Dolores Fajardo Carmona, mamá Dolores para los amigos, es una de esas personas a las que es muy difícil definir con palabras. Hay que verla para sentir la calidez humana que transmite. A sus 64 años, chiquitilla y pizpireta, es toda una señora matriarca gitana, madre de diez hijos y sufridora nata de las que se echan las penas a la espalda para afrontar el día a día con alegría y coraje. Aunque nació en tierras jiennenses, la vida la trajo a Córdoba hace unos 23 años y aquí se quedó. "Donde coma pan, de allí soy yo", explica. Su familia fue una de las expulsadas del conflicto de Martos ocurrido en los años 80. "Allí había algunos malos, pero pagamos justos por pecadores", recuerda. En Córdoba, recibió una ayuda para el alquiler y "cuando juntamos dineros, nos compramos una casita en el Campo de la Verdad".

Dolores conoció al padre de sus hijos con 14 años, Pedro Ballester, y a los 16 tuvo su primer hijo. "Yo empecé a trabajar muy chiquita, cogiendo aceitunas, y desde entonces no he parado. Nunca fui a la escuela, así que no sé leer y solo escribo mi nombre y muy mal". Tampoco le hace falta más. Ella sola ha desarrollado las herramientas necesarias para buscar el sustento para los suyos, sobre todo, desde que se quedó viuda. "Mi marido no era muy alegre, se comía mucho la cabeza pensando en cómo dar de comer a los niños".

Su exceso de preocupación le acabó matando de un infarto en el campo, mientras cogía aceitunas. 25 años han pasado y a mamá Dolores todavía se le nubla el semblante al recordarlo. Además de a Pedro, ha perdido a dos de hijos, uno con 24 años falleció de un problema intestinal y el otro a los 30 en un accidente. Echando la vista atrás, le vienen a la cabeza momentos muy duros. "Mucho sufrimiento y mucha necesidad hasta que los ves que salen adelante". La costura se convirtió en sustento al faltar su marido. "Coloqué una máquina que me dieron las monjitas, luego otra que compré, me prestaron otra más y junté hasta cuatro en el salón y allí me pasaba los días y las noches cosiendo". Con aquellas máquinas vistió a los suyos y a todas las vecinas del barrio. Dice que en Córdoba la han acogido bien. "Aquí caí como espinacas en aceite. Salimos de Martos sin nada de nada, no sé si daba lástima, con tantos niños... pero siempre me han querido mucho", asegura. Aunque es pobre, según cuenta, pudo haber sido millonaria. "Ay, por la falta de picardía y de experiencia", comenta antes de cogerme la mano y contarme una larga historia y otra más después donde relata que una mezcla de ingenuidad, incultura y mala suerte le robaron de un plumazo cantidades importantes de dinero.

La prioridad de mamá Dolores siempre fueron sus hijos. "He tenido que hacer esfuerzos para llevarlos por el camino rectico y que no se me torcieran, y si ha hecho falta pegar un guantazo, con uno ha sido bastante", dice segura de haber hecho lo que debía para impedir que los suyos se desviaran de la buena senda. Su carácter le ha hecho merecedora del respeto y la admiración de los que le rodean. Y es que Dolores es mucha Dolores. Igual se arranca a cantar flamenco que se marca un taconeo o cuenta un chiste verde. Todoterreno.

A los que vienen detrás, les aconseja que no tengan tantos niños. "Yo he tenido diez y si llego a saberlo no tengo ninguno se habrían evitado mucho sufrimiento. Se pasa muy mal cuando te piden de comer y no tienes ni pan duro", dice. Y eso que ahora ejerce de superabuela: "Con el niño de mi Joaquina, uy, un bicho".