En los días mortíferos del coronavirus, los ‘riders’ de Glovo eran de los pocos que circulaban por las calles desiertas. En lo que llevamos de pandemia, más de siete millones de trayectos, solo en España. Al frente, Oscar Pierre (Barcelona, 1992), un ingeniero aeronáutico que hace cinco años dejó Airbus para fundar la ‘start-up’ de reparto a domicilio que hoy valoran en mil millones de euros.

-Debe de ser de los pocos empresarios que duerme a pierna suelta.

-Los primeros días sentí vértigo. Trabajamos con unos 10.000 comercios locales y no sabíamos si podríamos operar.

-Pronto se despejó la incógnita.

El 30% de ellos lograron permanecer abiertos gracias al ‘delivery’ y, en muchos casos, duplicaron sus ventas ‘online’. Además, gente como mis padres, que no usaban ‘apps’, se la descargaron, y se apuntaron más comercios. Alucinamos cuando el chef David Muñoz nos llamó para hacer entregas. Pero no todo ha sido negocio.

-¿No?

Pusimos la plataforma a disposición de las oenegés -firmamos con Fesbal, Save the Children, Fundació Esplai- y entregamos 80.000 pedidos con finalidad social.

-¿Cuál ha sido el ‘hit’ absoluto?

-En los primeros 25 días del confinamiento, entregamos 7.500 paquetes de harina y 4.000 de levadura.

-¿Y ‘satisfyers’?

-Unos 3.000.

-También han ‘repartido’ droga.

-Cualquier mensajero entrega droga. No puedes saber qué hay en un paquete. Notamos que el fenómeno creció y, por primera vez, empezamos a colaborar con la policía para que activar un proceso rápido de detección.

-Hay quien no ha querido usar Glovo por no participar en la ‘explotación’.

-La realidad es que muchos de nuestros repartidores han decidido cambiar un contrato laboral por trabajar en Glovo. Según una encuesta de la Asociación de Internautas del pasado julio, el 88% de los repartidores prefieren la autonomía y flexibilidad de nuestro modelo.

-Hay quejas. ¿Coge usted alguna vez la bici?

-Al menos una vez al mes, más durante el confinamiento. Se aprende un huevo.

-¿Da crédito a su suerte?

-Cuando empecé, yo escapaba de un trabajo en Airbus.

-¿Y eso?

No soy la persona más social del mundo. Desde pequeño he evitado las tendencias. Ya en la escuela [Betania-Patmos] vi que la mayoría se encaminaba a Empresariales o Industriales. Yo elegí Aeronáutica, pero en cuarto año dije en casa: «Que sepáis que voy a sacar malas notas, ya no me motiva». Empecé a hacer pequeños proyectos, el tercero fue Glovo. La reacción de mis padres no fue buena.

-Ahora no cabrán en sí. Es rico antes de los 30.

-Tengo una parte de un pastel que valoran en más de mil millones de euros. Pero las valoraciones son humo hasta que no sales a bolsa. Los inversores decidieron hace tres años pagarme un sueldo y con eso voy más que sobrado.

-¿Un ‘millennial’ de manual?

-No tengo sueños que se puedan comprar con dinero. Yo invierto en aficiones, como las bicis.

-¿Cuántas ‘apps’ tiene en el móvil?

-No muchas. Unas 100. Y entre ellas no está Instagram. No me gusta nada el impacto que tiene en mis amigos y hermanos. Y sé que me haría bastante adicto y muy rápido.

-¿Tinder sí?

-No lo necesito. Estoy con mi novia, Elena [es anestesista], desde los 16 años.

-Suena todo muy de película.

-Glovo es un sueño hecho realidad.