Julio Romero de Torres, al fin, vuelve a su ciudad. Pero una vez rescatado del tópico. Los más exquisitos lo reclaman, las administraciones invierten en su seguro valor y las empresas de solera apuestan sus fondos a caballo ganador. Por fin, tras la clandestinidad a la que le habían sometido quienes se aburrían por las tardes en cines-forum inaguantables de filmotecas coñazo , se adornan sus calles y se le recibe como profeta en propia tierra. Y se convoca al resto del mundo para que vean que Julio Romero de Torres pintó a la mujer morena porque tenía que pintarla, porque nació en el momento preciso en que eso tocaba y porque, encima, lo hizo bien. Si no, el olvido hubiera sido su destino.

EN EL CORAZON DE LAS MUSAS

De espaldas al río, la plaza Enrique Romero de Torres , el hermano de Julio, --contigua a la del Potro-- nos asegura que hemos comenzado por la ruta correcta. Lo atestiguan tabernas, cafés, restaurantes, sombrillas, veladores y naranjos que cobran vida a la hora en que al turismo internacional le da por almorzar. Cruzamos Lineros y Lucano y nos adentramos en la historia, en la Plaza del Potro, lugar cervantino, gótico y renacentista donde la familia Romero de Torres comenzó a echar raíces. El origen de todo. Enfrente de la Posada del Potro, los museos de Bellas Artes y de Romero de Torres. Los secretos hay que descubrirlos. Están guardados en la casa natal del pintor. Ahí dentro. Donde antes venían sólo soldados del Muriano a ver a las mujeres en cueros. Ahora, terreno de la intelligentia .

Salimos. Nos adentramos en la calle Romero Barros , el padre de la estirpe. Hoteles, hostales, la memoria del legendario Círculo Cultural Juan XXIII y el olor a vino de la taberna de la Sociedad de Plateros nos guían en esta ruta de los sentidos. El Palacio de los Marqueses del Carpio, enfrente, con sus torretas medievales, abre su cancela a un Toyota Land Cruiser mientras subimos calle arriba para desviarnos, a la izquierda, por El Portillo. Subimos la cuesta donde, encima de "Carmen", artesanía de autor , han colocado esos ojos que parece que escrutan a toda la ciudad. Al final, donde termina la calle Cabezas --Góngora tendrá ahí su definitivo refugio-- encontramos en el callejero la memoria del artista: la Julio Romero de Torres (o de Los Mascarones ), una calle por donde suena el canto de canarios y gorriones. Silencio y soledad por entre casas rehabilitadas de zócalos amarillos o granates. Desembocamos en la Plaza de Jerónimo Páez. Donde el Museo Arqueológico anda aquejado de desidia. En el café bar La cávea los turistas disfrutan lo desconocido. Para ir a la siguiente parada --Vimcorsa-- habría que subir Cuesta de Pero Mato arriba. Pero lo impiden las obras. Tomamos Horno del Cristo , y subimos Rey Heredia , dejando atrás el monasterio de Santa Clara y la casa del Judío para mejor ocasión. En lo alto de la cuesta, esquina con Vimcorsa, donde naciera Angel de Saavedra, el Duque de Rivas, volvemos la vista atrás y la espadaña del convento de la Encarnación es como un perfil que la historia se dejó olvidado.

HACIA EL CORAZON URBANO

Vuelven a aparecer los ojos de la gitana desde un costado del Conservatorio, como indicándonos que estamos en la buena ruta. En Las Tendillas hay que hacer la tercera parada en el Instituto Góngora. Claudio Marcelo abajo, torcemos por García Lovera y aparece la majestuosa fachada del Círculo de la Amistad, que nos invita. A la salida podríamos tomar Carbonell y Morand , pero es preferible irse por Alfaros , siguiendo la línea de la muralla. La Cuesta del Bailío es el mejor acceso para saborear la Plaza de Capuchinos. Desde allí salimos de la Medina por la Puerta Osario para detenernos en la Diputación y en las salas museísticas de Cajasur. Al final de Ronda de los Tejares, al comienzo de los Jardines de la Agricultura, nos espera, señorial, con su galgo, Julio Romero de Torres. Profeta en su tierra.