Erase una vez un tiempo en el que el pasado y el presente se fundían para crear una nueva realidad. Entre dos plazas, una puramente medieval como Las Cañas y otra del siglo XVII, la de La Corredera, Córdoba decidió hace doce años recrear su particular mercado medieval, todo un desafío a la historia que permite al visitante disfrutar de un ambiente mezcla de zoco andalusí, Edad Media y contemporaneidad. Tres en uno.

Nada más cruzar el arco alto, se empieza a respirar el ambiente, impregnado en aroma a carnes a la brasa e imágenes de dulces manjares puestos a la venta por comerciantes vestidos al estilo antiguo. Se dejan ver algunas botas katiuska por aquello de que el mercado levanta el telón en jornada lluviosa.

Los precios, a pesar de estar ajustados al mínimo, serían astronómicos para un bolsillo de la Edad Media e indigestos para uno contemporáneo, por aquello de cómo está "la cosa" (nombrar la crisis en el mercado está prohibido). Adentrándose en sus callejuelas, salvo que uno sea de piedra, acaba sintiendo un hambre canina porque, mires adonde mires, todo son tentaciones. Quesos, carnes, preñaos , empanadas, churros, productos ibéricos, migas, crepes, barquillos, quesadas de Cantabria Marcos Pelayo que este año son novedad y hasta un cerdo abierto en canal que se dora a fuego lento llaman al visitante al oído invitándole a hincar el diente a todo lo que le alcance el bolsillo. Hay que ser muy fuerte para resistir los envites del estómago, sobre todo, porque no contentos con el aroma, los comerciantes te asaltan ofreciéndote degustaciones. Cosas del márketing medieval.

Y eso que distracciones no faltan. Como dice el alcalde de Córdoba, José Antonio Nieto, "el mercado está vivo". Vivo no, vivísimo. Aves rapaces conviven en el mismo escenario con un encantador de serpientes, un faquir, artesanos del vidrio, una bailarina del vientre, gente del circo, duendes, un tragafuegos y un espectáculo que recrea la captura de un dragón ambientado con músicos que, según mi amigo Alfonso, tienen un poco de todo, desde gaiteros con aire moruno a punkys-heavies del medievo y bailaores de flamenco disfrazados de saltimbanquis retro. La combinación de estilos da lugar a un sonido diferente.

Eso sí, conviene no gastar todo el presupuesto en comida y reservarse unos euros para el momento de la visita a los puestos de artesanía, que este año ofrecen desde cuencos aromatizados a platería, jeringas para hacer churros, elementos de decoración hechos en vidrio, manteles impermeables, tirantes de sujetador, libretas de papel reciclado (medieval se supone), casitas de barro, cerámica, bisutería, especies, golosinas de todo tipo, antigüedades, bolsos, brujas o productos de piel. Salvo libros, hay un poquito de todo. Entre las novedades artesanas, el granito de arroz con tu nombre metido en una botellita y las miniaturas de alambre elaboradas por el murciano Manuel Riera, que además vende juegos budistas para la meditación de nombre mandalas. Nada mejor que mandalear para evadirse de los problemas. Todo, entre las 11.00 y las 23.00 horas. Pasen y vean.