NACE EN CÓRDOBA (1926).

CARGOS: PRIMER TENIENTE DE ALCALDE EN EL PRIMER AYUNTAMIENTO DEMOCRÁTICO (1979-83) Y DELEGADO PROVINCIAL DE SALUD (1983-87).

Hubo una época corta, apenas un par de años, en que tocó de cerca el poder municipal este hombre alto y entonces más bien estirado --aunque bajo su aspecto pomposo latiera un corazón socialista siempre escorado hacia las causas sociales--. Fue en el primer gobierno local de la democracia, encabezado por Julio Anguita, con quien Antonio Zurita de Julián, su segundo de a bordo en virtud de unos enrevesados pactos entre PCE, PSOE, UCD y PSA, mantuvo un pulso tan visceral que el califa rojo lo echó de la primera tenencia de Alcaldía y tuvo que pasar el resto de la legislatura como concejal raso.

Luego vendría una delegación provincial, la de Salud, y antes y después de todo aquello, un sinfín de iniciativas puestas en marcha por este ciudadano inquieto. Pero aquellos maravillosos años en que todo olía a nuevo dejaron en Antonio Zurita --un tipo sentimental que aun hoy, a los 85 años, disimula sus emociones bajo una risilla malévola--, una huella tan profunda que quiere conservarla por escrito cuanto antes, a salvo del olvido que ya ronda su puerta.

--¿Cómo lleva la redacción de sus memorias?

--Bien, bueno... llevo unos meses trabajando en ellas y me quedan aún algunos episodios a cual más interesante. Me está gustando mucho escribirlas, porque estoy rememorando muchas cosas. Son tantos recuerdos que dejar escritos...

--Es que ha tenido una vida muy ocupada. Veamos: tuvo una intensa experiencia política, sobre todo en el ámbito municipal; y participó en la fundación de un puñado de foros sociales y vecinales. ¿Cómo resumiría lo mejor y lo peor de su vida?

--Lo mejor ha sido participar en la política de Córdoba con una trayectoria que creo que ha sido buena, aunque otros pensarán lo contrario. Lo peor... Lamento no haber sido más decidido en mi actuación en algunos momentos. Pasó desde el principio, hubiera querido ser más rebelde, pero mi madre, que había quedado viuda con cinco hijos al principio de la guerra, me decía: "Hijo, no te metas en política". Tenía razones potentes para aconsejármelo pero yo, pese a tener las mismas razones, tenía otra también que era ser una persona activa.

--Empecemos por el principio, por el niño venido al mundo en el popular barrio de San Agustín. ¿Qué recuerdos de su infancia le vienen a la mente?

--Sí, nací en un piso de la plaza de San Agustín que tenían alquilado mis abuelos paternos. Pero allí viví poco, algo más de un año. Mi padre cada vez que nacía un hijo buscaba otro piso, así que estuvimos peregrinando mucho tiempo. Nos mudamos a la calle Reyes Católicos, y después a un piso bajo de la calle Mateo Inurria, que entonces era la calle Fitero, una que baja en cuesta desde Alfaros.

--Entonces, su escuela sería el Grupo Colón, que dicen que era el de más avanzada enseñanza en Córdoba.

--Así es, impartía el método Montessori; daba una enseñanza extraordinaria. Allí nos llevaron a mi hermano mayor y a mí siendo muy niños. Era un colegio mixto, muy raro entonces. Recuerdo que incluso me eché novia en el parvulario, naturalmente compartida (ríe). Nos daban arcilla para modelar y en una ocasión hice un nazareno que quedó muy bien. Después estuve en un colegio de la calle Góngora, al lado de donde estaba la Casa de Socorro.

Por el ventanal de su piso en la calle Vázquez Aroca, junto al que conversamos a la luz rosácea de la tarde agonizante, se cuelan los muros de la antigua Facultad de Veterinaria, actual Rectorado. Es decir, que estamos en el corazón de Ciudad Jardín, barrio al que Antonio Zurita lleva vinculado casi toda la vida. Tenía unos ocho años cuando la familia se trasladó a la zona, pero entonces Ciudad Jardín ni era barrio ni tenía tal nombre. Eran unas huertas sobre las que se empezaban a edificar tímidamente algunas viviendas.

"Nosotros vivíamos en la única calle que había entonces; Primera de la Huerta Cardosa se llamaba, más tarde Alcalde de la Cruz Ceballos. Y la segunda que se hizo fue la calle Marruecos --dice frotándose la sien derecha, donde una reciente caída le ocasionó un moratón y tres días de revisión en el hospital--. Nos mudamos de alquiler a unos pisos que había hecho un compañero de mi padre, que era maquinista de la Compañía de Ferrocarriles Andaluces, con una subvención que daba el Gobierno republica

no. La calle estaba sin rellenar del todo, teníamos que entrar por una puerta trasera. Antonio Franco, dueño de un taller de pintura que era una figura en el barrio, estuvo pagando a los carreros 25 céntimos por cada carro de tierra para cubrir la parte que quedaba".

