En dos días coinciden las emociones más extremas: el horror por la muerte del pequeño Rayan en Madrid, la alegría por este otro niño al que un mecanismo artificial permitió aguantar la llegada de un corazón, que por fin se ha producido. La vida y la muerte, el dolor y la esperanza se dan mano cada segundo. La negligencia y el error coexisten con la abnegación y la brillantez en un hilo tan fino como el que teje la existencia. En el pecho de un niño que duerme en el Reina Sofía late hoy el corazón de otro ser humano que se fue. ¿Cabe mayor grandeza?