerato en el que me hicieron odiar las matemáticas. Si no, yo hubiera sido arquitecto, pero escogí una carrera sin matemáticas y pensé en Medicina. Pero mi padre se dio cuenta de que valía para el dibujo y a los 18 años me animó a marcharme a estudiar a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando en Madrid. No me gustó aquel ambiente pictórico.

--¿Por qué?

--Pues no sé... Había gente muy rara. Yo era un provinciano y de pronto encontraba gente mayor, extranjeros... Iba con gente al Museo del Prado y veía que los otros se emocionaban. A mí no me emocionaba ni Velázquez, la verdad. Ni sabía ni entendía. Me planteé volver a casa y mi padre se enfadó mucho.

--Pero luego bien que entró en el ambiente. Basta echar un vistazo a las fotos de entonces para ver cómo se lo pasaban.

--Bueno, sí, ya con los amigos... Sacaba muy buenas notas. Conocí a personas que luego han sido muy importantes, como Antonio López; Alfonso Fraile; Chus Lampreave, que acabó siendo actriz, y su íntima amiga Elena Santonja, que luego hizo en televisión un programa gastronómico, casada con el cineasta Jaime de Armiñán. Eran las dos modernísimas, y Elena una chica preciosa, todos estábamos un poco enamorados de ella.

--Pero usted se acabó casando con otra compañera, su Lola aquí presente.

--Bueno, sí, Lola era una andaluza con mucha gracia y también nos gustaba un poco a todos. A mí me gustaba verle los pies a Lola entre los caballetes, no sé si eso tendría un contenido erótico o no. Iba con un chaquetón que no se quitaba nunca.

Y Lola asiente, un poco inquieta por lo siguiente que pueda contar este señor tan callado al que, como a todos los tímidos, no hay quien pare cuando coge carrerilla. Pero no, la conversación deriva por otros derroteros a esta hora de la tarde que ya envuelve en sombras la gran mesa blanca del estudio donde cada uno tiene su sitio asignado, ya sea para trabajar o para jugar a las cartas. "¿Qué si recuerdo mi primer sueldo? Claro, con 10 años hice unos dibujos para una frutería y me pagaron en especie --dice risueño--. Pero el primer dinero lo gané a través del dibujante Orbegozo, que me presentó a K-Hito, el director del Dígame . Me encargaba chistes taurinos que me pagaba a 45 pesetas. Con Orbegozo iba también al teatro Martín y hacía las caricaturas de los actores de la revista, entre ellos Queta Clavel".

--Y de las variedades pasó a trabajar para la Institución Teresiana. Vaya cambio.

--Sí, fue que un amigo también dibujante, Iván, que hace poco ha estado en las Jornadas del Cómic en Córdoba, me preguntó si quería trabajar para la revista Molinete de la Institución Teresiana, y le dije que sí. Nos pagaban a cada uno 1.000 pesetas, que entonces era un dinerito. Alquilamos una habitación en Madrid y allí hacíamos el tebeo.

--Y después saltó a París, como cualquier artista de la época que se preciara. ¿Cómo le fue?

--A París nos fuimos Lola y yo en el 62 para formarnos. Estuvimos cinco meses, y al segundo se nos había acabado el dinero, pero encontré trabajo. Nos pasábamos todo el día con los del Equipo 57, a los que ya conocíamos de Córdoba. Tengo unos recuerdos fenomenales con Pepe y Angel Duarte y Agustín Ibarrola. Angel pintaba pisos en París, y a mí me llevaba de ayudante; los españoles nos ayudábamos mucho. En el Café Le Dôme, de Montparnasse, conozco a Serna, que dibujaba en el Jaimito . Me presentó al director del Bibi Fricotin , uno de los tebeos más antiguos de Francia, y me dio trabajo muy bien pagado. Nos vino muy bien, porque incluso habíamos empeñado el reloj. Pude quedarme allí trabajando, pero añorábamos mucho Córdoba.

--Se ve que echó pronto raíces en esta ciudad.

--Teníamos buenas amistades. Frecuentábamos los sábados una tertulia de artistas plásticos en la desaparecida taberna La Verdad, en la calle Morería, que en cierta forma dirigía el pintor Angel López Obrero por ser el mayor de todos nosotros. Paco Zueras también era muy importante. Ibamos muchos a la tertulia, que estaba muy politizada. Todos leíamos Triunfo , y más que de arte, lo que comentábamos eran los artículos de Haro Tecglen. También íbamos al Círculo Juan XXIII.

--¿Qué queda de aquello? Porque da la sensación de que con la llegada de la democracia se diluyó aquel ímpetu colectivo.

--Las libertades empezaron a aflorar y las cosas cambiaron. Al llegar la democracia muchos pintores dejaron la crítica, se hicieron más amables.

--¿Y usted cómo evolucionó?

--Yo sigo con la idea de hacer cosas con ironía, como ahora que he dibujado la explosión de la burbuja inmobiliaria. Pero no pinto ya mucho. Quizá debería hacer una exposición, tengo guardada en el armario una carpeta llena de ideas, eso quizá me ayudaría a salir del bache.