La historia de Francisco Muñoz Muñoz es un relato de constancia y paciencia infinitas. Vecino del barrio de Las Palmeras de toda la vida, nació el segundo de diez hermanos en el seno de una familia humilde que salió adelante a duras penas con el sueldo de barrendero de su padre. "Yo solo pude ir al colegio una semana, después no volví más porque hacía más falta en casa", explica Francisco, que a sus 49 años confiesa saber leer "más o menos y escribir, poco". Aprendió lo poco que sabe cuando se fue de su casa "por problemas familiares" y ser recogido por un amigo médico que, además de instruirle en las letras, le puso en contacto con el antiguo párroco de la iglesia de San Pedro, que le dio cobijo temporalmente.

Durante algunos años, se vio obligado a buscarse la vida, llegando a trabajar como limpiador y acomodador del circo de Bárbara Rey y Ángel Cristo en Sevilla. "Mi infancia fue muy dura, mi padre era alcohólico y en casa había dificultades, padecimos mucho y nos tuvimos que buscar la vida, aunque siempre de forma honrada y como Dios manda", apostilla Francisco muy serio. Con 14 años, volvió a la vivienda de sus padres y al tiempo conoció a su actual mujer, María Luisa, hija de otro barrendero del barrio. "Cuando tenía unos 18 años, mi padre murió y yo ocupé su puesto de trabajo", recuerda, "con 22, nos casamos y un mes después de casarnos, me pusieron en la calle".

En 1982, todavía no existía Sadeco como tal, pero según Francisco, todos los compañeros que empezaron al mismo tiempo fueron automáticamente incluidos en plantilla salvo él. Aquel despido marcaría un antes y un después en su vida. "Todavía no me han dado una explicación de qué pasó con mi puesto de trabajo, ni a quién se lo dieron ni por qué me lo quitaron a mí, pero nunca renuncié a recuperarlo".

En 1989, con Sadeco constituida ya como empresa, Francisco volvió a trabajar de barrendero, esta vez con un contrato de seis meses que nunca más se renovó. "Pero qué he hecho yo, Dios mío, qué he hecho, solo soy un padre de familia, un currante honrado y con tres hijos". A diferencia de su padre, él nunca tuvo problemas con el alcohol, ni tampoco fue un hombre conflictivo en la empresa. "Me limité a trabajar y nada más los años que estuve".

Desde aquel segundo despido, han pasado ya veinte años y Francisco no se resiste a olvidar lo que él considera que le arrebataron. "Durante todo este tiempo, he escrito al menos una carta cada dos semanas al Ayuntamiento recordando el caso y nada, lo único que han hecho ha sido reírse de mí". Las cartas siguen llegando al registro municipal, como un gotero incesante. La situación de este hombre fue de mal en peor. "Han sido veinte años muy malos, en los que he visto a mi mujer muchas veces meterse en el cuarto de baño a llorar porque no teníamos ni un duro para comer y con tres niños pequeños". Un tiempo en el que ha hecho todas las chapuzas del mundo: "Jardinero, pintor y lo que ha hecho falta".

Finalmente, las obras del Puente Romano, que tanto molestaron a muchos cordobeses, sacaron temporalmente a Francisco de las fauces del paro. "Me cogieron de vigilante y esos dos años fueron un respiro para mi familia, pero después volví al paro y desde entonces...", afirma, "ahora estoy cobrando la ayuda social que son unos 400 euros, pero ya mismo se nos acaba". Cuando llegan las malas rachas, a él y a su mujer les salva "el cariño que nos tenemos. En treinta años de matrimonio, hemos vivido situaciones muy duras, pero nos abrazamos y esperamos que las cosas mejoren".

La pobreza no ha apartado a este matrimonio de sus deberes para con la educación de sus hijos. "No los he dejado nunca estar en la calle porque ahí solo pueden encontrar lo peor y mi ilusión es que ellos no pasen lo que nosotros hemos pasado". Los dos mayores parecen haberlo conseguido. Uno es militar en Cerro Muriano y "la niña, de 23 años, está casada". Ninguno vive con demasiada holgura, pero "se han buscado las habichuelas honradamente". En casa, todavía vive con ellos el pequeño, Luis David, de 14 años, que cursa estudios en el instituto.