Basta con mirarla a los ojos y ver con qué dulzura habla sobre los malos tragos que ha sufrido en la vida para entender sus ansias por recuperar el tiempo perdido. Tras años conviviendo con la enfermedad, la casa de Ana es el refugio de un equipo en el que padre, hija, pareja y bebé encajan a la perfección. "Cuando yo falto", dice el padre, "me sustituye mi yerno y viceversa", asienten los dos. El día que les informaron de que Ana debía quedar ingresada en Córdoba, a la espera de un trasplante, la noticia cayó como un jarro de agua fría. "Menos mal que me han traído a mi hija desde Algeciras un día", dice ella, que confía en que "nada pasa por casualidad".