Eduardo Corona Franco pronto celebrará 50 años de matrimonio con Carmen López, su mujer, a la que ama profundamente, "como se quería y se cortejaba antes", apunta con vehemencia. Pero tiene también una segunda esposa, a la que le ha dedicado su vida, el Palacio e iglesia de la Merced. Quiso el destino que la mujer del que fuera presidente de la Diputación, Pascual Calderón, visitase un día el primer taller que Eduardo Corona tuvo en Ciudad Jardín y que se interesase por su obra. Corría 1968 y desde entonces Corona entabló relación con Calderón y con el entonces gobernador civil, Prudencio Landín Carrasco. Sobre este restaurador cayó la importante misión de resucitar la iglesia del antiguo convento de la Merced y las importantes obras que atesoraba el monumento en su interior. Jubilado desde 1998, su principal dolor es que aún no se haya acabado esta restauración, tras el incendio provocado que se produjo en La Merced en 1978, fuego que destrozó todo el trabajo que Eduardo Corona había desarrollado desde 1968. Corona nació y se crió en los Olivos Borrachos, "un barrio de muy buena gente", destaca, en el que había un único acceso para ir en coche, el camino viejo de Almodóvar, donde está la plaza de toros. Todo era campo, rodeado de fértiles huertas, como la de la Marquesa.

--¿A qué se dedicaba su padre?

--Vengo de familia de constructores. Mi padre no era artista, pero lo era, pues era una persona con poca cultura, pero llegó a ser el encargado de la empresa de Bilbao Obrascon (ahora OHL), compañía que hizo muchas obras en las Electromecánicas. Mi padre interpretaba planos escritos en alemán. Y yo le preguntaba: "Papá, ¿como lo entiendes si está en alemán?". Mi padre me contaba que aprendió a escribir casi solo. Era un hombre con mucha inteligencia. Mi madre era ama de casa. Eramos cuatro hermanos: Ana, Angel, Antonio y Eduardo y mis padres se llamaban Angel Camilo y Clara.

--¿A qué colegio fue?

--Fui a la escuela del barrio. Tuve un profesor, que procedía de Galicia, que se llamaba Policarpo Burón. Era muy querido y le hicieron un homenaje. Me llamaba la atención los excelentes dibujos a plumilla que hacía este profesor. Vinieron al barrio unos hermanos del colegio Cervantes para dar catequesis y fue cuando dejé el colegio al que iba y me trasladé a las Escuelas Pías en la Compañía, que regentaban los Maristas. Nunca he pedido juguetes. Quería lápices, acuarelas. Con 12 años empecé a ir a la Escuela de Artes y Oficios, a la calle de Santiago (hoy Agustín Moreno). Lo recuerdo con cariño, a pesar de que era una enseñanza estricta, sobria. Los pupitres olían a madera rancia. Las clases eran por la tarde y cuando tocaba el timbre a las 9 de la noche me daba coraje. Miguel Arjona y yo estábamos juntos en clase de Modelado.

--¿Cómo vivió la Guerra Civil?

--Recuerdo que pasaban aviones. Era todo tenebroso. Cuando se oían sirenas nos ocultábamos en un sótano que tenía mi tío justo al lado de la casa de mi padre.

--¿Pasaron hambre?

--Aquella época fue dura, pero hambre física no he sentido. Mi padre compraba el aceite y el pan de estraperlo. Los ferroviarios se ponían en el estribo del tren, cogían los sacos de pan y los tiraban. Mi padre alquiló un terreno en Cantarranas. Se puso en contacto con un agricultor y allí sembraron tomates, maíz, trigo, batatas (no patatas, que creo se acabaron en la guerra). Mi madre freía las batatas, aunque estaban dulzonas. El maíz lo molía y hacía tortillas. El trigo se ponía como arroz, que aunque era más basto, se comía también. Una vez mi padre nos llevó al cortijo de un tío mío, hermano de mi madre. Las gallinas ponían huevos en cualquier lado. Los cogíamos, le hacíamos un agujero y nos lo comíamos crudos porque la necesidad agudiza el ingenio. Mis hermanos, cuando eran mayores, iban a Almodóvar del Río con la bicicleta y se traían sacos de pan. Ahora nos puede parecer una atrocidad mandar a un niño de 15 años tan lejos a traer pan, pero no se lo robaban.

--¿Cómo recuerda su etapa en Artes y Oficios?

