En mayo de 1931, en el que fuese local de un limpiabotas y debido a su cercanía con una antigua estafeta, nació el bar El Correo con el objetivo muy claro de servir solo cerveza y tapas de conservas. Más de 90 años después, sin haber cambiado ni un milímetro su esencia, este templo de la Cruzcampo despide a su penúltimo gerente, Manuel Carrasco, quien se jubila de la filosofía de las cañas bien frías y entrega el testigo de psicólogo de paso hacia Las Tendillas a su auxiliar Manuel Martínez.

¿Cómo han ido las primeras semanas sin ir al bar?

La verdad es que todavía no he terminado de reaccionar. Tengo que hacer un montón de papeleo, quedar con Manolo, averiguar el traspaso. Además, que yo hasta que no vea la primera nómina en el banco no me fío ni un pelo.

¿Cómo piensa ocupar sus días libres en cuanto los tenga?

De muchas maneras. Entre otras cosas no haciendo nada, que es lo mejor. Ya veremos lo que va ocurriendo, pero de momento me voy a tirar un par de semanas sabáticas arreglando papeles y olvidándome de todo.

¿Podría estar su bar en mejores manos que en las de Manuel Martínez?

Evidentemente, él lleva muchísimos años trabajando allí y si no ha aprendido ya, desde luego, es para matarlo.

¿Qué le ha enseñado el pasar casi una vida en El Correo?

Han pasado tantas cosas, buenas y malas. He aprendido a madurar, por ejemplo. He aprendido a conocer a la gente tras la barra, a ver si una persona viene o no derecha, lo que te va a pedir; si viene a tomarse una cerveza o a calentarte la cabeza. Mucha psicología. Los patrones se repiten y tú los vas captando. Y tú te has hecho mayor allí dentro; has pasado de ser un niñato a una persona mayor que se ha jubilado y, claro, toda esa experiencia la has vivido allí.

¿Qué bares frecuentará ahora?

No tengo muchas ganas de bares. En casa del herrero, cuchillo de palo. Llevo tanto tiempo metido en un bar, que para verme en uno tomando una cerveza tendría que aclimatarme y empezar desde cero. Reeducarme.

¿Echará de menos algo?

Pues yo creo que no. No lo puedo jurar porque todavía no estoy jubilado oficialmente, pero no me veo recordando viejos tiempos. Si acaso comentaré alguna anécdota con algún amigo, pero por lo demás no. Ya partes a otra dimensión de tu vida y tienes que plantearte los nuevos retos que se presentan en vez de acordarte del bar, cuando has pasado allí toda tu puñetera vida dentro.

Sin relevo generacional que se ocupe del negocio, ¿no teme que desaparezca?

Hombre, nada dura toda la vida y quien lo pretenda es que está equivocado. Aquí nos vamos a morir todos, no se va a quedar nadie. Si El Correo sigue pues muy bien pero, si no, pasará a los anales de la historia y tras cien años se olvidarán de él como se olvidan tantas cosas. Igual queda algo en archivos pero, como todo, la gente dirá ¿Y este quién era?

¿Y si un comprador adquiriese el local y cambiase su esencia?

Yo lo vería mal, aunque no podría hacer nada porque el local no es mío. A lo sumo, podría recoger mis cosas y dárselas a mi primo Rafael Carrasquín, para que las pusiese en Casa Tollín y quedase constancia de que en la calle Jesús María hubo un bar llamado El Correo. Pero en esta vida todo es efímero y al final lo único que te queda es el nombre. De todas maneras, no creo que ahí pudiera funcionar otro tipo de bar porque se ha hecho tan emblemático durante noventa años que, ¿qué vas a poner ahí? ¿un gastrobar?

¿Cómo se ve la vida tras la barra?

Diferente totalmente.