Yo soy el alfa y el omega, el primero y el último, el principio y el final, así te dice tu Dios Jehová. Yo hago todas las cosas nuevas, hecho está". Apocalipsis, 23.

Con esta frase grabada en la mente, Susana Rodríguez López, joven de férrea fe, asegura haber esperado durante años el momento que vivió la pasada Nochebuena.

Su historia comienza en Málaga, su ciudad natal, hace 35 años, cuando vino al mundo con una cardiopatía hipertrófica congénita heredadada de su padre de la que no fue diagnosticada hasta que cumplió los 16 años. "Me quedé embarazada y, a raíz del embarazo, la enfermedad, que había sido asintomática durante años, dio la cara", explica despacio, como quien rescata un recuerdo que se resiste a ser contado. Sentada al borde de la cama del hospital Reina Sofía, horas antes de salir, continúa su relato: "Mi hermana y todos los primos de la familia paterna están afectados por la misma dolencia". Ella fue la primera en sufrir sus efectos. "Estando embarazada, me operaron por error de un apendicitis que finalmente resultó ser un cólico nefrítico, y al no estar diagnosticada de la cardiopatía, me pusieron una anestesia normal que despertó la enfermedad y afectó al feto", explica. A los siete meses y medio, viendo que su salud peligraba sin poder hacerle pruebas y que el bebé padecía sufrimiento fetal, fue sometida a una cesárea. "A los 25 días, mi niño falleció por una perforación en el intestino". Sometida a partir de entonces a controles periódicos, le hicieron el primer cateterismo antes de cumplir la mayoría de edad, a raíz de un mareo que sufrió en Córdoba, donde sintió por primera vez que le "faltaba la vida". Aquel episodio la llevó hasta el hospital Reina Sofía, donde ha sido tratada desde entonces. Durante un tiempo, el tratamiento le permitió tener cierta calidad de vida. Incluso dio a luz a su hija mayor, de 14 años, sin graves problemas. Sin embargo, su corazón se fue debilitando hasta que el equipo de Cardiología decidió colocarle un desfibrilador (marcapasos). "Empecé a trabajar en la empresa de mi marido, pero lo tuve que dejar porque apenas tenía fuerzas para nada, ni siquiera podía llevar a mis niños al colegio, andaba con pasos muy pequeños y paraba constantemente porque me faltaba el aire, disimulaba cogiendo el móvil porque me daba vergüenza que la gente de la calle me viera así, no sabía qué podían pensar". Poco después del nacimiento de su hijo menor, que ahora tiene cinco años, los médicos la incluyeron en el protocolo de trasplantes, en el que detectaron un anticuerpo que elevaba sus defensas y aumentaba el riesgo de rechazo, exigiendo así encontrar un corazón muy especial. Cada diez días, se trasladaba a Córdoba para recibir la medicación y a punto estuvo de entrar en código cero. Dos veces fue alertada de posibles donantes compatibles que resultaron fallidos hasta que el pasado 23 de diciembre recibió la llamada . "Había estado ingresada diez días por insuficiencia renal y me dieron permiso para pasar la Nochebuena en casa, pero no fue así, tuve que volver", dice al tiempo que asegura que cuando sonó el teléfono supo que "había llegado el corazón que iba a ser para mí". Antes de entrar al quirófano, donde pasó 7 horas entre la vida y la muerte, sintió "paz", un sentimiento "muy profundo" que se completó cuando despertó sin la presión y el cansancio de los últimos años. "En ese momento, todo fue agradecimiento, en especial, hacia la madre que en medio de una desgracia tan dolorosa supo ser tan generosa de donar el corazón de su hijo/a".