Abandonar tu país y recorrer más de 6.000 kilómetros para instalarse en otro del que no se conoce ni siquiera el idioma no es una decisión baladí. Cosmas Sila Kivanayo salió de Kenia hace más de un año en busca de un futuro mejor. Ahora que los inmigrantes regresan a casa, cuando el paro y la crisis obligan a muchos a olvidar sus sueños, él inició el camino inverso, a contracorriente.

Con una maleta llena de ilusión y su larga experiencia como profesor, orientó su brújula en dirección a Europa, se despidió de toda su familia y con los pocos ahorros de que disponía, se embarcó en el viaje de su vida.

Nacido hace 38 años en Nairobi, Cosmas siempre tuvo una vocación definida por la docencia. Hijo de una familia supernumerosa, de padre militar y polígamo, compartió su infancia con ocho hermanos y seis hermanastros. En un país donde las condiciones medias de vida son bastante precarias, decidió ingresar en un seminario al terminar Secundaria, donde accedió a los estudios de Filosofía.

Ocho años después, fue enviado a trabajar con adolescentes y jóvenes a un pueblecito del interior de Kenia, donde, a cambio de lo justo para sobrevivir, empezó a dar clases de Geografía e Historia a chavales sin recursos. Tres años más tarde, fue trasladado a una parroquia, aún más alejada de Nairobi, con la misión de educar a niños de la tribu de los masais, en la parte más agreste de Africa, donde un hombre de ciudad como él aprendió a vivir con los medios más rudimentarios, apartado de cualquier indicio de civilización.

Aunque mantiene intacta su fe, abandonó el camino del sacerdocio al detectar "la enorme corrupción" que envolvía a la Iglesia en su país, momento en el que decidió volcarse aún más en su carrera como docente. Gracias a su esfuerzo, llegó a ser director de una escuela de Secundaria de Kenia. "Siendo director, cobraba unos 250 euros al mes", recuerda, "una cantidad que no te llega casi para comer porque aunque los sueldos son muy bajos, los precios y los impuestos que hay que pagar en una ciudad como Nairobi son caros".

Fue en aquella época cuando Cosmas decidió dar el salto a Europa. "Seguía en contacto con una antigua novia que se vino a España, a Córdoba en concreto", así que se lió la manta a la cabeza y se vino con ella. El 28 de febrero del 2010 pisó por primera vez tierra española. Una vez juntos, la relación no cuajó, así que hace tiempo que han dejado de vivir juntos. "Comparto un piso en el barrio del Guadalquivir con otros tres chicos de Marruecos", explica, "no me quejo, la gente de Córdoba se ha portado muy bien conmigo y en este tiempo he podido hacer amigos".

Su integración ha sido ejemplar gracias a su esfuerzo y sus ganas de ayudar. A falta de empleo fijo, comparte su tiempo con otros inmigrantes en Cruz Roja y en APIC. "Contacté con Cruz Roja a través de una amiga de mi novia y me ofrecí a enseñar inglés", explica salpicando en la conversación palabras en inglés y español. A pesar de las dificultades y alguna que otra decepción, se muestra entusiasta. "Si luchas, la suerte llega".