El festivo día de ayer amaneció lluvioso. En las puertas de San Andrés numerosos fieles estaban a la expectativa de si la Virgen de la Esperanza realizaría o no el rosario de la aurora previsto. Finalmente, la dolorosa cruzó el dintel de su parroquia en dirección a la de San Lorenzo donde se celebró una eucaristía en su honor. En este mismo templo se encontraba, en un sencillo montaje, el besamanos a la Virgen de la Palma. Mucho más suntuoso era el altar donde la dolorosa de la hermandad de las Penas, María Santísima de la Concepción, esperó la veneración de sus fieles. Un montaje articulado con el palio que cada Domingo de Ramos recorre las calles cordobesas. Este, sin mesa ni respiraderos, cobijó durante todo el día la hermosura de la pura azucena de Santiago.

Dejando por un momento los barrios, el centro de la ciudad ofreció varios besamanos de obligada visita, como el de la Virgen de la Trinidad, o el de la iglesia de San Nicolás, donde la Virgen de Gracia y Amparo puso la nota clásica en un sencillo y elegante besamanos. Mientras, en Capuchinos, Nuestra Señora Reina de los Angeles, acompañada de San Juan, lució muy sobria, a como acostumbra, destacando un exquisito tocado en tisú de plata.

Poco a poco, el día iba abriendo, no había nubes, ni lluvia y los termómetros alcanzaban los 14 grados, adquiriendo una ideal temperatura para seguir con el paseo cofrade de felicitación a la Virgen. El reloj marcaba las una y media de la tarde, y en la Compañía estaba a punto de comenzar la solemne fiesta de regla que en honor de la Inmaculada había dispuesto la cofradía del Sepulcro. La antigua titular de la cofradía de los Escribanos lució con sumo gusto bajo un barroco dosel en color celeste.

Y de nuevo los barrios, Santa Marina volvió a rendirse ante la Virgen de la Alegría que de blanco y azul presidió un besamanos que se prolongó hasta bien entrada la noche. Muy cerca, en la iglesia conventual de san Cayetano la Virgen del Mayor Dolor en su Soledad estrenó día de besamanos y lugar, ya que por primera vez ocupó el pasillo central de la iglesia, delante del altar mayor.

Y junto a todas estas devociones al otro lado del río, María Santísima de la Encarnación volvió a ser testigo de la devoción que Córdoba profesa a la Limpia y Pura.