No era comunista, de lo que le acusaban en aquel expediente que hizo a Eduardo Rodríguez Pina salir pitando de su empleo de administrativo, pero sí hombre de claro ideario de izquierdas. A él se mantiene fiel por puro romanticismo, aun sabiendo que estos tiempos ya no son los suyos.

--¿Cuándo y cómo entró en contacto con los socialistas cordobeses?

--Una vez, en la oficina, oí al jefe pedir explicaciones de por qué se había encargado material a la imprenta "de ese tío que es un comunista". Se refería a Paco Mármol, y yo sentí curiosidad por conocerle y me fui a verle. Le conté lo que había pasado y que era la primera persona de izquierdas con la que podía hablar. El me dijo: "Pero yo no soy comunista, soy socialista". "Si esos son los míos...", le respondí. Sería el año 43, y ahí empezó todo. Me presentó a Matías Camacho, que tenía un quiosco de prensa y era el cabeza en la ciudad, y a Ramón Toledano, que era camarero del bar Casa Eduardo, frente a la estación.

--Hábleme de la clandestinidad, ¿cómo la capeaban?

--Nos organizábamos por el boca a boca, sin papeles. Había quienes daban donativos para sacar a gente fuera de España, socialistas o comunistas. Nos ayudaba un chico encargado de los salvoconductos en el Gobierno Civil y de vez en cuando colaba alguno para nosotros; entonces se necesitaba permiso de salida hasta para ir a un pueblo en autobús o andando.

--Siempre se ha dicho que el PCE estaba muy organizado en Córdoba pero no así el PSOE.

--Sí, sí, así era, los socialistas nunca tuvimos la disciplina férrea ni la estructura granítica de los comunistas, pero teníamos nuestras normas. Para entrar en el partido tenías que tener la garantía de dos personas, no era como ahora que entra todo el que quiere sin preguntarle de dónde viene. Los militantes teníamos prohibido ser del sindicato vertical. ¿Qué paso? Que se metió Comisiones Obreras y se hizo la dueña.

--Ha vivido en primera persona la evolución del partido. ¿Cómo la resumiría?

--Al principio no éramos más de diez, pero se fueron incorporando otras personas. Una vez nos avisó Pepe Aumente, el psiquiatra, de que había llegado a Córdoba un médico joven, de la ejecutiva nacional socialista, que resultó ser Guillermo Galeote. Fuimos a verlo a su chalecito de Trassierra, pero hablamos con él con mucha prudencia; teníamos que andarnos con pies de plomo porque la policía estaba infiltrada por todos lados. Fue venir Galeote y empezar el PSOE a crecer; de su mano entró otro médico, Rafael Vallejo. Galeote daba ánimos a todo el mundo y era el primero que se apuntaba a tirar pasquines en la calle, cosa que podía ser peligrosa.

--Hasta que un día llegó la democracia...

--También en democracia nos llevamos sustos. El día del 23-F le dije a Paco Mármol: "Mira, aquí tengo 100.000 pesetas, coge tú también dinero y nos pegamos un salto a Portugal", por si volvían los tiempos en que te pegaban un tiro por nada. Pero con la democracia empezamos a respirar, ya éramos muchos, y para los mayores, que habían estado escondidos en sus casas, respirar la libertad fue impresionante.

--¿Por qué usted, que estuvo ahí desde el principio, no tuvo nunca un cargo político?

--Porque solo he tenido los estudios de la vida, y nunca me sentí capacitado para defender a mi partido con la categoría que se merecía.