--¿A qué jugaba de niño, allí entre las huertas?

--Esto era pleno campo, y jugábamos a lo clásico, a pedreas y tonteando con las niñas. Me dio por organizar un teatrillo... Pero mi principal recuerdo de entonces es muy triste. Un día mi hermano Pepe, el mayor, y yo subimos con mi padre a la azotea y vimos mucho movimiento y gente con fusiles. "Esto es la guerra ya", dijo mi padre, sin saber que unos días después, en agosto del 36, iba a estar muerto.

--¿Su padre era un hombre comprometido políticamente?

--Era sindicalista y tuvo problemas con el jefe de estación, que me parece que fue el que lo delató. Lo metieron once días en la cárcel, que estaba en el Alcázar de los Reyes Cristianos, y de allí no salió. Y no solo él, sino tampoco un hermano más joven que había entrado en ferrocarriles como mecánico de taller. Mediaron unos tíos de mi madre, frailes claretianos, para intentar salvar a mi padre. Confiaban en la llegada del general Varela, pero no vino. El mismo día que entró don Bruno, una mala bestia que era el jefe de Orden Público, fusilaron a mi padre. Y a mi tío al día siguiente.

--¿Cómo sobrevivió su madre, viuda joven y con cinco hijos?

--Nos dieron refugio en el Hospicio, donde luego se instaló la Diputación, porque un hermano de mi madre era el director de la Imprenta Provincial. Nos autorizaron a varias familias a meternos allí por los bombardeos. A los pocos días murió la niña, que era un bebé, y a los niños nos repartieron. A mí me mandaron con mi padrino, que vivía en Santa Marina.

--¿Fueron esos horrores los que despertaron su condición de hombre de izquierdas?

--Sin duda, aparte de lo que le escuchaba a mi padre. Por ejemplo, viviendo con mi abuela en la calle Reyes Católicos, una vez que estaba yo en brazos de mi padre los oí discutiendo, ella defendiendo la Monarquía y su hijo la República. "Pues mi niño será monárquico", dijo ella refiriéndose a mí. Y le contesté: "Yo soy republicano hasta el hueso", que se ve que era una expresión que había oído y de la que naturalmente no tenía conciencia clara. Yo admiraba a los exploradores, una especie de boys scouts de la República, pero me quedé con las ganas de entrar en aquella organización.

--Lo que sí hizo, ya de joven, fue montar un equipo de fútbol en Ciudad Jardín. ¿Cómo le dio por ahí?

--Sí, lo creé aquí en la Huerta Cardosa. Y después, cuando entré a trabajar en el Instituto Nacional de Previsión, monté otro equipo de baloncesto.

--¿Cómo era la Córdoba de su juventud?

--Muy agradable. Salíamos a pasear por el Gran Capitán, que era el tontódromo . Para mí Córdoba era ideal. Iba casi todas las semanas al cine, sobre todo al gallinero del Gran Teatro. Había una escalera de madera y si habíamos visto una película del Oeste bajábamos como si trotáramos con el caballo.

Ya por entonces, reunidos todos los hijos con la madre, habían vuelto a Ciudad Jardín. Y allí echó raíces definitivas este tipo hablador y de sonrisa socarrona que ahora, entre fuertes golpes de tos que contraataca con los caramelos de menta que le trae Margarita, su mujer, explica cómo asistió a la transformación del barrio y que fue él quien puso en marcha la primera asociación de vecinos. "Ciudad Jardín empezó a crecer cuando salió una ley de promoción de viviendas con unos préstamos a pagar en 50 años --afirma--. Yo monté con mis compañeros del Instituto Nacional de Previsión en 1958 una de las primeras promociones de viviendas, cuatro bloques en la calle que precisamente por eso se llamó Previsión".

--Aquello tuvo que ver con su pertenencia a las Hermandades del Trabajo, ¿no?

--Sí, bueno, las Hermandades hicieron una extraordinaria labor como movimiento católico comprometido socialmente con la izquierda. Yo vine de la mili, que la hice en Marruecos, y me metí en la vocalía social de la Hermandad del Perpetuo Socorro, que era la del Instituto. Funcionaban también las hermandades de Renfe y Telefónica, y todas nos unimos cuando Fray Albino impulsó las Hermandades del Trabajo en Córdoba, siguiendo el ejemplo de las de Madrid, y nombró al padre Carlos Romero su consiliario.

--Pero es que se apuntaba usted

a todo, porque luego fue uno de los promotores del Círculo Juan XXIII, aquel semillero de libertades tan recordado.

