Mansur Lakrad nació en un pueblecito de Marruecos llamado Kala. "Viví allí hasta que mis padres se divorciaron. Yo tenía seis años. Mi madre y yo nos trasladamos a Settat, donde ella volvió a casarse y tuvo otros dos hijos, mis hermanitos Situni y Fartna". Vivían en una cabaña con lo poco que obtenían del campo. "Sacábamos unas 100.000 pesetas anuales de la cosecha y del cuidado del ganado".

Los que venían en cochazos en la Operación Paso del Estrecho representaban su sueño dorado. "Yo quería ser uno de ellos, tener una vida mejor, distinta, y sabía que para eso tenía que conseguir salir de Marruecos y llegar a Europa".

En contra de la voluntad de su madre, cuando contaba solo 13 años, se marchó a Tánger para inmigrar, intentar dar el salto a la Península. "Pasé dos semanas viviendo en la calle y comiendo de la limosna que me daban a mí y a los otros chicos con los que me fui a Tánger. Intentamos varias veces colarnos en los bajos de un camión, pero no hubo suerte".

Entonces se volvió a casa para ahorrar el dinero suficiente con el que pagar el viaje en patera. "Empecé a guardar todo el dinero que podía, pero no era bastante. Al final, hablé con mi madre y la convencí de que no iba a desistir hasta que consiguiera mi sueño y me dio todos los ahorros que ella había ido acumulando durante toda su vida. Unas 200.000 pesetas".

En aquel momento, su principal meta era conseguir dinero para mandarle a su madre, lograr que él y su familia vivieran mejor. "Regresé a Tánger y busqué contactos, algún patrón con patera para emigrar. A la semana, ya estaba escondido en una casa, en medio del bosque, esperando a que la mar estuviera en calma y a que el grupo se completara".

En una lancha motora de unos ocho metros de largo, debían viajar 57 personas. "Aquello fue en el año 2001, cuando todavía no había tantos controles como ahora, a pesar de que había multitud de patrones que traficaban con el paso del Estrecho".

Tras dos semanas ocultos, les avisaron de que aquella noche partirían hacia Cádiz. Era enero y hacía mucho frío. "Esa fue la primera vez que vi el mar. Yo era el más pequeño del grupo. Todo eran hombres. En fila, nos condujeron a la orilla del mar en un paseo nocturno de más de cuatro horas. Empezaron a montarse uno a uno. La patera se alejaba de la orilla. Yo no sabía nadar. Cuando intenté subirme, me caí. Estuve un rato bajo el agua, sentí que me ahogaba hasta que alguien me sacó a flote. Cuando me di cuenta, la patera se había ido. Dos personas más y yo nos quedamos en tierra".

Diez días más tarde, volvía a salir otro grupo. Esta vez eran 54 personas y él consiguió subirse a la barca. Volvía a ser el más joven. "Repetimos el mismo proceso. Esta vez conseguí estar entre los primeros. Dijeron que el trayecto duraría dos horas y media, pero acabaron siendo cinco. El mar estaba agitado. Yo iba de cara y no paraba de vomitar. Cuando el patrón veía alguna luz, la barca se desviaba para que no nos vieran. El viaje fue duro, muy duro".

Casi al amanecer, llegaron a la costa de Cádiz. "Nos dijeron que nos tiráramos. El patrón se volvía. Yo me sentía fatal. La gente se lanzó al mar y a mí no me quedó otra que tirarme también. De nuevo, alguien me sacó del agua y me llevó a la orilla. No he vuelto a saber de ninguno de aquellos dos hombres que me salvaron la vida".

Una vez en la sierra de Cádiz, el grupo se dispersó y Mansur se quedó con otras cinco personas. "Empezamos a andar, sin rumbo, por el campo, sin saber adónde ir. Yo estaba muy débil después del viaje. Aguanté dos días hasta que ya no pude más. Intentaron ayudarme, pero al final me quedé solo. Me refugié debajo de un puente y allí estuve durmiendo no sé cuánto tiempo".

Mansur no sabía que los menores no podían ser deportados. "Tenía miedo de que me encontraran, pero estaba tan mal que busqué ayuda. Encontré en una casa y pedí ayuda, por señales. No sabía hablar español. Cuando me vieron, me llevaron a un hospital". Estuvo ingresado una semana. "Cuando me recuperé, me derivaron a un cura de Algeciras que ayudaba a inmigrantes. No sé si es el famoso Padre Pateras, del que después he oído hablar. Mis recuerdos de aquellos días son muy confusos, estaba asustado, raro".

La Asociación Pro Derechos Humanos decidió traerlo a Córdoba. "Poco después, una familia aceptó acogerme y desde entonces vivo con ellos. Ahora son como mi segunda familia".