"La tierra no es redonda, es un patio cuadrado donde los hombres giran bajo un cielo de estaño". Lo expresó con estas palabras Marcos Ana. Hace 50 años. Los presos de hoy sienten lo mismo.

Miguel Núñez González tiene 44 años y pesa 100 kilos, 40 menos que el día que ingresó en prisión, hace ahora aproximadamente 1.100 días. Nació en Málaga, hijo de familia numerosa, de clase media. Niño tranquilo, tímido y sencillo, nunca tuvo problemas. Dejó la escuela con 17 años para trabajar como camarero hasta que fue llamado a filas y tuvo que trasladarse a El Ferrol del Caudillo para hacer la Mili. "Cuando acabé, me fui a una agencia a trabajar como mozo de almacén hasta que en 1990 tuve un accidente de tráfico con la moto", recuerda Miguel, que desde entonces arrastra una cojera. "Sufrí una fractura muy grande de fémur y pasé año y medio ingresado en el hospital", explica, al tiempo que señala su pierna izquierda, operada hasta ocho veces para realizar los injertos necesarios que le permitieron volver a andar.

"Salí del hospital en 1992, con 48 kilos, pero no me recuperé del todo hasta 1996, cuando por fin pude dejar los bastones", comenta mientras le asaltan imágenes de aquellos días de sufrimiento indecible. "Lo pasé muy mal, un año y medio tumbado bocarriba en una cama de hospital, con la pierna en alto, sin poder moverme".

Tras aquel zarpazo, la vida le regaló una buena racha y Miguel inició una relación con una mujer, una antigua vecina con quien empezó a trabajar en un hospital en el que consiguió un empleo como celador. "Todo iba bien hasta que nos echaron a los dos tres años después", comenta, "y todo se fue a pique. Poco después, rompimos y yo empecé a salir por las noches".

Deprimido, parado y angustiado, cayó en el alcohol y más tarde en la cocaína, explica al tiempo que reconoce que le cuesta hablar de aquello "por vergüenza". A partir de ese momento, su vida tomó el mismo derrotero que la de cientos de drogadictos que creen tenerlo todo controlado hasta que, tarde o temprano, acaban perdiendo el control. "Llegué a beber tres botellas de whisky diarias, todo mezclado con cocaína, que me hacía pasar días y noches enteras sin dormir", reconoce, "en ese momento me daba igual la vida". Fue entonces cuando empezó a engordar. "Comía compulsivamente todo lo que se me ponía por delante y en tres años gané cien kilos".

En medio de aquel caos, alguien ofreció a Miguel viajar a Madrid para "recoger" un encargo. "Solo tenía que ir a un piso y esperar a que me llevaran un paquete de libros, por el que me iban a pagar 300 euros", explica. Aparentemente, la misión era sencilla, así que prefirió no hacer muchas preguntas, "yo sabía que era arriesgado, pero solo pensaba en seguir consumiendo". Lástima que los encargados de la entrega fueran dos agentes de policía vestidos de paisano que pillaron a Miguel in fraganti . "El paquete venía de Bolivia y contenía 15 kilos de cocaína. Me cayeron 11 años". Fue en noviembre del 2008, a las 17.10 horas. Esa misma noche dormía en prisión. "Pasé 17 días en Soto, 25 meses en Madrid 7 y ahora llevo 11 meses en Córdoba". Gracias a una rebaja de pena, aún le queda 4 años por pagar.