NACE EN CABRA (1925).

TRAYECTORIA: CREADOR EN 1968 DE LA ROMERÍA GITANA EN TORNO A LA 'MAJARI CALI' DE CABRA, HA SIDO HASTA AHORA PATRIARCA DE SU CLAN.

La vida no le ha tratado bien últimamente. Ha visto morir a una de sus hijas, y los achaques de los 88 años le tienen mustio y arrinconado entre las cuatro paredes de su casa, esa vivienda de Cabra donde tantos gitanos y payos acogió este tipo rumboso en los ya idos días de vino y rosas. Hasta ha sido descabalgado del trono de patriarca de su populoso clan, tras cuarenta años de ostentarlo de forma honrosa y ecuánime, ante el empuje envidioso --cuenta él, que no tiene pelos en la lengua-- de los de su propia raza. Los mismos que con sus deserciones, añade entre triste y resentido, están haciendo peligrar la romería de la Majarí Calí , la hasta no hace mucho multitudinaria romería gitana en torno al santuario de la Virgen de la Sierra, su gran creación. Pero, a pesar de todos los pesares, José Córdoba Reyes no se deja vencer, y, entre risas y lágrimas, saca partido al senequismo de copla que acompañó siempre sus pasos --ya fuera como cantaor poco amigo del artisteo o con la venta ambulante, que ha sido su profesión--. De modo que se agarra al pasado y piensa "que me quiten lo bailao ".

--Se le ve apesadumbrado. ¿Cómo se encuentra?

--Estamos mi mujer y yo solos, ella ya ciega y yo sin poderme mover más que con el carro --se refiere a la silla de ruedas que hoy ha aparcado plegada junto a la pared, para recibirnos sentado en un sillón ante la mesa del comedor--. Y con la pena de haber perdido a una de nuestras cuatro hijas hace seis meses. No salgo de casa más que para ir al médico, así que me entretengo poniendo la tele.

--Y viendo el DVD de sus romerías, por lo que parece.

--Me gusta recordar lo bonito, por eso tengo tantas fotos cerca. Pero este vídeo lo tenía puesto para que lo vieras tú, y perdona que te hable de mira. Si quieres te lo llevas luego. Yo estoy todo el día con los discos flamencos puestos.

--¿Le ha dolido perder el patriarcado de un clan tan numeroso como el de los Córdoba?

--Es que los gitanos se creen muy listos pero son tontos, porque les comen el coco los primeros que llegan. Si nosotros queremos a la Virgen desde que nacemos, a qué viene dejarte llevar por los cultos esos de los evangelistas o los testigos de Jehová. Y así es como se ha ido todo a pique.

--Pero usted ha tenido el respeto de los suyos durante mucho tiempo. Y eso no se olvida así porque sí.

--Yo quiero a los gitanos y a los payos, y siempre intenté que nos lleváramos bien todos, por eso me nombró tu periódico Cordobés del Año. Me crié con los payos, pero me esforcé en aglutinar a mi gente, que andaban de un sitio a otro. He sido el patriarca porque ganaba mucho dinero y lo repartía entre todo el mundo, a todo el que lo necesitara, aun sabiendo que a veces me estaban engañando. Venían apurados y "chache, que esto o lo otro"; y yo solventaba los problemas. Por eso me han querido y por eso mandaba.

--Sin embargo, me han dicho que en vida de su madre era ella la que de verdad cortaba el bacalao. Cuentan que era una matriarca en toda regla.

--Qué le voy a decir de mi madre, mama Encarnación; estaba muriéndose, y cuando me vio se echó a reír para que yo no sufriera --dice llorando de pronto como un niño--. Mira esa foto donde estoy de chico en la escuela con el maestro don José Flores. Llegué yo con ella a mi casa y estaba mi madre haciendo gachas y fui a darle el besito en la mano. "¡Chiquillo, que te vas a quemar!". Le dije que el retrato costaba siete gordas, y ella: "Eso lo compro yo aunque tenga que pedir el dinero". Parió dieciséis hijos, pero se le murieron siete. Eramos tres varones y seis hembras, que fueron la ruina de mi padre. Eran las mayores, y como los que podíamos ayudarle no estábamos en edad de hacerlo, no pudo llevarlo todo solo.

--Era tratante de ganado, ¿no?

--Sí, pero más honrado que la tierra. Una vez me contrataron para cantar en el teatro Alhambra de Lucena y un taxista me dijo: "Ven, que está ahí Cayetano, el Niño de Cabra, que te quiere conocer". Llego y me pregunta: "¿Tú de quién eres". "Yo soy hijo de Antonio el gitano". "¿El del bigote? Ese es un hombre honrado" --recuerda deshecho de nuevo en llanto--. En la escasez de la guerra y la posguerra nunca pasamos hambre, llegaban los labradores a decirle: "Antonio, no me vaya yo a enterar de que tus hijos pasan hambre".

--¿Qué recuerdos tiene de la

guerra? ¿Tomaron partido por alguno de los bandos?

