Volví el otro día, al cabo de los meses que la humanidad ha estado encerrada, a pasar por la calle Cruz Conde/Foro Romano/Cruz Conde y sentí algo parecido a que la vida mengua a veces de forma cruel. A pesar de estar cerrado, el templo clásico de Studio Jiménez le daba a la calle esa singularidad de los espacios elegidos por la historia y me volví a acordar de Claudio Marcelo, Pompeyo, Tiberio, Julio César, Séneca o Lucano, de la Córdoba romana que empezaba por Santa Marta, bajaba al circo por la Cuesta de Pero Mato y cerraba la ciudad con la muralla de Ronda de los Tejares.

La tristeza se me amontonaba según iba anotando los locales comerciales cerrados y con el maldito cartel de “se alquila”. Caminaba por el centro de la ciudad y parecía como si lo hiciera por los suburbios, donde no tenían cabida tiendas como Shoespiel, Los Patios/Mi casa, Servando Moreno, tres escaparates sin nombre, una óptica y un centro social auditivo, locales vacíos por encima de Correos, Trucco, que anunciaba rebajas sin género, Juguetes Toys Factory sin juguetes, tres locales seguidos al lado de La casa de las carcasas, y la farmacia de enfrente, la esquina de la calleja del bar de la Sociedad de Plateros y los regalos y suplementos al lado de calzados Salvador.

La otra tarde, con los ojos del cielo algo cerrados para evitar el calor, fui a la otra civilización cordobesa, a los arrabales califales del siglo X, al Plan Parcial 07, donde se está levantando ese barrio que va de la Ronda Oeste al Polideportivo Teresa Alcántara. Entre el Open Arena y la Carretera del Aeropuerto, donde ahora se edifican pisos, han tenido trabajo los arqueólogos porque ahí han aparecido en este siglo las calles y viviendas por donde la ciudad árabe iba extendiéndose, para el Oeste, camino de Medina Azahara --según le gustaba señalar al senador Martínez Bjorkman--, hace mil años. Algunos entendidos dicen que esa planimetría encontrada entre Reina Sofía y el Open Arena podría haber sido un museo a ras de suelo de esta Córdoba que en tiempos árabes asombró al mundo. Una especie de Pompeya.

Pero la historia a veces es indómita y se muestra como caprichosa. Lo veo en las civilizaciones cordobesas romana y árabe. Y lo estamos viendo estos días en el padre del rey, en Juan Carlos I, y en Pujol. La historia parece que quiere reflexionar y pensar en alto sobre la Transición, cuando el rey echó para atrás el golpe de Estado del 23-F y con Jordi Pujol, que entonces era honorable, querían pactar todos los presidentes de

Gobierno, desde Felipe González hasta Aznar, que hasta hablaba catalán en la intimidad.

Porque el juez José de la Mata ha enviado al banquillo a toda la familia Pujol por organización criminal: al expresident de la Generalitat, su mujer, sus siete hijos y otras 18 personas, una familia que usaba el lenguaje religioso en clave para mover el dinero y operaban en Andorra bajo el alias de “Sagrada Familia”. “La familia Pujol Ferrusola ha aprovechado su posición privilegiada … en la vida catalana durante decenios para acumular un patrimonio desmedido, relacionado con actividades corruptas”.

Anguita, que, por supuesto, no era monárquico, respetaba al rey Juan Carlos como persona, me decía. No sé si llegó a enterarse de sus actuales devaneos como recogedor de dineros pero, evidentemente, condenaría su actitud. Nos invitó a algunos periodistas a sus 25 años como rey en el Palacio de Oriente, en un momento de la fiesta se acercó a los andaluces y yo le pregunté que por qué no iba a mi pueblo. Evidentemente me dijo que iría a Villaralto. Por lógica no soy monárquico aunque piense en el papel que está jugando la reina Letizia. Pero, como persona, pienso que si Juan Carlos I se ha llevado un mal dinero tiene que devolverlo. Aunque me invitara en el Palacio Real.

La historia romana está cerrando locales por Cruz Conde; la árabe está enseñando su proyección del siglo X por Poniente; Pujol ha pasado de honorable a corrupto y el rey Juan Carlos, de conquistador a amante de euros. Debe ser el calor del verano.