Las circunstancias no le permitieron estudiar --y se ve que la carencia le dejó marcado porque habla mucho de ella--. Pero sí que, listo como el hambre que fue siempre, supo verlas venir y sacar aprendizaje de la escuela de la vida. "La mejor universidad --afirma categórico-- es pasar penalidades". Y él, antes de remontar el vuelo empresarial, las pasó canutas ya desde muy joven. Tuvo la mala suerte de que, con 16 años, el estallido de la guerra le sorprendiera de excursión en zona republicana, por lo que ni él ni los demás chicos del grupo pudieron volver a Zaragoza, dominada por los sublevados. Los metieron en el campo de concentración de Laínsa, de donde los sacaban a hacer trabajos "que nos sirvieron para quitarnos de allí, comer bien ese día y aprender oficios", apunta mirando el lado bueno de una situación dramá-tica. Al final la Cruz Roja los llevó a Lourdes. Cuando pudieron volver a casa toda Zaragoza los esperaba en la estación. Menos su padre, que estaba en la cárcel. "La vida tiene cosas buenas y malas, y de todo hay que sacar provecho", concluye.