Recibió el viernes la Medalla al Mérito en el Servicio de la Abogacía en reconocimiento a un "abogado ejemplar en el ejercicio de su profesión", en palabras del presidente del Consejo General de la Abogacía, Carlos Carnicer, quien además entregó la Gran Cruz al Mérito y la Medalla al Mérito Póstumo, respectivamente, a las viudas del que fuera presidente del Senado por UCD, Cecilio Valverde, y del senador Joaquín Martínez Björkman.

Hijo y nieto de carpinteros, reconoce que ya desde pequeño se sintió atraído por la profesión de abogado. "No pensaba en otra cosa", dice, y continúa explicando que el origen de su interés por la abogacía surgió en Fuente Obejuna --donde nació--, población en la que había un abogado del que admiraba su prestigio.

Aunque ha estado vinculado a la política, ha escrito seis libros y ha colaborado con sus artículos (muchos de ellos de crítica teatral) en distintos medios de comunicación, afirma haber vivido para el Derecho, al que también se han dedicado dos de sus hijos, un hijo político y tres nietos. Manuel Madrid incide en que su vida "ha sido una lucha permanente, pero me he divertido muchísimo".

¿Qué ha supuesto para usted recibir este reconocimiento, la Medalla al Mérito en el Servicio de la Abogacía, a su trayectoria profesional?

--Una alegría, realmente es la primera vez que a unos letrados cordobeses se les concede esta distinción. A los otros dos compañeros (Cecilio Valverde y Joaquín Martínez Björkman) se les ha otorgado a título póstumo, y a mi ´cuasi´ póstumo (bromea). Estamos, como decía Cervantes en El Persiles , con el pie en el estribo en el corcel de la eternidad. Pese a que por mi edad (82 años) yo ya estoy de vuelta, he de reconocer que fue para mi algo emotivo el compartir este momento con las viudas de mis compañeros.

En su opinión, ¿cuál es el denominador común de Cecilio Valverde, Joaquín Martínez Björkman y Manuel Madrid?

--Los tres hemos seguido el consejo de Carnelutti, el gran maestro del Derecho Procesal, que decía que si querías ejercer con éxito la abogacía, tenías que empezar por estudiar la teoría general del Derecho, esto es, ser un teórico del Derecho, y los tres lo hemos sido. En todos mis libros (ha escrito un total de seis y está en el séptimo), me he ocupado de la historia de las instituciones, porque considero que para poder aprehender el espíritu de la ley hay que ver cómo se fraguó ésta. La leyes, en general, son un espaldarazo a una costumbre respaldada por todos. También coincidíamos en el amor a la carrera. He nacido para esto. Primero fui militar (mi familia era humildísima), hice la oposición a Maestro del Plan Superior Profesional y durante cuatro años fui director del Grupo Escolar de Fuente Obejuna, lo que simultaneé con la profesión de procurador de los tribunales. Después hice la carrera de Derecho, en sólo dos años y medio.

¿Cuál ha sido la mayor satisfacción obtenida a lo largo de su carrera?

--Haber ganado en el Tribunal Constitucional el primer asunto al que éste concedió un recurso de amparo contra una sentencia del Tribunal Supremo, en el caso de los derechos hereditarios de una hija natural. Era la primera vez que se hacía en España.

¿Y el peor momento?

--En el año 1959, estuve a punto de quedarme arruinado. Pensando en Fuente Obejuna, arrendé junto a unos amigos un lavadero de lana en Plasencia. Hablamos con los ganaderos, que nos fiaron la lana para pagarla después. Cuando estábamos a punto de venderla, el ministro de Comercio, Ullastre, importó lana de Australia, por lo que el precio del mercado bajó y nadie quería nuestra lana. Una persona de aquí nos ayudó para que nos la comprasen en Barcelona y pudimos pagar el precio justo a los ganaderos. Salvamos la situación pero yo también salvé la vida. En lugar de regresar a Córdoba en el vuelo en el que tenía el billete, como terminé con tiempo me vine un día antes de lo previsto. El avión de Barcelona a Madrid que debía haber cogido se estrelló. Allí murió Blume, el mejor gimnasta que ha habido en España. Tengo que decir que he visto el dedo de Dios en montones de cosas, no sólo en esta ocasión.

¿Qué le ha aportado más, su carrera de abogado o su trayectoria política?

--Como parlamentario descubrí mi verdadera personalidad, que no le tengo miedo a nada. He sido un outsider en este ámbito. Fui un hombre con inquietud política de pequeño, pero no me hubiese metido en la disciplina de un partido. De hecho, me ofrecieron un cargo una vez. Creo que he sido buen parlamentario, pero pienso que habría sido un muy mal director general. Sí me ha gustado ser un parlamentario nato, aunque creo que he sido mejor abogado que político. El parlamentario, en definitiva, era un buen abogado y un buen orador.

¿Y el futuro, cómo se plantea?

--En lo sucesivo, en cuanto termine un asunto de mucha importancia que se encuentra en el Tribunal Supremo, voy a hacer lo que los químicos llaman acción catalítica, que es de presencia. Actuaré como el coro y las tragedias griegas, que aconsejan, censuran, animan e incluso anuncian, pero no toman parte en la representación. Es lo que voy a hacer a final de curso, que termina en el mes de julio. Si tuviese bien la vista, me dedicaría a leer y releer (tiene 7.000 volúmenes en su biblioteca). Ahora estoy con mi séptimo libro, que se llamará Decíamos ayer... , una especie de florilegio de los principales artículos sobre dinero fiduciario y crítica teatral que he escrito. El volumen recogerá asimismo varios ensayos.