--Nosotros no. Los gitanos no nos metemos en política, tenemos que estar a bien con todo el mundo. Pero hemos procurado ser siempre del que manda. Y de la guerra qué te voy a decir, que todo fue malo. En mi calle, la calle Los Huertos --vivíamos en el número 19--, había dos casas de comunistas, y nos querían mucho. Ahora, no sé qué habría pasado en España si hubieran ganado. Tengo la alegría de haber ido siempre con la cabeza alta.

Y lo ilustra con una divertida anécdota que narra muy serio: "Mira, una vez fuimos a actuar a Barcelona para recaudar fondos para los niños minusválidos de Cataluña; nos pagaron el avión --aunque yo fui en mi 4L, le temo a volar--, y estancia de tres noches en el hotel Oriente. Y ya que estaba allí, como yo tenía en Cabra una tienda de confecciones, fui a una fábrica de ropa a hacer un pedido. Hacemos la factura y cuando le digo mi nombre al muchacho se para y entra corriendo para adentro. '¡Ay, mi mae !', dije pa mí asustado, pensando que iban a achacarme algo. Y Luis de Córdoba, que me acompañaba, se quedó con cara de a ver qué le pasa a este aquí. Sale el dueño. '¿Usted es José Córdoba? Pues déme la mano, porque aquí han llegado cien cheques suyos y no han devuelto ni uno'. Uf, menos mal" (ríe a carcajadas).

Con ese actual decir suyo que se debate entre las ganas de cháchara, a ratos diluida en cruces de memoria, y los ahogos que le obligan a parar para tomarse respiros, cuenta José Córdoba que una de las mayores satisfacciones que todavía la quedan es recordar "la mucha gente buena" que ha conocido y le ha mostrado afecto. Será por eso por lo que el salón-comedor de su casa, al que se accede nada más traspasar la puerta de la calle --en las afueras egabrenses, frente al cuartel de la Guardia Civil-- es un santuario cuyas paredes en lugar de exvotos, aunque de algún modo también lo son, están cubiertas de arriba abajo por fotos enmarcadas. También hay placas en las que se premia la labor conciliadora del patriarca gitano, carteles y cuadritos donde reina la imagen de la Virgen de la Sierra, enviados desde otras partes del mundo en agradecimiento al trato recibido en pasadas romerías gitanas. Las fotos saltan a la vista hasta de debajo del cristal de la mesa sobre la que reposa la grabadora, haciendo compañía a un botijo de agua fresca. Algunas son imágenes de acontecimientos familiares, pero la mayoría muestran al patriarca rodeado de personajes famosos, congelados todos en un instante de historia que él recuerda sonriente ante la silenciosa presencia de Josefina, su mujer, tan prudente que nos acompañará durante toda la entrevista haciéndose la invisible.

--Se dice que le pegan una guantada a un gitano y lloran todos ¿Siguen ustedes tan unidos como cuando vivía la abuela?

--Todo eso es mentira. Ahora hay muchos intereses por medio entre los gitanos. Pero eso sí, a honrados no les gana nadie. Es que han hecho muy mal las cosas con ellos. Yo recuerdo que pasaron por aquí unos diez o doce gitanos con sus mulos dispuestos a pasar la noche, y llegó la Guardia Civil y les cogió la documentación. "Cago en diez, ¿cómo nos vamos ahora?", y buscaron a mi padre. Llegó mi padre al cuartel y le dijo al sargento: "Déme usted las guías, hombre --pone voz de gitano pedigüeño--, que si estos son ladrones yo lo soy también". Ese sargento llegó a teniente y me bautizó a mí. Hubo otro sargento al que conocía desde niño y que ya de mayor me hacía la vista gorda hasta que un día le dije: "Ven acá pacá , ¿qué te pasa a ti?". Y me contestó que tenían un artículo en su código que les obligaba a odiar a los gitanos. En la primera convivencia de gitanos que hubo en el Valle de los Caídos --nos pagó el viaje a mí y a mi hermano el alcalde--, donde nos dimos a conocer Juan de Dios Heredia y yo, conté lo de ese código, y al poco lo quitaron.

--Menos mal. Pero me iba a hablar de las desavenencias entre los suyos, cuénteme.

--A mí me tienen envidia los gitanos porque soy Hijo Predilecto de Cabra y más cosas; en vez de alegrarse les da coraje.

--¿Entonces ya no celebran la Navidad como antes, a lo grande y con todas las ramas de la familia "en amor y zampoña", como decían los antiguos?

--Lo que formábamos nosotros aquí ya no. Aquello era... Esta (señala a su esposa) trincaba por la mañana una botella de aguardiente y se iba a casa de las vecinas; les metía un lingotazo y se liaba a cantarles. Me asomaba y veía venir un fiestazo de las mujeres cantándole al Niño. La celebración duraba cuatro días, nos juntábamos todos los hermanos

en un local alquilado, nueve cabezas de familia. No faltaba de nada, se venían todos los payos amigos y aquello daba gloria, todos cantando y bailando.

--A propósito de celebraciones, dicen que son memorables las bodas gitanas, aunque muchos critican la prueba de la virginidad en la noche de bodas.

