NACE EN CÓRDOBA (1937).

TRAYECTORIA MAESTRO NACIONAL, ESTUDIÓ EN LA ESCUELA SUPERIOR DE ARTE DRAMÁTICO Y ES PRIMER ACTOR DE ZARZUELA.

Es alto, enjuto, de severa verticalidad y aspecto riguroso. Pero tras el semblante serio y un poco trascendental, como si arrastrara las penas de medio mundo, Julio Sánchez Luque esconde a un hombre tierno y sentimental al que se le escapan las lágrimas recordando trances dolorosos de la vida. Y eso que, siendo actor profesional --oficio que compatibilizó con el de maestro de escuela--, bien podría hacer de tripas corazón y disimular sus emociones. Lo que pasa es que a este tipo quijotesco de semblante y talante le pierde la sinceridad casi tanto como la memoria, así que lo mismo goza que se atormenta con fechas y episodios que, en su voz grave, suenan cargados de dramatismo.

--Le habrán dicho muchas veces que tiene una voz que ya la querrían para sí muchos galanes de cine, ¿no?

--Yo es que aparte de la cosa natural, tuve la suerte de tener un gran profesor de Ortofonía y Dicción, don José Herrera Duchemín. Luego estuve diecisiete años en la radio como locutor, y todo eso ayuda. Pero no la cuido nada.

--No me extraña que con esa voz sea actor lírico, lo que resulta raro es que no cante.

--En mi familia ha habido una gran voz, que era la de mi abuela Espíritu Santo, la madre de mi madre, pero nadie se ha dedicado a la cuestión artística. A mí lo que me falta es oído musical.

--¿Y cómo, siendo maestro, acabó de primer actor?

--Porque tuve el altísimo honor de conocer personalmente al barítono de la voz de oro, José María Aguilar, que era de Espejo. Mi familia vivía en Espejo y tenía una gran amistad con él. A pesar de los años que nos separaban, nos hicimos íntimos amigos y él debió intuir mis posibilidades porque me dijo: "Julio, me voy a morir sin verte en lo alto de un escenario, pero yo sé que serás actor de zarzuela". Profecía que se cumplió en 1984 cuando debuté profesionalmente en una compañía. Yo dejé Espejo, donde ejercí durante 25 años la docencia, en el año 81, con 44 años. Quería ser actor, pero actor salido de una Escuela de Arte Dramático, de modo que aquel año me matriculé en la Escuela de Arte Dramático de Córdoba. Y una vez conseguido el título me hicieron unas pruebas en Madrid y ahí empezó todo.

Se le dibuja a Julio Sánchez una sonrisa de oreja a oreja cuando habla de la Escuela de Arte Dramático y del que fuera su director, Miguel Salcedo Hierro, al que siempre se refiere como "mi maestro, la persona cuyos consejos seguía a ciegas". "Al principio los alumnos, como me veían muy mayor, creían que era un nuevo profesor y tenía que decirles que no, que era uno más. Y de la Escuela solo te diré, y lo hago de corazón --apunta con la voz entrecortada-- que he recorrido luego toda España con diversas compañías y las mejores credenciales eran decir que procedía de la Escuela Superior de Arte Dramático de Córdoba".

--¿Recuerda su debut?

--Claro, fue gracias al tenor cordobés Fernando Carmona, que tenía la compañía Ruperto Chapí y me llevó con ella por media España. Debuté con él en Villanueva del Arzobispo en el año 1984 con La del manojo de rosas . No te miento si te digo que creo que me llevaba de la mano José María Aguilar, porque aquel día resonaban en mis oídos las palabras que me dijo paseando por Espejo.

--En tantos años sobre las tablas y de aquí para allá habrá reunido un anecdotario jugoso...

--Pues mira, te voy a contar algo que ocurrió aquí en Córdoba, en la Primera Semana Lírica, actuando con la compañía Ruperto Chapí. Presentábamos La viejecita , una de las obras cumbres de Fernando Carmona. Era la primera vez que yo hacía el papel de marqués y lo llevaba cogido con alfileres. Tenía que decir una frase, "pasemos al salón", con la que acababa el primer acto y que era la que le daba pie al telonero para bajar el telón; pero no sé cómo se me escapó la frase antes de tiempo, se echó el telón, el maestro se quedó con la batuta cogida y aquel acto no duró más de cinco minutos.

--¿Y cómo salieron del paso?

