NACE EN CORDOBA

EDAD 71 AÑOS

TRAYECTORIA VOCAL DEL CONSEJO GENERAL DEL PODER JUDICIAL Y PROFESOR DE DERECHO CONSTITUCIONAL

Aunque no le gusta el fútbol --sólo el cine y la lectura, afición que hace que los libros se le acumulen en casa hasta debajo de las camas--, si se le pide una autodefinición Rafael Sarazá Padilla no duda en describirse como "un medio volante; no soy un delantero, no soy el que remata --reconoce--, pero doy mucho juego". Ha dado mucho juego exactamente durante los últimos cincuenta años, que son los que lleva entregado a su profesión este abogado que siempre se sintió cercano al pueblo; hasta el punto de que, perteneciendo a la burguesía ilustrada, escogió el barrio de la Fuensanta para vivir, y hasta pasea adrede un aspecto menestral, como de obrero vestido de domingo, para limar solemnidad a la astucia que siempre desplegó en su ir y venir entre los tribunales.

Así, sin ser la primera figura del equipo, la estrella rompedora que acapara todos los titulares y los flashes, sino un jugador constante y siempre presto a no dejar pasar ninguno de los balones que la vida le ha puesto por delante, ha transcurrido el medio siglo de oficio generosamente empleado de Rafael Sarazá. Una tarea que le han reconocido amigos y discípulos con un homenaje de los buenos, "de los que están todos los que tienen que estar --dice él, agradecido y socarrón-- y no están los que no tienen que estar, un encuentro en el que me sentí querido".

--Veo que no es usted supersticioso, porque hay a quienes les da mal fario eso de que se reúna la gente para hablar bien de ellos en su presencia.

--No, qué va, yo soy un optimista furibundo. Y eso que arrastro una etapa larga de enfermedad. Me han dado ya varios homenajes por distintos motivos, y hubiera sido horrible pensar otras tantas veces que me iba a morir.

--Medio siglo de abogacía ha debido de estirarse mucho. ¿Qué balance hace usted de sus bodas de oro con el derecho?

--Con la abogacía, porque el derecho tiene muchas caras y siempre lo he abordado desde la misma. Yo, que he picoteado en muchas otras cosas, soy abogado por encima de todo. A Luisa, mi mujer, le digo que en la esquela me pongan sólo eso, abogado, que dejen lo de excelentísimo señor, lo de la Gran Cruz de San Raimundo de Peñafort (distinción que muy pocos tienen en Córdoba, y que esta mañana de la entrevista luce en la solapa) y montones de cosas más. Porque en la época franquista había que hacer de todo. Fui director del cineclub Senda, presidente del consejo de administración de la librería Agora... Pero ya digo, sin abandonar este mismo despacho en cincuenta años.

--Pues sí que habrán visto y oído estas paredes.

--Vaya si han visto y oído. En el bufete aprende uno tanto o más que en un confesionario, porque no hay ese rechazo al cura.

--Y además no pone penitencia.

--No, la penitencia muchas veces me la llevo yo por aguantar... Pero realmente es riquísima esta profesión, es conocer la vida desde el punto de vista de la realidad, no en la teoría. Por ejemplo el tema matrimonial, cuando viene una señora diciéndote: "Esto no le pasa a nadie nada más que a mí". Y tienes que contestarle: "Pues no, señora, le pasa a 75 más y entre ellos a mí".

Pero hay casos y casos. Y a la hora de escoger los que más huella le han dejado, Sarazá aparca las bromas --es hombre de punzante sentido del humor, a pesar de ese ceño fruncido que a veces se le escapa y que él achaca a deformación profesional--. Se pone serio y cita entre sus mejores recuerdos la defensa del Lute, preso entonces en Cartagena. "Fue un caso muy interesante, porque en medio de toda la tramitación murió el dictador y aquello cambió --dice--. El Lute había sido escogido como chivo expiatorio, le pedían 1.700 años y pico de cárcel, porque durante un par de veranos todo lo que ocurría en Andalucía se lo cargaron a él". Destaca también sus actuaciones ante el Tribunal de Orden Público, al que iban a parar los acusados por sus ideas políticas, contrarias al bando vencedor. "Yo defendí en Córdoba a 27 desde 1968 hasta después de muerto Franco --apunta--, en una época de total carencia de garantías".

--¿Se parecen en algo los modos de ejercer la profesión en el siglo XXI a los de sus comienzos?

--En general sí que se parecen. Ahora, puestos a puntualizar, te diría que cuando yo me di de alta en el Colegio de Abogados habría unos 150 colegiados y ahora hay 2.500, es decir, está mucho más despersonalizada la profesión. Entonces conocías a todos los funcionarios y ellos te conocían a ti, pero por lo demás los tribunales siguen impartiendo justicia lo mejor que saben y pueden, aunque ésta sea ahora muchísimo más lenta.

--Usted que ha sido director de la Escuela de Prácticas Jurídicas de Córdoba, ¿qué consejos daría a un recién licenciado?

--Pues mira, le daría dos consejos: uno, que estudie mucho, porque esta profesión tiene de malo, dicho entre comillas, que se renuevan constantemente los textos. Y en segundo lugar que tome conciencia de que esto no es sólo la relación abogado-cliente, sino abogado y sociedad. O sea que uno puede con su forma de actuar, de defender unos determinados valores, estar presente en la sociedad y ayudar a vertebrarla. Siempre he creído que la abogacía te ayuda a estar presente en el mundo, la prueba es la cantidad de cosas en que me he metido.

A quienes no le gusta dar consejos profesionales, a pesar de haber aprendido él del ejemplo de su padre --letrado también y con bufete en la misma casa de la calle Eduardo Dato donde ahora nos encontramos-- es a los dos hijos que se mueven en el campo de la justicia, uno como juez de Derecho Mercantil y otra como fiscal de Menores, ambos en Sevilla. "Me piden orientación en cosas prácticas, por ejemplo cuando van a comprar un piso y cosas así. Ahora, en asuntos teóricos no porque están más preparados, están al día en todo --afirma orgulloso--. Lo que me encanta es que hayan tomado dos direcciones que estando cercanas a mí, no nos interferimos. Todos mis hijos y yo nos llevamos estupendamente, nos llaman a diario a su madre y a mí --añade mirando hacia las siete fotos que adornan la pared principal de su abigarrado despacho, seis de sus retoños y otra de una séptima "casi hija" que se ha criado con la familia--. Pero siempre he pensado eso de que cada uno en su casa y Dios en la de todos".

--Toda la vida se ha sentido atraído por la causa de los más débiles. Incluso tiene un premio, el Plácido Fernández Viagas, que le reconoce su lucha por los derechos humanos. ¿Le ha molestado que le llamaran ´abogado de pobres´?

--En absoluto, es que está claro que estoy caracterizado por eso. La gente sabe que en los últimos años, de cien clientes míos noventa tienen todo lo más un sueldo, no tengo ningún banco, ni ninguna compañía de seguros, ningún cliente fuerte. Yo, sin exagerarte, no he cobrado el 30 o el 40% de los asuntos. Y el hecho de haberme mudado hace ya veintitantos años al Santuario de la Fuensanta fue una forma de sentirme cercano a la gente modesta. Ya sé que no soy pobre, que he dado carrera a todos mis hijos y tengo unas pesetillas, pero la cercanía física es muy buena.

--Su perfil recuerda mucho al de otro letrado cordobés ya fallecido, Joaquín Martínez Bjorkman. ¿Qué tal se llevaban?

--Muy bien y muy mal --ríe--, como todo el mundo con Joaquín.