--El primer año tuve de profesor de Dibujo a Díaz Peno, que representaba la sobriedad. En segundo año tuve a Amadeo Ruiz Olmos, que me preguntó una vez a qué me dedicaba y le contesté que aún no hacía nada. Por eso, le dije a mi padre que me colocara de pinche en su trabajo, en la construcción. Pero Amadeo Ruiz me dijo que me tenía que dedicar a la profesión artística. Ese mismo año ya estuve trabajando en talleres de arte.

--¿Cómo fue su paso por las Escuelas Pías?

--Tuve de profesor al hermano Urbano, que me dejó gran huella. Al acabar el curso me regalaron una pluma estilográfica, que no la había usado en mi vida, por el aprovechamiento que había hecho de las clases. Todos los cursos que hice allí fue con matrícula de honor y me prometieron en ese momento decisivo de mi vida que si quería colocarme en las oficinas de Renfe. Les dije que no, que se lo agradecía muchísimo, pero que me gustaba el Arte, aunque fuera de bohemios.

--¿Cómo conoció a su mujer?

--Fui a Palma del Río para unas reformas en la iglesia de San Francisco y a restaurar un cuadro grande. Nos casamos en Palma el 16 de septiembre de 1962.

La mujer de Eduardo Corona intercede para recalcar que "fui yo más la que lo pesqué a él". A Eduardo le presentaron un día a su futura esposa y en otra ocasión se encontraron y él la invitó a una gaseosa, cuando ella había salido a pasear con la intención de encontrarse con él. Carmen recalca que jamás ha tenido celos de Eduardo, "era un hombre muy galante".

--Se formó en Barcelona.

--Me fui en 1960. Había estudiado muchos años en Córdoba Modelado y Grabado, junto con Rafael Valverde, Paco Díaz Roncero y demás artistas. Me fui a Ginebra (Suiza), que la veía como la ciudad de la paz. Me tenía que haber ido a Italia o a París. Vuelvo a España y me quedo en Barcelona. Me coloqué en un taller por el que pasaban el pintor Palmero con sus hijos y otras personalidades. Estuve allí 5 años, me enriqueció muchísimo y me permitió traerme clientes.

--¿Dónde abre su primer taller?

--En 1965 me instalo en Ciudad Jardín, en la calle Lope de Sosa. Empecé a mandar trabajos a Barcelona, a Rogelio Zinc y a Gabriel Jardí. Policromaba imágenes, hacía retablos de pintura, góticas y románicas, así como muebles auxiliares pequeños, lacados y policromados, como los del siglo XVIII. Por un familiar mío, Juan Jiménez Peláez, un artista de la forja, conocí a Pascual Calderón, que fue presidente de la Diputación entre 1968 y 1972. Mi pariente le dijo a la señora de Calderón que visitara mi taller. A esta familia le gustó mi trabajo y me encargaron bastantes obras y después vino la señora de Prudencio Landín Carrasco, que fue gobernador civil en Córdoba entre 1964 y 1968. La mujer del gobernador mandó a mi taller a unos familiares suyos anticuarios que eran de Pontevedra. Me encargaron copias de Luca Giordano y empecé a tener tratos a niveles superiores.

--Comienza entonces su vinculación con la Diputación.

--Pascual Calderón fue un hombre maravilloso. Pensó en mí para la Diputación, que acababa de trasladarse al Palacio de la Merced y tenía todas sus obras artísticas totalmente destrozadas, entre ellas pinturas de Rafael Romero de Torres. Calderón me encargó después la restauración de la pintura mural del coro del altar del siglo XVIII. Rafael de la Hoz, que estaba allí trabajando y que no me conocía, le dijo al presidente que él había pensado que vinieran expertos del Museo del Prado a acometer esa misión, pero Calderón confió en mí. Cuando emprendo la obra, Miguel del Moral, al que siempre he admirado y que había estado trabajando siempre para la Diputación, venía por allí. Cambiábamos impresiones, pero nunca me dijo a qué iba. Cuando vio que la obra iba por buen camino, ya no vino más. Años después, Rafael de la Hoz me encarga que restaure la bóveda de la escalera principal. Me encargué de la pintura y de la restauración de la yesería. Fue un trabajo muy intenso porque allí había unos escritos en latín. La Diputación me mandó al Obispado para entrevistarme con Manuel Nieto Cumplido, para ver cómo podíamos recomponer los textos, pero Nieto me dijo que era "buscar una aguja en un pajar". Hablando después con un capellán, Juan Capó, me completó toda la frase y pude culminar la obra.

