Pensar un titular que englobe la personalidad de Rafael Cantos es una tarea complicada. Su historia, que él mismo relata con la mayor naturalidad y exenta de cualquier tinte dramático, es todo un ejemplo de superación, digno de un largometraje de ésos que ponen el vello de punta. Nació en perfecto estado en Córdoba hace casi 24 años y a los 22 meses se le diagnosticó una leucemia que le obligó a ingresar en el hospital Reina Sofía. Allí afrontó con valentía esta terrible enfermedad y contrajo además una infección por hongos que le causó, entre otras secuelas visibles, la ceguera casi total que le sobrevendría al cumplir los seis años. Desahuciado en varias ocasiones por los médicos, superó este tipo de cáncer en la sangre gracias a un trasplante de médula practicado en Barcelona.

"Me gusta ser lo más independiente posible"

Tras la intervención, retomó la rutina escolar en casa, alternando las revisiones médicas con los juegos y las clases particulares hasta quedar ciego. Aprendió el braille en apenas tres meses y desde entonces su vida ha estado enfocada a alcanzar las más altas cotas académicas que se pongan a su alcance. Con la ayuda de la Organización Nacional de Ciegos (ONCE), aprendió a usar el bastón y a moverse con él, primero por casa y el colegio, y más adelante por la ciudad ("me gusta ser lo más independiente posible", asegura).

Hace tres años, decidió, tras encontrar serias dificultades para utilizar los mismos sistemas informáticos que empleaban sus amigos, que quería estudiar informática para conocer sus entresijos y poder cambiarlos desde dentro. "Mis compañeros me han confesado que el día que llegué a la facultad nadie daba un duro por mí, pensaban que no llegaría al segundo trimestre", explica sin resquemor. Sin embargo, ha concluido los tres años de la Ingeniería Técnica obteniendo matrícula de honor en el proyecto y ya se prepara para iniciar el grado superior.

Verdadero apasionado de la informática, reconoce que el camino no ha sido fácil. Cada uno de los libros de texto de la carrera suponen una media de 17 tomos escritos en braille, lo que da una idea de la dificultad que para él puede suponer repasar el temario antes de un examen. Su privilegiada memoria y su trabajo incansable le han permitido avanzar paso a paso hacia sus metas. "Salvo excepciones, los profesores y los compañeros de clase me han ayudado muchísimo", afirma agradecido, mientras explica que apenas se permite tiempo para el ocio. Eso sí, tiene un hobbie que le fascina, coleccionar trenes eléctricos con los que se entretiene, haciéndolos circular en una maqueta instalada en casa, justo a la entrada. Allí me recibe su madre, que nos abre la puerta, cariñosa y sonriente.

El principal apoyo de Rafael a lo largo de toda su vida ha sido, sin duda, su familia, unida contra la adversidad. "Mi hijo nunca ha necesitado un psicólogo gracias a Dios". Cuando se refiere a Dios no utiliza la palabra como parte de una frase hecha. "La fe mueve montañas y es la que nos ha ayudado siempre a asumir las cosas tal y como iban ocurriendo", comenta Rafi, que confiesa haberse apoyado en su propio hijo para seguir adelante. "Cuando solo tenía seis o siete años me dijo: mamá, no paras de pedirle cosas a Dios, ¿y tú qué le das?", explica para hacerme entender el optimismo vital y la entereza de Rafael. No es de extrañar que, contra todo pronóstico, él mismo asegure: "Yo siempre he sido una persona feliz".