realidad, pero ahí la realidad lo supera todo. No hay que fingir colores falsos, luces artificiales que nunca existieron para contentar al turista.

--¿Y Córdoba? ¿Cómo la ve?

--Es una ciudad que desde sus orígenes siente orgullo de su pertenencia al Imperio Romano, el más culto que se ha desarrollado en el mundo. Yo no creo en el senequismo, pero sí en ese orgullo que se repetirá a lo largo de la historia. Los miembros del grupo Cántico han tenido el mundo clásico como referencia paisajística y cultural, no el mundo árabe. Los últimos años de esplendor fueron la presencia en Córdoba de los Reyes Católicos con motivo de la conquista del Reino de Granada, cuando la corte tomó aquí asiento. Desde entonces, desidiosa, ha vivido un decaimiento provinciano, ha perdido el sentimiento de orgullo por su ciudad y copia lo que ve fuera. El peligro de Córdoba es vivir colgada de su pasado, lo único por lo que siente orgullo.

--A propósito de pasado, ¿recuerda usted la primera vez que pisó la Mezquita-Catedral?

--Sí, el 1 de junio de 1946, día que me examiné de ingreso en el Instituto y visité la capilla de Góngora. Carlos Clementson me proporcionó un texto de Aleixandre donde simula visitar de niño la tumba de Góngora y cuando lo leí dije: "Ese era yo".

Entonces, con 11 años, poco podía imaginar que acabaría de canónigo archivero. Al hacerlo culminaba una trayectoria que había iniciado muy joven, durante su destino como párroco en Peñarroya-Pueblonuevo, donde estuvo desde 1960 al 66 y se entretuvo en rastrear archivos. "A mí me gustaba la historia, y me di cuenta de la importancia que en los libros que yo compraba tenían las fuentes --recuerda--. Vi que no había nada catalogado y empecé por los pueblos del Guadiato. Tuve la suerte de que el primero fuera el de Fuente Obejuna, modelo de conservación de archivo parroquial. Después pasé a la zona de Los Pedroches y más tarde catalogué los de Palma del Río, mi pueblo, y El Carpio".

--Y todo a lomos de una Vespa.

--Sí, sí, hay fotos por ahí. Por todo aquello se fijó en mí la Real Academia --retoma su relato--, sobre todo a través de don Juan Bernier, que conocía los catálogos que yo había hecho en la Sierra. Me nombraron correspondiente y luego, en 1971, pasé a numerario. Participaba en las sesiones académicas con muchas conferencias y artículos publicados en el Boletín, y monseñor Cirarda pensó que yo podría servir para archivero. Al de entonces, don Salvador Pizarro, lo elevó de dignidad en la Catedral y abrió a una oposición la canonjía en 1972. Pero yo llevaba ya cuatro años trabajando como investigador privado en el archivo. Me he pasado muchas noches solo y sin teléfono trabajando.

--Debe de ser una sensación impresionante, ¿no?

--Impresionante. En aquel silencio cómo crujían las maderas del artesonado, eso sí que es un espectáculo de sonido. A las doce quedaba con los sacristanes de la Catedral, que vivían al lado, para que entraran y me acompañaran a la salida. Así años y años, lo que me permitió progresar mucho en la catalogación de las fuentes. Luego las fui ampliando a cualquier otro documento que existiera de Córdoba y su provincia en cualquier otro archivo, nacional o extranjero. Por ejemplo el Archivo Secreto Vaticano, estuve seis meses catalogando la documentación de los siglos XIII y XIV y me la traje. Fui también a la Biblioteca Nacional de París, a la del Museo Británico de Londres... Todo lo que he podido encontrar de Córdoba está catalogado y esto ha constituido un fondo de algo más de 30.000 fichas donde está contenida la historia medieval de Córdoba desde el siglo XII a 1.500.

--Un trabajo que le habrá requerido mucha paciencia. Ha sido usted lo que se dice un "ratón de biblioteca".

--Bueno, no me como los papeles (sonríe), pero cada cierto tiempo se fumiga el archivo, con técnicas modernas, contra los insectos y xilófagos. Le decía yo medio en broma al responsable de mantenimiento que no hay que preocuparse del polvo, es una película que protege. "Aquí estoy yo después de 40 años --le dije-- con una salud espléndida". He hecho otros muchos trabajos, he colaborado en el Catálogo Artístico y Monumental de la provincia, que son ocho volúmenes. Pero el trabajo que más me enorgullece es el Corpus Mediaevale Cordubense , somos la única provincia de España que tiene recopilada su documentación medieval.

--¿Qué recuerda de su época de cura rural?

--No fue rural, aunque sí viví bastante la ruralidad de las aldeas de Fuente Obejuna. Porque Peñarroya tenía su propia personalidad, me encontré un ser humano muy distinto al de la Campiña, que es abierto, dicharachero y no muy de fiar. Sin embargo te puedes fiar del de la Sierra si te da la palabra. Son más reservados, menos locuaces y muy ahorrativos, como les exige el ambiente pobre en que viven, pero los bancos de la Sierra tienen más depósitos que los de la Campiña, que gana y gasta con facilidad. Peñarroya, donde yo estuve, era distinta; era un pueblo que había vivido del sueldo de la Sociedad Minero-Metalúrgica y gastaba como recibía. Era gente más sencilla que los de Pueblonuevo, donde algunos se creían descendientes de los Rothschild, pero descubrí que Peñarroya tenía más historia y eso los animó. Me sentí muy satisfecho, son los mejores años que recuerdo.

También recuerda su infancia en Palma del Río como una época feliz, y eso que la guerra no puso las cosas fáciles a la familia. Su padre, que jamás habló de la contienda, "fue apresado por los rojos y después por los nacionales, estuvo expuesto a la muerte por los dos bandos", dice, y hasta