"Como no sabía que era imposible, lo hice", dijo Einstein. Toda una declaración de intenciones que define a la perfección la actitud ante la vida de Sara Crespo.

Nacida en Santander hace 33 años, esta joven de mirada transparente y cristalinos ojos azules vino al mundo aquejada por el llamado Síndrome de Usher, una rara enfermedad congénita que desde muy pequeña hizo que progresivamente perdiera visión y que redujo hasta en un 80% su capacidad auditiva. "Soy de una familia sencilla, la tercera de cinco hermanos, y puedo decir que si soy como soy, es en gran parte gracias a mis padres, que siempre han luchado por darme la mejor educación y por hacer que mi vida fuera normal". Cuando dice normal se ríe. "Yo siempre he pensado que era normal aunque tuviera una discapacidad", apostilla.

Su sordera y su menguante campo visual nunca fueron un problema para ella. "Mi carácter siempre ha jugado en mi favor, daba igual que oyera o no, según mi padre, cuando me llevaba al parque, en media hora ya estaba mandando a los otros niños". Según Sara, su vida dio un vuelco cuando cumplió 20 años y conoció a los sordos. "En la asociación me di cuenta de que había otros como yo o incluso en peor situación y, aún así, habían ido a la Universidad y tenían una vida plena", explica. Al terminar sus estudios de FP, se puso en contacto con ellos para aprender la lengua de signos. "Poco después, me fui a Madrid para formarme como profesora de niños y finalmente decidí estudiar Magisterio en la rama de Infantil, en Santander".

Una vez concluido su sueño de estudiar, algo que cuenta sin detallar las dificultades, haciendo gala de una positividad inusual, decidió que se merecía un premio. "Y me fui a la India". Así, como suena. La primera vez que se montó en un avión fue para viajar sola a la India, con apenas cuatro nociones de inglés, dispuesta a vivir una aventura y ponerse a prueba. "Mi ilusión era trabajar en una oenegé y no paré hasta encontrar una que me aceptara", explica con la sonrisa desplegada, "las hermanas Teresa de Calcuta me acogieron con los brazos abiertos y me pusieron a trabajar desde el primer día, en una casa donde vivían los niños que estaban en espera de adopción".

Con ellas pasó tres meses y medio, comunicándose gracias a la mímica, absorbiendo todo lo que acontecía a su alrededor, ofreciendo su ayuda a los que la rodeaban. Cuando volvió, decidió convertirse en profesora de signos y cursó los estudios en Madrid. En el 2006, tras posponer un año su viaje por un problema familiar, volvió con unas amigas a pasar todo un verano en Calcuta. "Nos fuimos de mochileras, ahí aprendí que en la India no se pueden hacer planes porque nunca se cumplen", bromea.

De vuelta en España, su vocación seguía viva y contactó con la Fundación Vicente Ferrer. "Me contaron que tenían en la India escuelas para niños sordos. Un año más tarde estaba trabajando con ellos en Anantapur". En los últimos tres años, Sara se ha olvidado de su discapacidad para centrarse en mejorar la calidad de vida de los niños sordos de la India a los que ha dejado un nuevo diccionario en lengua de signos adaptado al telegu, uno de los idiomas mayoritarios de la India, donde viven nada menos que 40 millones de personas sordas. Oyéndola a ella, pareciera que su tarea haya sido coser y cantar. Nada más lejos de la realidad. "He vuelto enriquecida y agotada a la vez, dispuesta a dedicar un año a difundir la labor de la fundación, seré una especie de Labordeta recorriendo España con mi mochila", sonríe.