Siempre he pensado que para cierta jerarquía eclesiástica las cofradías son algo así como "okupas" de las parroquias, la oveja negra, esa que más de un sacerdote se persigna cuando alguna llama a su puerta. Las cofradías siempre tienen que pagar los platos rotos, siempre quedan fuera del reparto. Y esto viene al hilo al enterarnos de que como felicitación navideña a la hermandad del Rocío se le invita a que abandone su sede canónica en la iglesia de San Pedro de Alcántara porque, al parecer, la flauta y el tamboril son incompatibles con los cantos del Camino Neocatacumenal (los conocidos como kikos). Por lo visto, esta manera de rezar a la Virgen es bastante estridente, al menos eso se desprende cuando, a la hora de decir adiós, una corporación queda fuera y otra dentro, siendo ambas cofradías.

A este hecho se une el caso de las pro-hermandades, grupos de fieles, en su mayoría jóvenes, que solo buscan una sede donde dar forma a un proyecto pastoral. Sin embargo, mientras los kikos reciben templos enteros, éstos otros solo encuentran por respuesta el portazo de la sacristía.

Está claro que el "Juntos como hermanos, miembros de una Iglesia..." no se compuso precisamente pensando en las cofradías.