Lo he puesto entre admiraciones porque quiero ponerlo en este día, que es además el Día de la Mujer. Felicidades a todas, que sé que habéis estado conmigo, por lo menos los domingos, que sé de muy buena tinta, la tinta de nuestro periódico, que cada día lo ‘abríais’ por la última página. Si no todos los domingos, un domingo sí y un domingo no. Bueno, pues que todo lo que sube, baja; y hoy, en este día tan vuestro, aunque todos son días vuestros, las cosas como son, os tengo que dejar, y bien que lo siento. Y precisamente hoy, ya que «cordobesa y con ojeras, es perolera de veras».

A lo que voy. El domingo 20 de julio del 1997 escribí el primer El perol en la última página. Había nacido en uno de los hermosos e inolvidables patios de El Churrasco de la Judería, de Córdoba, de mi amigo Rafael Carrillo. Estaba entonces de director de Diario CÓRDOBA mi buen amigo Antonio Ramos Espejo. Allí la idea se puso en pie. Y hasta hoy. Ajusto cuentas y me salen casi veinticinco años, domingo a domingo, en los que solo falté algunos y no por mi culpa sino por mi mala cabeza, ya que me caí y me partí el cráneo en dos mitades. Tanto es así que, entre la vida y la muerte, me hicieron dos trepanaciones en las que aún me cabe el índice de la mano derecha. Aguantó mi silencio el director de entonces durante esos meses angustiosos. Muchas gracias. Muchas gracias. Hasta que volví a escribir esta página, que haciendo números, aunque soy un desastre en eso, me salen cerca de mil doscientos peroles, que es un récord, ciertamente, más que nada por su aguante, mis lectores, perdón, mis lectoras y lectores, como ahora se dice y no políticamente solo sino porque es una verdad como la Catedral cordobesa.

Vale. Bueno, pues que se acabó. Y bien que lo siento, créanme. Perdonad que os tutee, creedme, porque si me fuera sin decir nada y por la puerta de atrás..., ahora que me acababan de hacer embajador en el mundo mundial de la peña del Rabo de Toro, cosa que acepto aunque sea lo último que recoja de esa Córdoba que tanto me dio a lo largo de mi vida, que ha sido mucho, todo. Como Rafaelito, que la otra noche me entregó casi a escondidas para llevar en la solapa la insignia del sombrero plano, y la de la maceta florida. En fin, que aquí me tienen -«una lágrima cayó en la arena»-, despidiéndome, que si no lo hiciera con tristeza sería algo despreciable, porque, a pesar de mi dolor inmenso y fuerte, no me dolía este cuerpo mío cuando escribía mi perol los viernes por la mañana.

En fin, que adiós, a esta página en la que siempre me dejaron los directores que escribiera lo que quisiera. Como hoy aprovecho para decir que me alegró mucho que hayan hecho hijo predilecto de Andalucía a mi compadre Curro Romero, que aunque sea sevillano también es nuestro. Tanto es así que sé que muchos domingos, más bien ya los lunes, leía mi perol, nuestro perol, porque se lo llevaba en mano, y por la última página, mi comadre Carmen, que es medio cordobesa.

Total, que he recibido de esa tierra, de esa gente, ese mapa donde he tenido cuatro casas, en las que nunca dormí, y en las que me arruiné cuatro veces, porque siempre soñé con irme al final a Córdoba, cosa que no me he quitado de la cabeza, porque puedo dejar de hacer lo que sea, por mucho que me duela, pero mis sueños, mis sueños son, y con muy pocos los comparto.

El director, Rafael Romero, me ha dicho que tengo las puertas abiertas para escribir de Córdoba lo que me dé la gana, y que le gustaría darme un homenaje donde nació esta pagina, y, más aún, hacerme una entrevista larga, que podría hacerme, por ejemplo, Rosa Luque, a la que quiero tanto. Le he dicho que muchas gracias, pero hagamos cirugía y cuanto antes. Si me voy, me voy, y no por mí culpa, y perdonadme que lo escriba así. Porque El perol siempre ha sido escrito con mi propia sangre, y un día dije aquí aquello de «Veneno que tú me dieras...».

¡Me ha dado tantas cosas Córdoba¡ de todo tipo, incluso alguna tristeza como aquella de lo que no debí escribir y que molestó a mi compadre Manuel Benítez, con el que me gustaría desayunar un día en donde él quiera, y a escondidas incluso, si es necesario, ese pan con aceite que el otro día, me cuentan, mi amigo Fernando Sacromonte y su hombre de confianza estaban desayunando,

Eso sí, mi querido presidente de la Real Academia de Córdoba, que ahí estaré incluso esta primavera para leer ese discurso que aún no he pronunciado y que debo a esa tierra.

¡Cualquier cosa, académico de Córdoba¡ y tantas otras cosas más. Eso ya nadie me lo quita. Porque una cosa es bien cierta, aunque me vaya de aquí, yo nunca me iré de Córdoba.