El 7 de enero del 2015 el periodista y comentarista de temas culturales Philippe Lançon tomó una decisión que iba a cambiar su vida para siempre aunque él ignoraba que iba a ser así. Esa mañana fría, cogió su bicicleta. No sabía si iría primero a Libération o a Charlie Hebdo, sus dos lugares de trabajo. En plena marcha triunfó -sin saber muy bien por qué- la segunda opción y así se convirtió en un superviviente de la matanza de los hermanos Kuachi. El tiroteo convirtió la parte inferior de su boca en un amasijo y desde entonces hasta ahora ya no cuenta las operaciones, que quizá sean más de 20. Ese proceso de reconstrucción que le convirtió física y anímicamente en otro hombre es el que se cuenta en El colgajo (Anagrama / Angle) con un estilo íntimo y reflexivo. Hoy su fotografía aparece en la solapa del libro. Un rostro normal.

-¿Sintió que debía escribir este libro? ¿Qué le llevó a abordarlo?

--Antes de plantearme su escritura hice una serie de crónicas desde el hospital para Charlie Hebdo, simplemente para fortalecer y reafirmar mi capacidad como periodista. Estaba claro que si podía hacerlo me iba a levantar de la cama. Pero este proyecto es totalmente diferente y solo pude hacerlo dos años y medio después de los hechos, cuando yo ya no era la persona que fui, cuando me había reconstruido.

-Está escrito con un tono muy poco dramático, incluso con algún elemento cómico, como el de la visita de François Hollande, que más que por su salud parecía preocupado por la belleza de su cirujana.

--Es dramático y cómico a la vez porque la vida es así. A mí el detalle de la cirujana, a la que alabó no pocas veces, me dio una cierta alegría, porque no dejaba de ser un detalle muy vital, algo que hubiera podido decirle a una persona que no estuviera en mi estado. Algunos de mis amigos se indignaron con ese detalle.

-Este es un libro sobre la violencia y sus consecuencias pero solo tiene un capítulo sobre ella, con esa imagen que se repite a lo largo del texto en la que visualiza los sesos de su compañero Bernard Maris.

--Lo que buscaba era entregar al lector una forma que se acerque a la verdad y respecto al atentado intenté buscar una manera que se aproximara a los estados profundos en los que viví durante esos minutos. Nunca me pregunté si era demasiado violento o no. La imagen de Bernard es imprescindible porque es la que me acompañó los días siguientes. Si la evitaba significada que no estaba diciendo la verdad.

-En su libro hay miedo pero no odio. ¿No es eso sorprendente?

--No tengo respuesta para eso. No puedo inventar un odio que no tengo. Mi odio tendría que estar dirigido a dos piernas oscuras, que es lo único que vi. Solo vi sus rostros después, pero en los periódicos o en la televisión y ese es un mundo un poco abstracto que no tiene nada que ver con lo que viví.

-Tampoco reflexiona sobre terrorismo, que apenas tiene contexto político.

--El texto está concentrado en los nueve meses que siguieron al atentado y desde el punto de vista del hombre en reconstrucción que yo era. Aquel hombre tenía muy pocas preocupaciones políticas. Creo que hay gente muy buena que está haciendo perfectos análisis sobre el terrorismo vinculado al islam. Dicho esto, dudo mucho que los hermanos Kuachi hayan tenido que ver con el islam. Eran asesinos, nada más, con una cabeza vacía, que como se sabe puede llenarse de cualquier cosa.

-El año que viene se celebrará el proceso contra los inductores del atentado. Imagino que le citarán.

--Claro, soy testigo y tendré que ir.

-¿Será duro para usted?

--No, solo aburrido.