A simple vista, la avenida Belgrano de la localidad bonaerense de Banfield no tiene nada de especial, pero entre sus transeúntes se observa un comportamiento peculiar: caminan con más o menos prisa, entran y salen de las tiendas, pero todos, en algún que otro momento, alzan la vista al cielo y sonríen.

Martín Ron es el autor de estas obras hiperrealistas. EFE/JUAN IGNACIO RONCORONI

La razón de esa felicidad espontánea son dos enormes murales de estilo hiperrealista que dialogan entre sí. El mayor de ellos, de 65 metros de altura, muestra a una niña de espaldas, alzada sobre la punta de sus pies para construir una pared con fichas lego; mientras el más pequeño, de 30 metros, presenta a otro niño de una edad similar, que sopla con curiosidad un globo de juguete.

Ambas obras llevan la firma de Martín Ron (Caseros, 1981), el muralista argentino de mayor proyección internacional por las dimensiones y el detallismo extremo de sus pinturas, unas composiciones, que, afirma, tienen el propósito de «curar a la mayor cantidad de gente» posible. «Las emociones que a mí me encanta transmitir son alegría, muy buena energía, que sea sorpresa, y hay una emoción más, que es un despertar, que las obras sean una inspiración para toda esa gente que tiene alguna pasión dormida», manifiesta a Efe desde la azotea de un edificio cercano al mural de la pequeña.

En sus más de 20 años de trayectoria, el artista argentino ha pintado cerca de 400 murales de todo tipo, más o menos grandes, mejor o peor conservados, aunque para considerarse un «auténtico Martín Ron» un mural precisa de dos elementos principales: la fantasía y el «impacto visual». «Sería como una especie de realismo mágico, porque laburo mucho el hiperrealismo en una escala gigante, con elementos de fantasía, pero no lo resuelvo de una manera estilizada u onírica. Yo quiero que esta nena que tenemos atrás se vea y nos impacte como si fuera una nena gigante, real, que está haciendo algo en la pared», explica.

A unos 13 kilómetros al este de Banfield, en la localidad de Bernal, se encuentra su creación más reciente: un mural de nueve pisos de altura que expone, con efectos 3D y una alusión al británico Bansky, a una adolescente agarrando con fuerza un globo y viéndose reflejada en él. Pero Martín Ron no solo ha estampado su rúbrica en las paredes de Buenos Aires y sus alrededores, sino que también ha puesto color a rincones de Moscú, Londres y Doha, entre otras ciudades. «Cuando uno hace esto, la gente lo recibe agradecidamente porque le estás cambiando para bien ese instante que puede disfrutar una obra. Es un lenguaje universal, ya con la mirada, aunque no entiendas el idioma, ves esa conexión», sostiene el muralista.

Desde su salto a la fama hace seis años, Ron se ha enfocado cada vez más en pintar murales de grandes dimensiones, un desafío que no le permite trabajar en más de cinco o seis paredes por año. Por ese motivo, cuenta siempre con la ayuda de otras dos personas, Mariana Parra y Nicolás Dicciano, y entre los tres logran concluir las obras en tres o cinco semanas. Los materiales que más emplean son la pintura acrílica, el látex, el hidroesmalte y «mucho rodillo y mucho pincel», a diferencia de otros artistas que hacen un uso indiscriminado del aerosol, que Martín Ron reserva para algunos efectos especiales. «Me gusta que las obras duren, por lo tanto hago una buena preparación de la pared, utilizo materiales de primera calidad y le hago una buena protección después», apunta.

Ese afán por «dejar huella» lleva al artista a pensar todos sus murales con cuidado y «responsabilidad». «Creo que cuando la termino, una obra cobra vida y se convierte en una entidad que hace que pasen cosas. Yo quedo disociado, yo me voy, sigo pintando en otras partes, y las obras se hacen amigas de la gente», señala. La pandemia contribuyó a rebajar «un poquito las revoluciones» de Martín Ron, priorizarse a sí mismo y replantear sus ambiciones como artista, en un año en que muchos proyectos «se cayeron como un castillo de naipes». Una circunstancia que, sin embargo, no desanimó al equipo, que volverá a demostrar su pericia en la avenida Corrientes de Buenos Aires, para pintar el que se convertirá, con sus 100 metros de altura, en el mayor mural de América Latina.