--Al Juan llegué a través de mi compañero Fernando Alvarez, Joaquín Martínez Bjorkman, Rafael Sarazá, Balbino Povedano, Luis Valverde y sobre todo Pepe Aumente. Este, cuando salió la encíclica de Juan XXIII Pacem in terris vio en ella el vehículo para crear un foro cultural progresista. Nos juntamos en el chalet de Luis Valverde, un ingeniero de la Electromecánica, y allí se creó. En el Juan hicimos la oposición a Franco. Por allí pasaron casi todos los que luego serían protagonistas de la política.

--Muchos de los socios del Juan XXIII le acompañaron en otro proyecto, la librería Agora. ¿Cómo se le ocurrió lo de meterse a librero?

--No, el que se metió fue Fernando Alvarez, y le acompañamos muchos que nos conocíamos del Juan y del cineclub del Círculo de la Amistad. Estaba aquí al lado, en la calle Antonio Maura. Fuimos a París y nos trajimos libros que aquí no circulaban. Fue otro de los bastiones de la izquierda, vivero de la primera corporación municipal democrática. Nos llamaban "los comunistas del Niño Jesús".

--¿Se hicieron bien las cosas durante la Transición en Córdoba?

--Yo no diría que bien. Se hizo todo lo posible. En la clandestinidad el que más trabajó fue el PCE. Yo viví la Transición con mucha intensidad. La muerte de mi padre fue un acicate para mi entrada en política.

Antes de llegar al PSOE para quedarse, en aquellos años en que la incipiente democracia se convirtió en una sopa de letras donde bailaban las siglas, Antonio Zurita fue un picaflor de la política: empezó coqueteando con el PCE, aunque nunca llegó a militante; luego puso en marcha junto a José Aumente y Aristóteles Moreno la versión cordobesa de la Alianza Socialista de Andalucía que había creado Rojas Marcos, pero sus desavenencias con éste ("No lo vi claro, era muy ambicioso y liante") le hicieron abandonar la formación antes de que ésta se convirtiera en el PSA. En 1976 lo nombran secretario regional del Partido Socialista Popular de Tierno Galván, cuyas aguas acabaron desembocando tras las primeras elecciones parlamentarias en el Partido Socialista y, nadando en ellas, Zurita de Julián. "El 'viejo profesor', como le llamábamos, era un hombre excepcional, uno de los políticos de mayor inteligencia y preparación --dice--. Vino a dar un mitin en Puente Genil, y de vuelta nos dice: 'Compañeros, me debo parar en Montilla, que tengo allí un compromiso'. Y era que, aun siendo ya muy tarde, había quedado con el librero Manuel Ruiz Luque".

--Se ve que con el PSOE llegó al sitio adecuado en el momento oportuno, porque el partido lo colocó de cabeza de lista en las municipales de 1979. ¿Cómo asumió el reto?

--Lo emprendí con fuerza, pero ocurrió lo que ocurrió. Ganó el PCE y Julio Anguita fue alcalde. La verdad es que nuestra campaña fue un desastre. La llevó Sebastián Cuevas, al que no se le ocurrió mejor cosa que subirnos en carros tirados por mulas sobre los que explicábamos el programa como si fueran cordeles de ciego. Ibamos rompiendo botijos para llamar la atención y, en fin, resultó populachero.

--¿Se arrepintió alguna vez de dar ese paso? Se lo digo porque aún hoy hay quienes piensan que si en lugar de a usted el PSOE hubiera puesto de alcaldable en 1979 a Martínez Bjorkman las cosas le hubieran ido mucho mejor en la capital, que se le sigue resistiendo.

--No sé qué hubiera ocurrido. Joaquín se presentó en 1983 y sacó cinco concejales. Nos unía una gran amistad, y es cierto que la mayor aspiración de Bjorkman era la de ser alcalde, pero el partido no se fiaba mucho de su carácter. Era un hombre brillante pero muy difícil, no estaba bien visto. Cuatro años después lo presentaron y sacó muchos menos concejales que yo.

--¿Por qué no repitió usted en las siguientes municipales?

--Porque ni Joaquín lo quería ni yo tampoco. Pedí el reingreso en el INP y menos mal que lo hice, justo antes de que desapareciera la mutualidad especial que teníamos. El fracaso político personalmente me vino bien.

--No debió quedar del todo escaldado de la política, porque después fue delegado de Salud y Consumo. ¿Le resultó más cómoda la experiencia?

--Muchísimo más. Hice buenas cosas a nivel interno. Y, como entonces la Feria estaba en La Victoria, conseguí aprovechar el solar contiguo a la delegación para instalar una caseta.

--La última iniciativa que le conozco es el Foro Agora del Pensamiento Social, que reunía un selecto plantel de eméritos. ¿Lo mantienen vivo?

--Está dormitando. Fue a propuesta de Manuel Rubia, queríamos aprovechar el conocimiento de mayores que habían tenido una vida muy activa. Pero nos hemos hecho demasiado mayores y ha perdido fuelle.

--¿Cómo ve la Córdoba actual?

--Córdoba es una ciudad adormecida. No llegan a cuajar las empresas salvo que las planteen desde fuera.