Antonio es una de esas personas a las que el destino nunca les ha dado opción a quedarse en la retaguardia, siempre apagando fuegos. Desde niño, la vida lo colocó al pie del cañón.

Nació en el Campo de la Verdad, el mayor de 11 hermanos, hace 63 años, en plena Posguerra. No sabe leer ni escribir. La falta de medios económicos le impidió ir al colegio. Apenas tuvo infancia. Le tocó arrimar el hombro en casa. "Vivíamos del campo", recuerda, "y no quedaba más remedio que trabajar". "Con siete años, ya estaba cogiendo algodón, me pagaban 25 pesetas por una jornada de sol a sol", recuerda sin tapujos, "y aún así, una vez me guanteó la Guardia Civil por comerme cuatro hojas de un naranjo, tanta hambre pasábamos...". Con 13, toda la familia se fue a vivir a una de las antiguas casitas portátiles de Las Palmeras, su barrio desde 1964. "Tres años después, mi madre murió de un cáncer de mama y mi padre se enterró en vida, hincó la cabeza en la mesa y se dedicó a beber". Siendo el mayor de los hermanos, le tocó tirar del carro y lo hizo gracias al empleo que consiguió en Derribos y Excavaciones, donde trabajó durante 43 años hasta que la empresa quebró en el 2010, víctima de la crisis.

Aunque tiene seis hijos, en casa de Antonio, conocido en el barrio de Las Palmeras como El Chache, siempre ha habido un plato de comida para cualquier familiar que lo haya necesitado. Donde comen ocho comen veinte, ésa parece ser su filosofía. "Después de mi madre, el cáncer se llevó a dos de mis hermanas, una con tres hijos y la otra, separada, con seis". De esa forma, en 1999, él y su mujer, Dolores García Cortés, pasaron de tener 6 a 12 hijos de la noche a la mañana.

Antes de eso, ya se habían hecho cargo de los tres hermanos de Dolores, al morir los padres de ella. "Nadie de mi familia irá a un orfanato mientras yo lo pueda acoger", afirma Antonio sin dudarlo. Durante años trabajó a destajo para sacar a todos adelante. A día de hoy, todos sus hijos, a los que ha intentado dar lo que él no pudo tener, están en el paro y aunque solo uno sigue viviendo con los padres, a menudo se juntan para comer casi una veintena de personas. "Mi Lolilla con sus seis hijos, mi Mari Carmen que tiene tres, mi María del Mar, que también tiene tres... ¿sigo?".

Desde que cerró Derribos y Excavaciones, él no ha vuelto a encontrar empleo. "Cobro la ayuda para mayores de 52 años, mi mujer trabaja media jornada de limpiadora y yo salgo al campo a buscar espárragos, níscalos y lo que sea para venderlo y pagar las facturas", confiesa, "vivimos con eso y la ayuda de Cáritas". Nunca ha disfrutado de unas vacaciones "salvo un fin de semana, hace muchos años, cuando yo trabajaba en excavaciones de riesgo para cobrar más y nos fuimos todos a Málaga", explica para no faltar a la verdad.

A pesar de ser analfabeto, siempre fue un hombre de convicciones y participó desde joven en la lucha obrera, como miembro del PC, en la clandestinidad. Su compromiso con la sociedad no se ha desgastado con los años. Actualmente, forma parte del movimiento de Barrios Ignorados, que reivindica acciones concretas que sirvan para crear empleo y evitar la exclusión social.

En Las Palmeras, se le respeta. "Yo voy a la gente de frente, mirando cara a cara a todo el mundo y así no hay problema, yo respeto y me respetan", sentencia. Se confiesa creyente, aunque a su manera. "Creo que una vez alguien estuvo ahí, pero se ha debido olvidar del mundo porque no hay justicia divina y yo no entiendo cómo criaturas inocentes pueden sufrir como están sufriendo, así que he hecho un pacto con Dios: Si estás ahí, ni me pidas ni me des. Ni te pido ni te doy". A sus 63 años, está aprendiendo a escribir y a leer. Con reticencias. "Al fin y al cabo, los que saben leer y escribir son quienes nos han traído hasta aquí".