LUGAR DE NACIMIENTO CORDOBA, 6 DE ABRIL DE 1927.

TRAYECTORIA LICENCIADO EN DERECHO, ACABADA LA CARRERA SE INCORPORO AL NEGOCIO FAMILIAR.

Enrique Fuentes-Guerra es alto y corpulento. Y, como quien tuvo retuvo, sigue dando la impresión de ser un hombre seguro y todo lo fuerte que se puede ser a los 86 años muy bien llevados. Justo los que tiene la firma que lleva su apellido --estrechamente unido al comercio cordobés--, puesto que el mayor de los hijos del fundador, Enrique Fuentes-Guerra Breña, vino al mundo exactamente el mismo día que su padre ponía en marcha el primer negocio. Una casualidad, dice él, pero lo cierto es que toda su existencia ha estado vinculada a la empresa familiar.

Hubiera preferido ser abogado, reconoce en esta hora de confesiones y balances que escucha atentamente Menchi, la mujer con la que lo casó el obispo Fray Albino hace 60 años, presente en toda la conversación. Pero un giro del destino lo hizo comerciante, y resultó que servía para ello.

--¿Qué ha supuesto para usted llevar un apellido vinculado al comercio cordobés desde los años 20 del siglo pasado?

--Una satisfacción. Para todos nosotros la empresa ha significado muchísimo, en plan de formalidad y de honradez. Tanto para mi padre y mis hermanos como ahora para mis hijos ha sido un orgullo mantener el apellido casi como tradición.

--Hasta lo lleva una parada de autobús en Ronda de los Tejares, es decir, en pleno centro comercial.

--Nosotros eso lo hemos llevado con naturalidad, nunca hemos presumido de eso. El Ayuntamiento le puso Fuentes-Guerra a la parada, creo que hacia el año 45 o así, porque justo en ese sitio fue donde puso mi padre un bazar-ferretería en 1935, cuando se llamaba avenida de Canalejas, y la gente al montarse en el autobús decía: "Yo me paro en Fuentes-Guerra". O sea que la cosa vino por costumbre popular.

--Podría decirse que esa memoria colectiva está ahora depositada en usted, al ser el más veterano de una saga industrial que va ya por la tercera generación.

--Sí, soy el mayor de los siete hermanos, y de los tres varones el único que queda. Yo he trabajado muchísimo en esta vida, y he luchado enormemente, pero Dios me ha dado mucho más de lo que he merecido. Lo que puedo decir es que he tenido unos padres muy buenos, unos hermanos igual de buenos, unos hijos buenos, los ocho, y una mujer mucho mejor.

--O sea, que para usted todo el mundo es bueno.

--No todo el mundo, pero hay mucha más gente buena de lo que decimos. Muchos de nuestros empleados se han jubilado tras 50 años con nosotros. La buena relación con los empleados ha sido una de las claves de nuestra empresa, y esa unión la mantienen mis hijos. Se reúnen con los comerciales, con los del almacén, con todos para comer y para jugar al fútbol. Francamente, en la situación actual de crisis, estamos sosteniéndonos por la colaboración del personal con la dirección. El factor humano es importantísimo.

Con unas piernas que no le responden como quisiera, y ya con las distintas áreas del negocio --un amplio almacén "de mayor", como se dice en el gremio, ubicado en El Carpio, centrado en artículos de menaje-- en manos de cuatro de sus hijos, Enrique Fuentes-Guerra se pone con frecuencia al volante de su coche y allí que se planta "para ver a mis hijos, en los que tengo plena confianza, y saludar al personal. Porque, sentado, me sigo sintiendo útil, estoy de cabeza perfectamente", proclama desde un cómodo sillón de la sala de estar de su casa, un piso señorial de la calle Góngora lleno de cuadros --entre ellos un imponente retrato al que se asoma a tamaño natural su mujer vestida con traje campero-- y fotografías de la extensa familia.

--Dicen que hoy en día tener una empresa es llorar. ¿Tan mal está la cosa?

--Sí, muy mal, y empeorando. Algunas de las grandes superficies a las que les vendemos están desesperadas. Yo he luchado muchísimo por la empresa y, para no caer en errores, he estudiado los motivos por los que quebraban compañeros almacenistas. Y eran muy distintos unos de otros, unos por mala dirección, otros por competencia desleal... Hoy no son esas razones sino la crisis, que está arrastrando empresas que iban bien y no han podido sortearla. De los 29 almacenistas que llegamos a ser no quedamos más que nosotros.

--Pero a usted lo supongo curado de espanto. En 86 años que lleva la firma establecida, tantos como tiene usted, habrá vis

to todo tipo de altibajos.

--Figúrese en la posguerra, que no había en España absolutamente nada en bienes de consumo. Yo de niño tenía una bicicleta y, como no había forma de reponer la cámara de las ruedas, con 12 años busqué una manguera del mismo grosor de la cubierta, que pesaba una barbaridad, y con eso estuve más de un año circulando.