--Las bodas gitanas duran según haiga , las de mis hijas duraron tres días. De lo otro no me gusta hablar, porque no lo entienden. Es que las mujeres gitanas tienen que estar vírgenes, si no no hay quien las quiera, por eso se reservan hasta que llega su hora. Ahora la prueba de virginidad no se hace en la noche de bodas sino cuando vienen a pedirla; entonces una médica viene, mira a la niña y ve que está entera. "¡Ole, viva la honra!", gritamos todos mientras sacan a hombros a los novios y les tiramos peladillas. Ahora son más que bodas. Casé a una nieta de 15 años.

--¿Tan joven? Y si luego la pareja se cansa y quiere el divorcio, ¿lo admiten ustedes?

--Una gitana no se cansa nunca de su marido. Si quiere a un hombre es para toda la vida.

--¿Y en las bodas se siguen rasgando la ropa de alegría o ya con la crisis no lo hacen?

--Bueno, bueno... si es que los gitanos tenemos esa costumbre. Yo estoy aquí escuchando flamenco y si me gusta me dan ganas de romperme de satisfacción. Mi padre se cogía los picos del traje y se lo hacía pizcos, mi madre se desesperaba.

Aunque solo pudo ir un año a la escuela, este gitano de voz recia y palabra en su sitio --ha sido media vida primus inter pares y aún conserva una sosegada majestad en el decir y el hacer-- cuenta que tuvo una infancia feliz. Y es que hizo lo que le gustaba, cantar flamenco allá donde lo llamaban. "Con siete años me cogían las mozuelas y venga, 'cántame una coplita, pae ". Me sentaba en la escalera de mi casa y me ponía a cantar a toda voz mientras mi madre cosía --vuelve la emoción a golpe de llantina--. Ella cantaba muy bien, y mi padre. Pa comérselos a los dos".

Y, ya con las lágrimas enjugadas, saca una sonrisa de anuncio de dentífrico recordando un remoto sucedido. "Fue en la feria de ganado del año 39, a la que por cierto vino el rejoneador Antonio Cañero y me pidió que le cantara --recuerda--. Venían Paquito Casado, Pepe Luis Vázquez y Manolete. Yo tenía 11 años, entré con mis amigos a un bar y allí estaba Manolete sentado ante un velador con bastón y sombrero de ala ancha, parecía un gitano. Me preguntaron cuánto cobraría por cantarle al torero y dije que na de na . Le canté dos fandangos. Los escuchó y me preguntó: '¿Eres capaz de cantárselos a mi madre?'. 'Sí'. 'Pues venga, un coche, que nos vamos a Córdoba'. Pero en Cabra solo había un coche viejo y aquella noche llovía a mares, así que no fuimos, y bien que lo sentí".

--Veo que también se relacionó con el Cordobés, tiene colgadas varias fotos con el torero.

--Sí, pero no me gusta. No lo quiero porque él no quiere a su hijo. Vino a torear y pidió un millón y un jamón. Mira esa otra foto con Fran Rivera, el fotógrafo Cano y Juan Antonio Muriel, empresario de la plaza de toros de Cabra, que me quiere como a un hermano --cambia de tercio--. Me llevó a Los Ojuelos, la finca de Alvaro Domecq, del que yo era admirador".

--¿Trató mucho a su paisano José Solís, ministro de Franco y 'sonrisa del Régimen'?

--Lo conocía mucho porque su familia tenía una tienda, El Barato se llamaba, y mi madre les compraba de fiado. Luego lo he visto en muchas romerías. Te voy a contar otra cosa: cuando los nacionales tomaron Madrid me llevaron al casino de aquí para animar la fiesta, llena de militares brindando y, "venga, Joseíllo, cántanos", y yo preocupado por no llegar tarde a casa. Otra vez, con 12 añitos, estaba yo en una romería, que me llevaban los señoritos para cantarles y me daban de comer de todo, cuando vi a mucha gente que llegaba a ver a la Virgen blanquita de hambre. Y pensé que algún día tendría que hacer algo por que todo el mundo saliera de la romería con la barriga llena.

--¿Ha sentido alguna vez el racismo en carne propia?

--Ya lo creo. He cantado la misa gitana en el Vaticano delante de Pablo VI, y por todo el mundo hay cuadros y carteles con la Virgen de la Sierra. ¿Es que no tengo derecho a que mi pueblo ponga mi nombre a una calle? Pero la gente me quiere. Años después de cantar con la Niña de los Peines en 1939, que me quería contratar para recorrer España pero mi padre no me dejó, ya casado con mi primera mujer --una paya muy guapa que enfermó del corazón y murió joven-- me fui a Cataluña. No quería la vida de tratante viendo a los gitanos pelearse y me fui a cantar a Barcelona, y en el Paralelo me aplaudían más que al Príncipe Gitano. ¿No iban a aplaudirme si allí estaba medio Cabra? Eran años de emigración. Yo me coloqué en la Seat. Y al poco tiempo había logrado que contrataran a un montón de paisanos, "primos míos", le decía yo a mi jefe.

--Pero acabó volviendo a casa.

--Me cansé, no me gustaba aquel plan. Me tiraba mi pueblo, que es lo más grande. Aunque no quiera ponerme una calle.