Uno de los métodos de cocina más usuales para preparar comida es la fritura. Este proceso puede afectar significativamente la cantidad y calidad de la ingesta de grasas, afectando a la salud del consumidor. Durante la fritura, la grasa sufre importantes cambios en su composición. En la fritura profunda, se producen reacciones químicas, como son los procesos de hidrólisis y de la oxidación, que afectan tanto a las cualidades nutricionales y sensoriales del alimento consumido como a la seguridad del consumidor. Además, el calentamiento del aceite reduce el contenido natural de los antioxidantes y genera compuestos tóxicos tales como polímeros y compuestos polares. En la generación de estos compuestos tóxicos, durante el proceso de calentamiento, influyen características intrínsecas del aceite, como el grado de insaturación de su contenido graso o su riqueza en agentes antioxidantes, y factores relacionados con la técnica del calentamiento, como la duración, temperatura y número de calentamientos. Los aceites de semillas tienen menor contenido de antioxidantes que el aceite de oliva, en especial que el aceite de oliva virgen y extravirgen, haciéndolos más vulnerables al calentamiento y generando tras su ingesta un incremento en la oxidación de lipoproteínas.

Pocos estudios se han centrado en las consecuencias biológicas del consumo de aceites de fritura. Los estudios en modelos animales han demostrado que su ingesta aumenta los niveles de lipoproteínas aterogénicas (LDL). En el ser humano, incrementa ciertos productos proaterogénicos, como la fracción oxidada de los quilomicrones y LDL. Además se ha demostrado que el contenido de compuestos polares (sustancias prooxidantes que se generan al someter al aceite a altas temperaturas) en aceites de fritura son predictivos de la hipertensión arterial. Por su parte, otros estudios han asociado el consumo de compuestos polares con la disfunción endotelial, es decir, con el posible fallo de los tejidos que recubren algunas cavidades internas del organismo, como los vasos sanguíneos; la hipertensión, y la arteriosclerosis, y por tanto con el riesgo cardiovascular.

Por lo tanto, el uso de compuestos fenólicos del aceite de oliva, (en una determinada concentración), puede ser utilizado para la elaboración de un medicamento o composición farmacéutica o alimentaria, para la prevención o el tratamiento de la arterios- clerosis en humanos.

Este descubrimiento científico es fruto del trabajo de investigación de un grupo dirigido por el director científico del Instituto Maimónides de Investigación Biomédica de Córdoba (Imibic) Francisco Pérez Jiménez. El biotecnólogo Carlos González Navarro identificó en este trabajo un proyecto interesante para crear la patente adecuada y la llevó a cabo como representante de la Oficina de Transferencia de Tecnología del sistema sanitario público de Andalucía.