No es éste el lamento del periodista aburrido al que se le cansan los ojos y los oídos de ver y oír siempre los mismos gestos y argumentos en el entorno municipal. No es el cansancio de ver un escenario en el que los actores no se salen de su carril y reorientan con ligeras variaciones una obra de teatro en la que no cabe la improvisación. No es solo la queja del observador que apenas percibe en el salón de plenos ligeros movimientos y apuntes de nuevas tendencias, a unos políticos tan lentos a veces en acusar el pulso de la calle, de la gente que vive y respira en Córdoba, y que va por otro lado. No queda la cosa ahí.

Es también la desazón del ciudadano al que le hubiera gustado escuchar algún mensaje nuevo, alguna razón para el estímulo, algo a lo que agarrarse con cierto ánimo para ver que se trabaja hacia unos objetivos capaces de arrastrarle, implicarle y exigirle. Poco hay de criticable en el Pleno del Ayuntamiento de Córdoba que analizó el estado de la ciudad, pues transcurrió por los cauces normales del debate democrático, con sus momentos tensos y el esfuerzo de sus protagonistas. Formalmente no hay nada que decir. En cuanto al contenido, los temas abordados son los que hay, los hechos realizados y las tareas por ejecutar.

Pero- ¡qué poco entusiasmo nos transmiten estos políticos nuestros! Hasta un manido mensaje de "sangre, sudor y lágrimas" a lo Winston Churchill hubiese sido de agradecer. Mucha crisis internacional, muchas cifras de paro, pero nadie se dirigió a la gente de la calle para decirle algo así como que esto va a ser difícil, pero vamos a hacer un esfuerzo y que la Corporación se va a dejar el pellejo y la imaginación para afrontar los momentos de crisis que ya se están viviendo, instalados en la vida de tantas familias. Nadie lanzó un mensaje nuevo: ni la alcaldesa, Rosa Aguilar, que parece cansada y desarropada por su propio equipo; ni el portavoz del PSOE, Rafael Blanco, que al menos admitió errores aunque no fuesen achacables directamente a su grupo político; ni el portavoz de IU, Andrés Ocaña, harto de que no se le reconozcan sus logros y los del Gobierno municipal, ni el jefe de la oposición, José Antonio Nieto, que se comporta como si las urnas se le fuesen a entregar en la próxima convocatoria, pero tiene todavía, en el caso de que sus esperanzas estén fundadas, mucho que trabajar y que rascar para llegar al corazón de esta ciudad.

No hubo un mensaje nuevo, Aguilar solo consiguió reafirmar las promesas que viene reiterando desde que José Luis Rodríguez Zapatero y Manuel Chaves revalidaron el poder en el Gobierno español y en el de la Junta de Andalucía. Nuestros gobernantes locales tienen ya miedo a dar plazos, porque luego los incumplimientos les estallan en la cara, así que no los dan. Quieren poner los pies en la tierra y renunciar por fin a los proyectos megalómanos que ni siquiera cuajaron cuando las vacas eran gordas y los graneros fiscales estaban llenos, y es razonable. Pero- ¿no hay nada que puedan decirnos que nos inculque algún deseo de esfuerzo, de trabajo colectivo, quizá sea mucho decir de entusiasmo? ¿Nadie desde el Ayuntamiento nos puede trasladar cierta esperanza por el futuro?

En un momento como el que estamos viviendo, el debate del estado de la ciudad debería haber sido algo más que un toma y daca, que un repaso de las cuentas y que una reiteración de los compromisos. Debería haber estado cerca de la población, de los votantes a los que en el 2011 volverán a reclamar el sufragio. Debería haber estado cerca de las personas y de sus vidas. Deberían haber sido capaces de mirar más allá de sus narices.