En contra de lo que mucha gente pueda pensar, abogados, jueces, fiscales y juristas en general también tienen necesidades fisiológicas, entre ellas la que exige el desahogo que propone la risa, una respuesta natural a una situación en la que el contraste entre lo esperado y la realidad pura y dura provocan una falta de aceptación mental que acaba en carcajada. Eso es lo que dicen los expertos al respecto de la risa y fue el eje introductor de una charla protagonizada ayer por Mariano Monzón de Aragón, doctor en Derecho, miembro de la Real Academia de Legislación y Jurisprudencia de Sevilla y ex fiscal de sala del Tribunal Supremo, además de ebanista y aficionado al arreglo de persianas y a la fontanería, que ahora, una vez jubilado, quiso unirse a los actos conmemorativos de San Raimundo de Peñafort (patrón de los abogados) relatando anécdotas curiosas y verídicas de las que ha sido testigo a lo largo de su larga trayectoria profesional.

El título de la ponencia en cuestión era Humor y toga . El contraste inicial de los términos propuestos podría haber sido pretexto para empezar a reír. El prejuicio general de señor jurista ligado a hombre serio hace difícil la relación entre ambos conceptos. ¿Quién imagina a un juez perdiendo los nervios en un juicio y entregarse al descontrol que supone una risa bien reída? ¿Quién puede pensar que un hombre a punto de morir pueda tener un minuto final de gracia? Los que piensan que tales circunstancias son inauditas se equivocan. De Aragón lo sabe bien e hizo un esfuerzo soberano por introducir al escaso aunque atento público asistente en el refinado sentido del humor de los juristas. Insistió mucho en aclarar que algunas de sus historias han sido relatadas por escritores de prestigio, que basaron sus narraciones en hechos reales y no al contrario.

Después de comentar la actual situación de vorágine legislativa en la que ni los propios letrados son capaces ya de estar al día de las reformas a las reformas de leyes en constante proceso de transformación, el ex fiscal sucumbió a la tentación de ejercer como actor de El Club de la Comedia y se liberó de cualquier prejuicio adjudicado a su condición de hombre serio para recordar simpáticas ocurrencias de compañeros de profesión. Me viene a la memoria por su elocuencia la que hablaba de un juez miope y autoritario que en una inspección ocular en un incendio se empeñó en que anotaran la advertencia expuesta en una placa colgada en el lugar del suceso: Aquí pone prohibido fumar, hay que tenerlo en cuenta. Que quede claro que pone prohibido fumar. El susodicho, conocido por su intransigencia, sólo asintió a escuchar al compañero fiscal, que en un gesto de desafío se atrevió a corregirle: Señor juez, lo que pone aquí es Prudencio Pumar y ésta es la puerta de su despacho. El agrio juez tuvo que acabar riéndose de sí mismo porque, en efecto, los juristas también ríen.