--Veo que ha sido un manitas.

--Siempre, y muy deportista. En el colegio Cultura Española, al que entré con seis años, los jueves por la tarde, que eran fiesta para los niños, y los domingos los dedicaba al baloncesto, balonmano, al fútbol... Al tenis se podía jugar menos, no había clubes, solo unas cuantas pistas particulares en el Brillante. Yo jugaba en Cazana, una propiedad particular que estaba en el carril de la Huerta de los Arcos. Aparte de mi afición al deporte, me ha gustado también mucho la cacería. Era mucho más sano eso que tomar copas por ahí.

--¿Qué diferencia hay entre el comercio de ayer y el de hoy?

--Total. Las tiendas se abrían los sábados mañana y tarde. Ahora está todo el comercio mecanizado y antes era a base de mano de obra. Para descargar loza de la Cartuja montábamos una hilera los empleados, mis hermanos y yo y nos la íbamos pasando hasta que la colocábamos en su sitio. Recuerdo que siendo yo niño el transporte de las mercancías se hacía en carros tirados por una mula. Había una parada de carros en el Palacio de la Merced, que entonces no era la Diputación Provincial sino el Hospicio. No había camiones ni coches, así que la mercancía, que llegaba por ferrocarril, se descargaba en los carros y desde la estación se llevaba a los comercios. En el almacén teníamos un almiar, porque necesitábamos la paja para embalar la loza y el cristal.

Cuando en el año 1927 su padre establece el primer negocio en la plaza de San Nicolás tampoco era una época en que se ataran los perros con longaniza. Tenía el patriarca de la saga 33 años y unas oposiciones ganadas para abogado del Ayuntamiento cuando la vida le dio un vuelco por mediación de José Cañete del Rosal, su suegro, almacenista de hierros y carbones, que lo convenció para que se quedara con un almacén de venta al por mayor de baterías de cocina esmaltadas de la marca Supe.

"Mi abuelo materno era muy comerciante, tanto que construyó las casas del último tramo de la avenida Medina Azahara, las casas de Cañete las llamaban --dice--. Y apretó a mi padre para que se quedara con el traspaso de la firma Supe, conocida en Córdoba como 'la fábrica de Las Margaritas' porque estaba en ese barrio. Mi padre era un hombre muy emprendedor y simpático, no tenía más que amigos".

--¿Y su madre cómo era?

--Una mujer superinteligente y generosa. Los dos lo eran, pero exigentes con los hijos. No podíamos hacer lo que quisiéramos ni mucho menos.

--No le debió ir mal a su padre, porque pronto amplió la empresa. ¿No tenía competidores?

--Había otro negocio dedicado al por mayor de lo mismo, el de don Manuel de la Huerta, en la calle Arfe. El nuestro lo amplió en 1933, cuando trasladó el almacén al número 9 de la avenida de Canalejas, hoy Ronda de los Tejares. Se añadió tienda de venta al público de ferretería y bazar. Y ya en sus últimos años de vida, hacia el año 42 o 43, para vender vajillas y cristal se quedó con el local de al lado en la avenida, que para entonces se llamaba ya del Generalísimo. Por dentro estaban los almacenes al mayor, que daban a la calle El Caño.

--En los años 30 lo que hoy es Ronda de los Tejares eran las afueras, una zona urbana casi desierta, mientras el eje comercial era Tendillas-Claudio Marcelo-calle de la Feria. ¿Qué vio su padre en aquel páramo para establecerse en él?

--Era un local que le había dado su suegro, y mi padre tuvo la visión de futuro de que aquella zona iba a ser importante para los negocios. Poco a poco ese eje comercial que dice usted fue trasladándose a la calle Cruz Conde. Al principio casi todo eran solares en los que jugábamos al trompo y a las bolas (al fútbol jugábamos en los Llanos de Vistalegre, que era donde se celebraban las ferias de ganado). Pero poco a poco en Cruz Conde se fueron levantando edificios como la Clínica Maldonado, la primera de ginecología que hubo en Córdoba, y buenos comercios. Recuerdo que estaba la tienda de tejidos y confecciones Rodríguez y Espejo, que era muy conocida, la ferretería La Llave, la tienda de electrodomésticos Hogar y Confort...

--¿Y crecía al mismo ritmo la avenida donde estaban ustedes establecidos?

--Al principio estábamos nosotros y por supuesto los almacenes de mi abuelo, Cañete SA., frente a la salida de Cruz Conde,

donde ahora hay un pasaje comercial. Después frente a nuestro negocio pusieron la oficina de Renfe. También abrieron la tienda de confecciones Moya Rivas, que vendía ropa interior, y una clínica veterinaria en la esquina con la plaza de Colón. En fin, que la zona cobró pronto mucha actividad.

