Volvió a Córdoba tras veinte años de ausencia tocada con atrevidos sombreros y envuelta en unos chales glamurosos. Era 1981 y Maite Béjar llegaba cargada de proyectos que giraban siempre en torno a la necesidad de importar a Córdoba el espíritu parisino, al menos en lo que tocaba a las artes.

--¿Qué panorama se encontró en aquella Córdoba de la Transición política? ¿Era muy distinta de la que dejó?

--Había mucha diferencia. Era una Córdoba muy agradable para vivir, muy cómoda. Y fue maravilloso tener esta casa en el centro, que ya habíamos comprado antes de venir.

--En 1982 montó una galería con la pretensión de traer todo lo que se cocía en la vanguardia pictórica. ¿Cómo recuerda la experiencia?

--Yo sabía que Manuela Vilches, una malagueña que había tenido galería abierta cinco años en Córdoba, se quemó muchísimo. Pero yo tenía muy claro lo que quería, seguir una línea de vanguardia, y que los pintores fueran coherentes con su obra, no un día te traigo esto y otro una cosa distinta. Claro que Córdoba no era París, pero yo fui muy feliz, vendiera o no vendiera. Y siempre compraba obra a los artistas, por eso tengo tantos cuadros. Traje a pintores de Italia, de La Martinica, de Alemania y por supuesto de Francia. Y cordobeses como Aguilera Amate, Marcial Gómez o Rafael Navarro, un gran pintor abstracto, expusieron en mi galería.

--¿Qué otras galerías funcionaban entonces?

--Muy pocas. La de Pepe Jiménez y poco más. La mía fue una galería pionera en la defensa del arte contemporáneo, la única. --Quiso crear una especie de ateneo pero no pudo porque ya existía otro. ¿La frustró?

--Sigo frustrada. Siento que no haya en Córdoba un espacio donde se reúnan los artistas. Yo quise crear un ateneo al estilo de ciudades como Madrid o Sevilla, porque lo que aquí hay no lo es, no tiene sede. Un ateneo necesita un espacio propio, con una sala grande para exponer o escuchar música o cualquier otra manifestación cultural, con un bar a precios baratos que anime al encuentro. Tenía la idea pero no el dinero, me faltó un respaldo institucional.

--En cierta forma ese punto de encuentro que deseaba se creó dos décadas después en la cafetería de La Pérgola, cuya sala de arte, de vida fugaz, dirigió usted.

--Sí, llevé cuatro años la galería y traje a muy buenos pintores. Fue a la vuelta de mi segunda estancia en París. Ya era abuela y quería disfrutar de mis nietos en Francia. Cerré la galería en el 2002 y me fui para allá. Pero volví y aquí estoy.