Coché Tomé lleva más de una década años dedicándose al grafiti. Pinta desde que tenía cuatro años, pero no fue hasta los 17 cuando cogió por primera vez un spray. Desde entonces, se ha convertido en su modo de vida, como autor y monitor en talleres. Ha pintado murales y paredes por todo el mundo, desde Colombia a Portugal, pero pocas veces hacerlo le puso tan nervioso como este fin de semana, cuando una campaña contra el racismo de Cruz Roja le llevó a escribir una frase xenófoba junto a la Cruz del Rastro dentro de un experimento social que buscaba conocer la reacción de la gente a un hecho así.

-¿Qué le sorprendió de la respuesta del público que le vio escribir ‘Contra la invasión inmigrantes expulsión’?

Me llamó la atención que aunque mucha gente reaccionó en las redes sociales criticando lo que estaba pasaba y se formaron grupos a solo 15 o 20 metros de distancia, nadie vino a hablar conmigo. Hubo corrillos mirando y hablaban entre ellos, pero solo cuatro chicas y un chaval se acercaron para preguntar por qué hacía eso. Nadie más vino a intentar pararme o a pedirme que no lo hiciera.

Lo que sí hizo alguien fue llamar a la Policía Local.

Sí, pero la persona que lo hizo fue un señor, molesto porque lo habíamos grabado y no quería salir, no por lo que yo escribía en la pared. Para mí era la primera vez que veía la reacción del público a uno de mis grafitis, algo que normalmente no veo porque en muchos proyectos, salvo cuando se trata de acciones en centros educativos, lo hago cuando no hay nadie presente y no sé lo que pasa cuando la gente lo descubre ya acabado.

¿Cuánto tiempo lleva viviendo en Córdoba?

Yo soy de Guinea Ecuatorial, pero tengo la nacionalidad española, vine con mi familia cuando tenía doce años y he pasado mi adolescencia en La Carlota. Allí cursé mis estudios hasta que me vine a Córdoba, a la Escuela de Arte. Luego he vivido en diferentes países y he trabajado como artista grafitero. Mis padres se instalaron en el pueblo un par de años antes y nos contaron que al principio, cuando salían, todo el mundo se asomaba para verlos pasar. Luego, los conocieron y al hablar con ellos, se dieron cuenta de que no había nada que temer y perdieron el miedo ese a lo desconocido aunque nosotros teníamos la ventaja de que hablábamos el mismo idioma . Cuando llegamos los hijos, ellos ya habían hecho todo el trabajo.

¿Cree que Córdoba es racista? ¿Lo ha sufrido en primera persona?

Córdoba está cambiando mucho, pero esa transición es lenta y sigue habiendo comportamientos racistas. Recuerdo que hace años iba con mi hermano pequeño paseando por Cañero, que es como un pequeño pueblo, y al vernos, todo el mundo se metió en sus casas. Mi hermano me miró y me dijo ¿ué hemos hecho mal? Nadie nos conocía, solo vieron que éramos negros. La campaña de Cruz Roja es una acción para concienciar, hay que aceptar lo que pasa y trabajar para cambiarlo. El auge de la extrema derecha y sus mensajes xenófobos han tenido impacto y aunque muy pocos te dirán que son racistas, no hay más que ver las redes sociales donde se expresan de forma anónima, para verlo claramente.

¿Cómo se cura el racismo?

Yo diría que se cura con empatía, saliendo a ver otros mundos y haciendo el esfuerzo de conocer al otro. Porque el miedo al diferente existe a un lado y al otro, en quien ve llegar a gente que no conoce, de otro color, y también tiene miedo el que viene de fuera y tiene que vivir lejos de su entorno. Alguien tiene que romper ese muro y acercarse, esa es la única forma de acabar con el racismo, conocer a la otra persona y ponerse en su lugar. Lo que intentamos hacer con el arte es precisamente romper todos esos muros.

¿Cuál es su herramienta para tender puentes?

La sonrisa siempre ha sido mi mejor arma en estos casos, antes de enojarme o reaccionar mal, intento sonreír y eso suele ayudar bastante.