Hay momentos en la vida de un niño que se quedan grabados en la memoria para siempre, instantes que marcan un antes y un después en la trayectoria vital de su protagonista y que, a lo largo de los años, se reviven una y mil veces de forma espontánea. Puede que sean esos momentos, casi siempre difíciles, los que hacen madurar a las personas, haciéndoles cruzar el umbral de la infancia a la edad adulta en tan solo décimas de segundo.

Antonio Raúl Ortiz fue desde pequeño aficionado al deporte y, en concreto al baloncesto. Un día, cuando apenas contaba 15 años, y mientras intercalaba algunas canastas con los amigos, empezó a sentirse mal y se fue a casa. "Esa misma noche, se me reventó una vena de la nariz y empecé a sangrar", recuerda. No era raro que a él le sangrara la nariz de vez en cuando, pero cuando la hemorragia se mantuvo cada vez con más intensidad, fue trasladado a Urgencias de inmediato. "Tenía la tensión a 22-16", una barbaridad que después de varias pruebas se achacó a un problema renal. "Tenía el uréter obstruido, de nacimiento, y aquello había hecho daño al riñón", explica. Un mes y medio después de aquel ingreso inesperado, Antonio salió del hospital con un diagnóstico definitivo. "Insuficiencia renal crónica terminal", concreta, "sí, ya sé, eso de terminal suena fatal, pero es el nombre de la enfermedad".

El momento más temido por los enfermos renales, el inicio de la diálisis, llegó un año después, "el 20 de marzo de 1997", para ser exactos. "Los ocho años siguientes fueron los más duros", comenta, "tenía que acudir a las sesiones tres veces a la semana, duraban alrededor de cinco horas y, al salir, estabas hecho polvo". Muchas veces, la madre de Antonio se ofreció a darle uno de sus riñones para librarle de aquella tortura, pero él siempre se negó, convencido de que su donante estaba por venir.

Ni el cansancio ni el dolor debilitaron nunca la fuerza de voluntad de Antonio Raúl, que empezó a trabajar muy joven. "Primero me metí a hacer orfebrería en la Escuela de Artes y Oficios, pero luego me di cuenta de que lo mío era más la hostelería", explica antes de aseverar que "aunque la máquina me dejara fatal físicamente, me obligaba a ponerme las pilas para estar listo en el turno de tarde. De hecho, nunca he trabajado por las mañanas para poder ir a la diálisis". La idea del trasplante fue planteada desde el primer momento como la opción definitiva al problema de Antonio Raúl, aunque su riñón tardaría años en llegar, dejándole marcas indelebles en los brazos fruto de las fístulas por las que drenar su sangre para dejarla limpia. "Durante todo ese tiempo, te mantienes localizable las 24 horas del día, por si aparece un donante", afirma.

En este caso, hubo tres falsas alarmas antes de encontrar el órgano compatible. "La primera vez te llaman, vas al hospital, te haces ilusiones, y cuando te dicen que no, se te cae el mundo encima, pero las siguientes veces ya vas pensando en que ese riñón no va a ser el tuyo y no te afecta tanto", afirma quitándole importancia.

Su donante compatible murió el 3 de marzo del 2005 y ese mismo día devolvió la vida a Antonio Raúl, un momento que muchos trasplantados definen como un volver a nacer. "Ya llevo cuatro años con riñón y estoy muy bien, aunque como todos los trasplantados tenemos una medicación fuerte y hay que tener cuidado por las bajas defensas con las que te quedas".

Su esperanza es que "el riñón me dure muchos años". Después de la experiencia vivida, no desearía tener que pasar por quirófano de nuevo. "Más allá de eso, sueño con lo mismo que todo el mundo, ser feliz, tener un buen trabajo y formar algún día una familia".