--El público no se dio cuenta --contesta riendo--. Otra vez, en el Teatro de la Villa de Madrid, hacía el papel del Tío Piporro, de La alegría de la huerta , y tenía que salir a escena y quitarle la bota de vino al tenor cómico, que era Carlos Bofill, al que quiero como un hijo. Pues bien, el muy canalla de Bofill, que sabía perfectamente que a mí el vino

me marea con solo olerlo, le dijo al regidor con muy mala idea que llenara la bota. Yo se la quito diciéndole que parece mentira, que era un borracho; él me invita a que lo pruebe, lo pruebo y se supone que me la tenía que quitar pero no lo hizo. Solo te digo que en la escena siguiente aparecí con gafas de sol puestas. Pillé tal melopea que no me explico cómo aquella Alegría de la huertapudo salir adelante.

--Pues muy alegremente.

--Y tanto, ya lo creo...

Estamos sentados en torno a una mesa camilla, en la sala de estar de su piso de Vallellano, hasta donde se cuela desde una amplia terraza el sol tibio de esta mañana de otoño. Es una estancia recogida y atiborrada de fotos y placas de homenajes --fruto de las muchas conferencias y pregones que Julio Sánchez lleva dados--. Un rincón tranquilo que se presta a las confidencias. "¿Que si hay divismo en la zarzuela? Gracias a Dios he trabajado con personas de las que no he hecho más que una cosa, aprender --advierte--. Una representación de zarzuela la hace un conjunto de personas, aunque entre ellas surjan voces deslumbrantes como la de un Pedro Lavirgen".

--¿Actuó con Pedro Lavirgen?

--No he tenido esa suerte, pero sí la satisfacción de que haya visto bastantes de mis actuaciones. En el año 93 me llamó Televisión Española para intervenir en un homenaje que se rindió a Pedro Lavirgen a nivel nacional en el Teatro Monumental de Madrid. Un homenaje que a mí me costó muchas lágrimas al pensar "qué lástima que no se esté celebrando en Córdoba".

--Pero su experiencia televisiva va más allá. Tengo entendido que participó en la serie 'Juncal', al lado del gran Paco Rabal.

--Sí, eso tiene mucha gracia. Actué solo en dos capítulos con un papel cortísimo, hacía de recepcionista del hotel donde se hospedaba Juncal en Córdoba. Todo el mundo venía de fuera menos yo, y luego me enteré de que me llamaron porque buscaban una voz con la gravedad parecida a la de Paco Rabal, con quien yo mantenía un corto diálogo, porque si no había que hacer un doblaje de voz en Madrid.

Hasta que se jubiló del magisterio, allá por 1997, este tipo nervioso y diligente simultaneó la docencia y las tablas, dos mundos tan distintos que cuesta imaginar cómo logró conjugarlos. "Me cargué el Renault 12 que tenía --dice--. A todos los empresarios les decía que a lo largo del curso solo podían contar conmigo los fines de semana. Me iba con mi maletita el viernes por la tarde a clase y desde allí salía para donde fuera a actuar el sábado. Y el domingo de vuelta".

--Si a un actor se le presupone cierta bohemia y a un enseñante seriedad y rigor, cabría preguntarse quién es el verdadero Julio Sánchez Luque.

--El maestro. He intentado siempre dar al magisterio la categoría que debe de tener. Pero el maestro de escuela, que es como a mí me gusta que me llamen, a veces tiene que hacer de actor delante de los niños para ser comprendido.

--Las dos son carreras muy vocacionales.

--Sí, elegí el magisterio por vocación. Mi madre era maestra y mi padre practicante. El quería que yo hubiese sido médico, pero había tres hermanos detrás de mí y económicamente no podía ser. Entonces mis padres vivían en Espejo y en Córdoba no se podía estudiar más que Veterinaria o Magisterio y opté por lo segundo. Y con el tiempo me casé con una maestra.

--Allí en Espejo, su primer destino, ejerció durante más de dos décadas, ¿no?

--Sí, desde 1956 al 81, aunque con un paréntesis de dos o tres años que estuve en Castro del Río. Acabé con 18 años la carrera y no se me permitía opositar hasta los 19, y estuve en Espejo en una escuela parroquial montada en la antigua ermita de Santo Domingo gracias al párroco, don Antonio Castillo Poyato. Había una escuela de niñas y otra de niños, para la que yo fui nombrado. Dos años después, en 1958, llegó Paquita desde Monte

mayor, y allí surgió ese bendito flechazo que nos permitió tener dos hijos y tres nietos.

--Imagino que podría escribir un libro sobre las vivencias de un maestro rural.

--Mira, yo siempre me he sentido muy orgulloso de ser maestro. ¿Tú sabes el orgullo que es para mí sentarme en la Real Academia como académico correspondiente y ver que tengo de compañeros a alumnos míos?

