Creo que fue Charles Dickens quien dijo que un hombre nunca sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta y persevera. Alfonso Cabello lo sabe bien. Nació con una sola mano, pero eso nunca fue excusa para el abatimiento. Su discapacidad, lejos de ser un lastre, ha sido la llave con la que ha conseguido subir a lo más alto y saborear las mieles del éxito.

Nació en La Rambla, en el seno de una familia humilde, el menor de tres hermanos. Sus padres, trabajadores del campo, nunca supieron el motivo por el cual su hijo Alfonso llegó al mundo sin parte del antebrazo y la mano izquierda, pero tampoco dedicaron demasiado tiempo a lamentarse por ello. "He tenido suerte en la educación que me han dado, mis padres nunca me han sobreprotegido ni me han dicho no hagas esto o lo otro que te vas a caer, no me han metido miedo y por eso siempre he pensado que podía hacer todo lo que me propusiera", explica. Cuando tenía cuatro años, el médico recomendó a la familia que lo mejor para desarrollar la espalda del chico era practicar la natación, así que, durante años, Alfonso y su madre viajaron tres veces a la semana desde La Rambla al pabellón Vistalegre para que nadara. "Mi pasión son los deportes y se me daban bien, hasta ésos en los que se supone que necesitas dos manos, como el baloncesto o el balonmano".

De pequeño, hizo intentos por utilizar prótesis estéticas, pero al final las desechó. "Solo las uso cuando voy de traje, si no, son un engorro, pesan mucho, me hacían sudar y no son funcionales", asegura. Aunque se ha expuesto a pruebas físicas muy duras, dice que lo que más cuesta arriba se le hizo fue aprender a atarse los cordones de los zapatos. "Había gente que pensaba que yo no podría atármelos, pero yo me empeñé en que sí y con mucho esfuerzo conseguí encontrar la manera de hacerlo". Y es que, según cuenta, siempre le motivó hacer las cosas que más trabajo le costaban, por eso a los seis años aprendió a montar en bicicleta. "Primero con las ruedecitas y luego manteniendo el equilibrio y frenando con el freno trasero". Lejos de conformarse con dar paseos, pronto se volcó en la competición, en la modalidad acrobática de BMX. "Empecé a raíz de una marcha cicloturista que organizaron en mi pueblo, allí vieron que tenía posibilidades y me prestaron una bici de carreras para probar a correr y me gustó". En esos años, solo competía con otros niños sin discapacidad. "El primer año, quedé el último, pero luego mi padre me compró una bici y empecé a entrenar", recuerda, "al año siguiente quedé primero". Desde entonces, todo han sido triunfos. Antonio Cabello (al que no le une ningún parentesco) lo vio correr un día y le propuso buscarle un equipo de ciclismo paralímpico. Así fue como estuvo presente en la Vuelta al País Vasco, en el Campeonato de España de Ciclismo en Pista y cómo dejó la modalidad BMX para apostar por la velocidad y las distancias cortas en carretera y en pista. Sus éxitos más sonados llegaron con motivo del Mundial del 2011, donde obtuvo dos medallas de bronce en velocidad y por equipos y en los Juegos Paralímpicos de Londres de 2012. "Para mí, era un sueño acudir a unos juegos, así que entrené a tope en Mallorca con mi entrenador, José Antonio Escuredo". El esfuerzo no fue en vano. A sus 19 años, volvió de Londres con una medalla colgada del cuello y un récord del mundo bajo el brazo. El haber llegado a lo más alto del pódium no le ha hecho perder la cabeza, sino madurar y volcarse en los entrenamientos. "Siempre me he esforzado al máximo y sigo haciéndolo, todavía soy joven y aspiro a seguir compitiendo", asegura.

Buen estudiante y joven cabal, nunca ha dado de lado a los libros. "Ahora me gano la vida con las becas como deportista olímpico, pero eso no va a durar toda la vida, así que no he dejado los estudios, paré el año pasado para prepararme las olimpiadas y tengo intención de continuar, me gustaría hacer la carrera del INEF para ser profesor de Educación Física". Lo tiene claro. El deporte es su vida.