«Flamenco», «queer», «performance»... A Niño de Elche le han colgado numerosos sambenitos desde su irrupción en la música. En su último proyecto, La exclusión, se los «recoloca» todos a su gusto para reflexionar sobre «uno de los grandes males del siglo XXI», todos excepto uno. «Soy muy fan de las palabras que empiezan por ‘ex-’ por lo que conllevan y la palabra excéntrico me gusta mucho, pero no me considero un excéntrico», aclaró a Efe ante un disco y un espectáculo en los que el artista ha apurado como nunca los límites de la escucha tradicional para integrar artes escénicas y múltiples capas de significado.

Fue hace dos años y medio cuando Francisco Contreras (Elche, 1985), muy seguidor de los libros del escritor, filósofo y pensador Ramón Andrés, se propuso sumergirse en «la concepción del mal y en su simbología».

«Y una de las conclusiones a las que llegamos con Ramón, que ha ejercido de director artístico, es que la exclusión es uno de los grandes males del siglo XXI y uno de los elementos nucleares de cómo se relaciona el ser humano», explicó en una charla celebrada en Madrid.

Sobre el libro Pensar y no caer’se «amasó» el guion del espectáculo, dividido en «cuatro cuadros»: Animal-Humano, sobre las relaciones entre la animalidad y la humanidad; El cuerpo, con el foco en lo sacro, la enfermedad, el dolor o lo protésico; Europa, en el que la base son las ideologías, los totalitarismos y lo industrial, y Muerte-Nada, que aborda «la gran interrogante».

Sobre esos cuatro bloques, convertidos en cortes de cerca de 20 minutos cada uno, colaboró para darles dimensión sonora con el productor Xabier Erkizia, con quien ya había trabajado en la instalación sonora La pena y el alivio en Tabakalera de San Sebastián. «Xabier me dijo: ‘Vamos a hacer un disco que nunca hayamos escuchado», rememora. «Una de mis últimos anhelos es crear nuevas realidades y la experiencia nueva crea perturbación», anticipó ante este álbum, ya en Spotify y en formato físico. Un álbum que «debe escucharse como «un mundo sonoro que conectará con nosotros en función de nuestras mochilas culturales para producir sensaciones, sueños, imágenes, olores y escenas», dijo.

Asnos de Rute

El resultado es un «trabajo muy meticuloso y de mucha profundidad», grabado en lugares como Mik Estudoa de Vera de Bidasoa (Navarra), la citada Tabakalera o el santuario de Aránzazu, en Oñate (Guipúzcoa), en el que suenan campanas y rezos, pero también gaitas, zanfonas y rebuznos de asnos de Rute (Córdoba), tradicionalmente presentados en Occidente como «símbolos del mal».

«Para mí, el burro también lo es del trabajo, de la ternura, de la creencia en la manada, más como lo hemos grabado, de forma coral, porque lo comunitario está muy presente en este disco», señaló su autor sobre un álbum que «está planteado en muchos de sus momentos desde lo escénico, pero que en otros momentos se decanta más por lo puramente discográfico».

Inspirado por La crucifixión de Grünewald o por la idea de los leprosos que peregrinaban a los templos para pedir su curación, las prótesis corporales se convierten aquí en instrumentos. «Me interesan mucho los cuerpos problemáticos como los de tullidos o deformados y cómo desde la fe puede encontrarse un espacio para ser incluidos», cuenta.

La caída del Muro de Berlín y otros mimbres de corte industrial le sirven asimismo para construir su imagen de una Europa levantada tras la II Guerra Mundial sobre la sombra de los totalitarismos, mientras que el silencio juega un papel importante en su acercamiento musical a la muerte y el paso del tiempo. Todo ello queda condensado en la ilustración de Manuel León que remite a los grabados de Goya y sirve de portada a ‘La exclusión’.

«Yo vivo en esa dicotomía en la que cuando ven un concierto mío dicen que es una performance, porque no es un concierto al uso, y cuando ven un espectáculo escénico dicen que es una ópera musical», apuntó tras abrazar con este proyecto uno de los sambenitos que a menudo le han plantado.