La escritora gallega Concepción Arenal (1820-1893) fue un pedazo de mujer. Huérfana de padre a los 9 años, creció en los montes de Armaño (Cantabria), se disfrazó de hombre para estudiar Derecho, peleó por los derechos de las presas y cuestionó el sistema patriarcal. Ese espíritu lo ha heredado su tataranieta Teresa Novoa (Madrid, 1955), ilustradora que, animada por Manuela Carmena y su propia hija, revive a doña Concha en un cómic, La mujer del retrato (Nórdica Libros).

- «El retrato de Concha estaba colgado en todas las casas familiares. «¿Quién es?», preguntaba de niña. «Tu tatarabuela, que fue a la universidad vestida de hombre». Y a mí me fascinaba, porque la España de los 60 era oscura y las mujeres de mi familia eran amas de casa o trabajadoras manuales, y aquella antepasada había sido abogada, escribía libros y se ocupaba de las causas imposibles».

-¿Le contaron historias de ella?

-No se hablaba mucho. Los veranos, todas las ramas Arenal coincidíamos en la casa familiar de Moaña (Pontevedra), donde había una estatua suya. Vivíamos bajo su sombra, sin saber mucho. Yo me identifiqué con ella, porque no encajaba en el mundo femenino.

-Igual es su reencarnación. Se le parece.

-Eso dicen.

-De niña, usted quería ser directora de orquesta, malabarista, cantar como Ella Fitzgerald, nadar como los delfines...

-Era tan asilvestrada como Concha. En los veranos en Galicia iba todo el día descalza, subida a los árboles, metida en el Atlántico sin notar el frío. Me llamaban ‘Marimacho’. A los 15 años, incluso no quisieron dejarme entrar en un baño público de chicas. He sido un poco la cabecita loca. He vivido en la inseguridad, y se puede vivir.

-¿No le cayó un pedacito de fortuna?

-No quiso que quedara nada. Hizo desaparecer sus cosas personales. Decía que ella no era importante. Algo muy Arenal. Lo poco que quedó pasó a manos de su nieta mayor, Pilar, hermana de mi abuela, y las cosas más importantes están en el Museo de Pontevedra.

-¿Se ‘comunica’ con la antepasada de alguna manera?

-(Ríe) Me ‘comunico’ con ella a través de mi perra Lua. El amor a los animales ha sido su herencia. En la familia se sabía que Concha tenía un gran danés, al que adoraba.

-Ha elegido dibujarla de niña.

-Llevaba tiempo recabando datos, pero no sabía cómo contar la historia. Conocía a Mónica Rodríguez de pasear a los perros, supe que era escritora y le propuse el tema. Le entusiasmó. Me dijo que somos el producto de nuestra infancia, y decidimos contar por qué se convirtió en la mujer que fue.

-La pinta muy distinta a como la imaginamos.

-Era una chica alta, pelirroja, de ojos azules. Un chicazo que corría por los montes e intervenía en las conversaciones adultas. Siempre vistió con una especie de levita. Detestaba a las mujeres florero. Las chicas Arenal somos un poco así. Desde niñas nos enseñaron a no quedar al lado. En las casas siempre se fomentó la igualdad.

-¿Usted también tiene trama?

-Yo he ido generándome problemas y resolviéndolos. No terminé Arquitectura porque tuve un hijo con 21 años [más tarde tuvo una hija]. Como trabajar fuera de casa era un problema –siempre he sido muy mamá gallina–, empecé a ilustrar para sobrevivir, y hasta ahora. Simplemente dibujo.

-¿Doña Concha estaría contenta de cómo la ha retratado?

-Aunque no le gustaba que hablaran de ella, creo que sí. Tenía verdadero interés en mover conciencias. No solo hacía una crítica de lo que tenía alrededor, además actuaba, tomaba partido. Puede que, a través del cómic, movilice un poco a los demás.

-¿Tiró mucho boceto antes de dar con la imagen definitiva?

-¡Ya lo creo! Dibujé unas 25 ‘conchitas’. Me inspiré en los rasgos familiares de primos y primas. Le sobrevivió solo el mayor de sus tres hijos -una niña murió con 2 años y otro, con 30-, del que todos descendemos.

-En las estatuas se la ve muy severa.

-Era firme pero dulce. Sabía gastar bromas y en sus cartas se la intuye muy cariñosa. Lo que es un mito es que tuviera una relación amorosa con el violinista Jesús de Monasterio. Ella era partidaria de tener amigos varones. Yo también tengo uno con el que todos me emparejan.

-En su epitafio dice: «A la virtud, a la vida, a la ciencia». ¿Qué dirá en el suyo?

-Probablemente «al arte, a la vida, a la ciencia». El arte es necesario, como la ciencia. Eso de la virtud... Se lo dejamos a ella.