En 1981, la firma Fuentes-Guerra, que para entonces había ensanchado su sombra con más comercios, se ramificó en tres sociedades distintas y cada hermano tiró para un lado. Una decisión, matiza el primogénito, que no rompió la armonía familiar porque el planteamiento estuvo muy claro. "Hubo común acuerdo entre los hermanos --afirma--, y nos seguimos reuniendo a diario los tres a tomar café en la oficina de mi hermano Pepe hasta que murió, en el año 2000". Y añade que la separación la hicieron "porque empresas muy buenas de Córdoba habían caído al entrar la tercera generación, eso de mandar un tío sobre un sobrino. Lo que hicimos fue que cada uno de los tres se quedó con la rama del negocio que más le gustaba. Arturo con la parte de hostelería, que estaba ya en la avenida de América; Pepe con la tienda de Cruz Conde, que era de electrodomésticos, y la de regalos y sonido de la plaza de Chirinos. Y yo me quedé con el almacén de mayor, que entonces era una nave arrendada en el polígono de Las Quemadillas".

--Desde allí se trasladó al Carpio, y al final acabó siendo el negocio más próspero de toda la familia.

--Gracias a Dios nos ha ido bien. Es que hay muchos motivos para quebrar. A mi hermano Pepe le pasó por ser demasiado bueno y dejarlo todo en manos de empleados, porque algunos no resultaron de fiar. Y como el local de Cruz Conde era bastante grande se metió en dejar un negocio a cada uno de sus hijos, pero yo ya le advertí que una galería comercial sin salida a la calle podía ser un fracaso. Y mi hermano Arturo se embarcó en unas instalaciones demasiado desproporcionadas y no pudo salir adelante.

--Usted fue el introductor de un artículo que iba a revolucionar las mesas de todos los hogares en los sesenta, los platos y vasos de aquel vidrio irrompible llamado Duralex. ¿Cómo fue aquello?

--En 1959 fuimos a París para que nos dieran la distribución a cinco almacenistas de España de los productos de Pirex, y yo consulté si podíamos optar también a la distribución de Duralex. La obtuve para los cinco, pero entonces era dificilísimo conseguir licencias de importación y el beneficio era pequeño, porque el impuesto de aranceles era del 50%. Eso sí, lo poco que llegaba de fuera se vendía en el acto, porque escaseaba todo.

--¿Dónde está el secreto de la supervivencia?

--En no dormir pensando en tu empresa, y, como nos enseñó mi padre, en dar ejemplo ante los empleados, en hacer más que el que más haga. Eso es lo que hacen ahora mis hijos, son los primeros que llegan y los últimos que se van.