Este hombre memorioso y lúcido recuerda su infancia como un periodo "agradable", al calor de sus padres y sus hermanos, "que siempre hemos estado muy unidos", dice. Vivían encima del negocio, "en un piso amplio pero sin lujos". Hasta que se mudaron a la calle El Caño, a una casa junto a lo que hoy es la tienda de discos Fuentes-Guerra, llevada por sus sobrinos. "La guerra nos pilló ya en esa casa".

--¿La guerra paralizó el negocio o pudieron seguir vendiendo?

--No, continuó todo el tiempo, aunque muy paralizado. Había una escasez total de productos de todo tipo, el mayor regalo que te podían hacer era un pan blanco. Pero de niño eres inconsciente de esas cosas, nosotros casi nos divertíamos. Cuando los bombardeos nos refugiábamos debajo de los colchones, y en las ventanas ponían sacos de arena. Nos cruzamos a casa de mi abuelo que, como vendía hierros, puso en la azotea chapas para protegernos de las bombas. Y estando un día mi madre bañando a una de mis hermanas cayó una bomba en la habitación de al lado. No hubo víctimas, pero se llenó todo de humo.

--Acabada la contienda, con una Córdoba que no tenía para comer, costaría lo suyo vender platos, ¿no?

--Mucho, pero no había lujos ni nos creábamos necesidades, y con poco se salía adelante.

--Tanto usted como sus hermanos varones, José y Arturo, estudiaron carreras, pero todos acabaron en el negocio familiar. ¿Fue por gusto o porque no hubo más remedio?

--Yo estudié Derecho en Deusto, como mi hermano Pepe, que era abogado y economista, y Arturo era profesor mercantil. A Pepe sí le gustaba el negocio, pero yo tenía otros planes. Acababa de terminar la carrera de abogado y mi idea era hacer oposiciones a jurista militar, pero no me dio tiempo ni de colegiarme.

Hombre afectivo que es --aunque de fuerte carácter y a veces cascarrabias, según su esposa--, a Enrique Fuentes-Guerra se le humedecen los ojos al hablar de la muerte prematura del padre, que lo privó de sus consejos y, siendo el primogénito, lo abocó a una tarea profesional inesperada. "No hubo más remedio, porque mi padre estaba muy enfermo --comenta--. Mi madre me dijo que procurara resolver las cosas y no plantearle problemas. Yo no sabía por dónde meterle mano a aquello, pero Dios me ayudó. Tuve errores, pero salí adelante. Todo es posible si trabajas y te partes el pecho".

--Y teniendo buen olfato comercial, porque los tres hermanos no solo mantuvieron la empresa sino que la ensancharon.

--Tuvimos una gran ayuda de mi madre, que era extraordinaria. Se quedó viuda con 40 años y tuvo una enorme confianza en mí. Me dijo que repartiera lo que había como viera oportuno y así se hizo, la mitad para ella y la mitad para nosotros.

--Su hermano José tal vez haya sido el más conocido, porque fue concejal y vicepresidente de la Cámara de Comercio. Usted, sin embargo, parece haber rehuido la proyección social.

--A mi hermano lo llamábamos San José, de bueno que era. Confiaba tanto en la gente que lo engañaban por todos lados. Fue teniente de alcalde de Tráfico, y la política le costó el dinero, como a todo el que era honrado. A mí la política no me ha gustado nunca. Me ha gustado administrar bien las cosas. Estuve 16 años entre presidente y vicepresidente de la sociedad propietaria de la plaza de toros de Los califas. Se había creado una situación caótica, hubo que ampliar capital un cien por cien para afrontar la obra, que se había hecho con unos presupuestos equivocados. Hubo una asamblea extraordinaria y Francisco Jordano Barea, una persona magnífica que se presentó a la presidencia, me pidió que fuera su vicepresidente. Tuvimos un tesorero increíble que era el abogado Antonio Jiménez Porras.

--Entonces la gente iba más a los toros que ahora, ¿no cree?

--Yo creo que había más afición a los toros. Pero siempre ha sido un mundo complicado. A mí me gustaba irme tres horas antes de la corrida para ver el trasfondo de la fiesta.

--¿Qué otras aficiones tiene aparte de los toros?

--Me gusta mucho el campo.

--Imagino que en su casa habrán tenido siempre un buen ajuar. Por cristalerías y vajillas no quedaría la cosa.

--En casa del herrero cucharón de palo (ríe). No, la verdad es que de esas cosas se ha ocupado mi mujer. Lo que siempre he dicho es que de la empresa no coge un plato nadie si no lo paga.

--En abril del 2002 conmemoraron a lo grande las bodas de platino de la firma. ¿Cree usted que se celebrará el centenario?

--Yo creo que sí, porque mis hijos son muy trabajadores --asegura emocionado-- y llevan muy bien el negocio.