No es un año en el que la peste haya arruinado el mercado medieval (aunque hay algunos rincones de las inmediaciones que ayer olían). Tampoco han pasado mesnadas arrasándolo todo camino de la guerra. La actual crisis no ha sido tan inmisericorde con Córdoba y su mercado, pero bien podría decirse que nos encontramos en un año de langostas, de aquella plaga medieval que dejaba sin sustento a muchas familias y que se hacía notar en toda la vida de la ciudad. "Hombre, la gente pasea más que nunca, pero lo que es comprar, compran menos que el año pasado", resumía ayer Bienvenido Ramírez en su puesto de esencias y taller de barro, en la plaza del Potro. "Es que con muchas familias sin ingresar, en enero, y a final de mes..." decía sin terminar la frase.

Pero a falta de dinero, había imaginación y buen humor en el mercado, con escenas tan chocantes como la de un vendedor de alimentos caracterizado de musulmán medieval haciendo cuentas de sus ventas con una modernísima tablet, o los pequeños que recibían en el Potro su primera clase de tiro con arco, o la alegría de Joaquín Salgado, vecino de la calle Armas, satisfecho porque con los años se está organizando mejor el mercado y ya no hay puestos que dificulten el paso. Además, es de suponer que estará contento también porque le han colocado en frente de su casa aperos de labranza, ya que hubo años en donde nada más salir de casa se daba de bruces con tétricos instrumentos de tortura. Toda una jornada de anécdotas en un mercado en el que, como dice el vendedor Bienvenido Ramírez, "lo importante es que la gente venga, se ilusione y se olvide de los problemas, y si así compran algo..."