--¿Era verdad el dicho aquel de "pasa más hambre que un maestro de escuela?".

--Es cierto. Yo entré ganando 665,20 pesetas. El sueldo no llegaba, pero la sociedad te consideraba como un señor, porque entonces existía la simbiosis, hoy por desgracia desaparecida, entre el padre y el maestro, que es un simple ayudante de aquel. Siempre me he sentido segundo padre de mis alumnos.

--¿Y dio muchos regletazos?

--Yo no estoy conforme con el dicho de "la letra con sangre entra". Ahora, mentiría si digo que no he dado una guantada a ningún niño. Pero siempre he llamado al padre para decirle: "Hoy he tenido que hacer esto por esto". Yo recuerdo con devoción a mi maestro de Espejo, don Rafael Lucena Díaz.

Bautizado en la parroquia de San Miguel, Julio Sánchez nació en casa de su abuela materna, en la calle de la Plata, justo encima del famoso bar del mismo nombre. Pero su infancia de niño de la guerra la pasó con sus padres en Espejo. Fue una niñez "muy feliz y sin demasiadas necesidades --apunta-- gracias a los dos sueldos de mis padres". Una niñez que tuvo una segunda etapa, a partir de los nueve años, cuando fue enviado a la capital. "Me mandaron con mi abuela paterna y mis tíos para que estudiase, y me matricularon en el Colegio Cervantes, que estaba en la plaza de la Compañía".

--¿Qué ambiente había en el colegio de los maristas?

--Un ambiente estupendo. Me acuerdo perfectísimamente del hermano Epifanio del Val, el director; cuando nos daban las notas, a los que sacábamos matrícula de honor nos repartía chucherías que guardaba en una caja metálica de carne membrillo. Y todo el que haya estudiado en el colegio Cervantes se acordará del hermano Tomás, en la secretaría. Los jueves nos llevaban a jugar al fútbol por Vistalegre, que era campo.

--¿En qué barrio vivía?

--Vivía en la calle Cardenal González, en una casa donde ahora hay una tienda de souvenirs y que estaba entre la casa del magistral de la Catedral y la del entonces párroco del Sagrario, don José María Molina.

--Qué curioso, un vecindario tan respetable en una calle asociada hasta no hace mucho con la prostitución.

--Y la había. Las casas de "niñas malas" comenzaban desde mitad de la calle hasta la Cruz del Rastro; desde el Triunfo hasta donde está hoy la casa de baños árabes eran casas normales. Luego la cosa degeneraba. Allí en Cardenal González, y en general en el barrio de la Catedral, los vecinos salíamos a las puertas por la noche con botijo y pipas de melón, secadas al sol y con su sal. Existía hermandad entre los vecinos, no veías una puerta cerrada. Y pocas veces he jugado en el Patio de los Naranjos...

La suya fue, pues, una infancia alegre y sin desarraigos, porque los padres "venían desde el pueblo todas las semanas a verme". Esa condición de "persona familiar", como él se describe, hizo que no le pesara dejar la capital, en plena juventud, para volver a Espejo. "Mis premisas principales son familia y amigos --proclama--, pero amigos con mayúscula, y me precio de tener algunos. Y después ese gusanillo del teatro me animaba, porque en Espejo teníamos formada una compañía de teatro. Es más, el sagrario de la iglesia de San Bartolomé se compró gracias al dinero recaudado con funciones de teatro que hicimos siendo párroco don José Romero".

--Aparte de teatro, también le tentó el periodismo. Fue corresponsal de este periódico, y luego trabajó en la radio.

--Sí, fui muchos años corresponsal, cuando lo dirigía don Federico Miraz. Y lo de la radio vino porque el entonces director de La Voz de Andalucía , Fernando Bajo, quiso que desde Espejo participara en el programa La provincia es noticia , que presentaba Manuel Sánchez Romero, un locutor extraordinario. Luego llego a Córdoba y se me asigna el programa Ateneo , y finalmente hiceMúsica de siempre , el espacio en directo dedicado a la zarzuela que tanta audiencia tenía.

--Sin duda lo suyo es el contacto con el público, porque además de todo lo anterior no ha parado de dar pregones.

--¡Madre mía! Pregones de todo: las romerías de Linares y Santo Domingo, exaltación de la saeta, pregones de Semana Santa... Y conferencias ni te cuento. Soy muy tímido, pero cuando piso unas tablas ya no soy Julio Sánchez, ya tengo que interpretar todo lo que hable.

--Sigue actuando a los 75 años. ¿No se cansa?

--Es que cuando subo al escenario me creo que tengo la edad del corista más joven. Es una transformación que ni tú mismo entiendes.