--¿Se ha valorado en Córdoba la iglesia de la Merced?

--No. Se ha dicho que era uno de los diez edificios barrocos más importantes de España. Que pudiera hacer el proyecto y el dibujo del retablo, basado en el original, fue gracias a ayuda de expertos como la historiadora del Arte María Angeles Raya.

--Se jubiló en 1998 y aún sigue restaurándose la Merced.

--Desde entonces hasta ahora están dando vueltas y no se acaba. Dejé cientos de piezas talladas para que se acoplasen, pero no lo acaban. Cuando me jubilé le mandé a todos los grupos políticos una carta diciendo cómo se debía terminar la restauración y ninguno contestó ni una mala palabra. Incluso dije que altruistamente los dirigiría para que la Diputación viera que los alumnos podían hacerse maestros. Alumnos míos están haciendo imaginería, andas, pero hubiera sido mucho más bonito que la Diputación hubiera puesto un poquito de amor y haberle dado a los alumnos el acabado del trabajo. Cuando hice el dibujo del retablo, lo vio Ginés Liébana y dijo que esta obra se podía comparar en técnica y precisión a la de los grandes artistas italianos. Liébana me decía: "No lo hagas de madera, que retablos de madera hay muchos". Pero yo le replicaba que en base a la documentación podíamos hacer una escuela de tallistas y de restauradores.

--¿Ha sentido el reconocimiento de su ciudad?

--En Córdoba somos muy olvidadizos porque indiscutiblemente mi labor está hecha ahí. La Diputación ha sido mi casa, he estado ahí miles de horas, incluso ha habido horas que no he cobrado. He ido domingos a atender visitas. Tantas medallas como se dan al trabajo, si alguien la debía tener de esta institución he sido yo. La Diputación debería darme los máximos honores. He sido pionero en muchos aspectos. Me he encargado de organizar las mejores muestras que se han expuesto en la Diputación, tales como Un siglo de pintura cordobesa , con la que rompí los moldes, Fondos de la Diputación de Córdoba o Antonio del Castillo y su época .

--¿Será elegida Córdoba capital cultural europea?

--Como cordobés y amante de Córdoba, sería para mí tan noble que Córdoba obtuviese la Capitalidad Cultural. Pero veo tantas cosas que no son. Cuando estuve en la Diputación pertenecí a la comisión asesora de Artes de la institución provincial. Estábamos Juan Bernier, Miguel del Moral, Dionisio Ortiz Juárez, Diego Ruiz, Carmelo Casaño o Desiderio Vaquerizo. Me parece que se están haciendo cosas que son verdaderos disparates y puede venir la Unesco y pedirnos responsabilidades. Tendríamos que hacer un esfuerzo de hechos y no de palabras para que Córdoba sea lo que debe ser, poniendo cada uno de nuestra parte y que haya una responsabilidad, teniendo conciencia de lo que queremos.

--¿Siente nostalgia de la Córdoba de su juventud?

--He vivido una juventud que no la cambiaría. Echo de menos los paseos que daba. En invierno, el arroyo del Moro se desbordaba e inundaba mi barrio. Ahora los Olivos Borrachos sí es pomposo, pero en mi época... Recuerdo que visitaba todos los barrios y los cines de verano... No había un problema de nada. Existía la tranquilidad de que nadie te iba a agredir ni hacer nada.

--¿Qué opina de la restauración del Puente Romano y otras reformas hechas en la ciudad?

--No estoy de acuerdo con la reforma del Puente Romano ni con que la Corredera se policromara. Se lo dije al arquitecto responsable. Debía de ser de ladrillo visto, para que tuviera un tono acorde al siglo XVII, como la fachada de la Fuensanta que es de la misma época. Siempre he analizado e investigado todo cuando he hecho una restauración. Soy muy serio con el legado histórico. La restauración del Puente Romano tenía que haber respetado los materiales autóctonos de la época. Incluso la iluminación, que no puede ser chabacana. La filosofía de un restaurador es no hacerse notar, sino dejarlo conforme estaba. Si se pone una iluminación que no va acorde con la época, al menos debe realzar la arquitectura. ¡Aquella Casa de Cristal que hicieron en la Judería!