"Cuando ingresé en prisión, decidí quitarme", recuerda Miguel, "pasé siete días malísimo con el mono, pero rechacé la metadona y a base de duchas de agua fría conseguí superarlo". Ahora vive en un módulo de respeto y trabaja en la lavandería. "¿Que qué es lo que llevo peor?, no sé, pasar tantas horas encerrado en la celda, desde las ocho de la tarde que se cierra hasta las ocho y media de la mañana que se vuelve a abrir". Su estancia en la cárcel, además de haberle hecho dejar la droga, le ha permitido deshacerse de algunos kilos. "Ahora como bien, lo de antes era una salvajada", reconoce. En breve, vivirá su cuarta Navidad en prisión. "Bueno, no es como en casa, pero no está mal. Decoramos esto, se pone el belén y la comida es algo mejor, pero es duro, sobre todo cuando ves el anuncio ése de vuelve a casa por Navidad, eso nos mata".