Ana Lara es una mujer fuerte, de mirada serena y corazón grande. Discreta y sencilla, no le atrae la idea de hablar de su vida privada. Siente pudor por su intimidad pero, sobre todo, por la de su marido, enfermo de alzhéimer desde hace 16 años, pero accede a contarme su historia "por si a alguien le pudiera hacer algún bien" conocer su testimonio.

No sin cierta resistencia, Ana relata que nació en Pedro Abad hace 78 años, pero lleva toda la vida en Córdoba. Enfermera de profesión, conoció a su marido en el barrio de Cañero, donde ambos crecieron, un empleado de banca culto y con muy buena planta que siempre hizo gala de un carácter amable y tranquilo.

Madre de seis hijos, Ana dejó su trabajo en la antigua residencia de Noreña para centrarse en la familia hasta que el pequeño tuvo dos años y volvió a incorporarse a su trabajo en el centro de salud de la Fuensanta, donde ejerció durante 21 años. Paco empezó a dar síntomas de su enfermedad al poco tiempo de jubilarse, cuando ella aún estaba en activo. "Al principio, olvidaba cosas, se desorientaba, tenía despistes, pero no le dábamos importancia, hasta que un día se sienta en el coche y no sabe conducir, entonces te asustas", explica Ana.

El desconcierto que produce la enfermedad de Alzhéimer va en aumento a medida que avanzan los síntomas. "Tienes que tener mil ojos, cuidar que esté echada la llave de casa para que no se salga, quitar las cosas con las que se pueda hacer daño...", explica, "los cambios son poco a poco, hay distintas fases y no son iguales para todos los enfermos", comenta. "Yo he tenido la suerte de que mi marido ha estado siempre pendiente de mí y se ha dejado guiar, ha sido dócil en su enfermedad, pero hay casos en los que se vuelven muy agresivos y resulta complicado controlarlos".

Durante más de una década, Ana ha vivido prácticamente pegada a su marido. "Tengo la ayuda de mis seis hijos, que se turnan cada día para venir por las tardes a estar con él y por las noches a acostarlo", dice agradecida, "pero cuesta mucho dejarlo solo porque sientes que tienes que estar a su lado". Es parte del llamado síndrome del cuidador que hizo caer a Ana en depresión hace unos años y que ahora combate con la pintura y el yoga. "Nos hemos trasladado a Trassierra, cerca de dos de mis hijos, y la verdad es que esto es muy bonito, pero yo he sido una mujer muy activa, acostumbrada a vivir en el bullicio de la avenida de Barcelona, y tanta tranquilidad te pone a veces de los nervios, así que ahora cuando vienen mis hijos, aprovecho para ir a clase en el centro cívico".

Cuando le pido un consejo para los que acaban de recibir el diagnóstico de un familiar, me habla de adaptación. "Hay que aceptar que la enfermedad no se adapta a ti, eres tú quien tiene que adaptarte al enfermo, a sus cambios, a su evolución".

Lleva años sin tener una conversación con su marido porque Paco dejó de hablar y de reconocer a los suyos muy pronto. "Es doloroso, pero tienes que entender que tu marido, con quien has compartido tantas cosas, ya no sepa quién eres, y estar preparada para que un hombre que siempre ha sido muy educado reaccione de mala manera al encontrarse con un conocido", explica. "Se pasa mal porque él no lleva una chapa en la solapa diciendo lo que tiene y el que no sabe nada, no lo comprende, pero hay que asumirlo y seguir".

El reto consiste en aprender que contra el alzhéimer no cabe resistencia. La única fórmula eficaz es "tener paciencia y darles mucho cariño".