El oficio de espartero ha alcanzado en Córdoba un gran prestigio mas allá de nuestras fronteras. En la bajada a La Corredera y en la calle San Pablo han proliferado estos negocios, que se han ido manteniendo en el tipo, luchando con la tecnología que se iba imponía, hasta casi finales del pasado siglo. El plástico acabó con la porcelana y ahora parece que éste tiene los días contados.

Sin embargo los oficios artesanales siguen luchando contra la adversidad salvaguardando su propia identidad. Y eso está pasando con el esparto, que mientras que en otras labores artesanas solo quedan vestigios como signos de un tiempo que se fue, éste se resiste a perderse en el olvido. Y el turismo ha tenido mucho que ver en esta supervivencia.

Los maestros esparteros ponen el alma en sus trabajos, hasta el punto que han tomado suyo el lema de «renovar o morir». Y entre la cantidad de piezas que elaboran han incluido piezas como la cabeza de toro. Y un punto de venta de este original artículo se encuentra en la plaza de La Corredera donde quedan algunos establecimientos con años de tradición.

Bajo uno de los centenarios arcos, se encuentra un punto de venta de artesanía de madera, esparto, forja y lienzos de distintas firmas. Allí lleva toda su vida Manuela Palomo Pérez, una mujer extremadamente enjuta pero muy luchadora, de trato exquisito con el público, y que ha sabido, junto a su hermana Loli, campear el vaivén de los duros envites que ocasiona el cambio de los tiempos. El oficio le viene de su padre y su abuelo, ya que los dos eran maestros esparteros.

Para comenzar su negocio, su padre adquirió un camión de pastillas de jabón verde en Lucena, que entre toda la familia se encargaron de vender. Manuela, con diez años y una bandeja de pastillas de jabón gritaba aquello de «cuatro pastillas un duro». Hace unos doce años Manuela trasladó el negocio al lado contrario de la plaza y amplió su oferta. Le dedica a su trabajo más de doce horas al día.

Reconoce que «me gustaba la plaza mucho más antes, que estaba más agitanada con su gente snob, comercios más cutres y público muy diverso que acudía al mercado al aire libre». No le parece acertado haberla llenado de terrazas con sombrillas variopintas, que afean la zona y que nada tienen que ver con la maravilla que es esta plaza, única de Despeñaperros para abajo.

Es una amante de la pintura, pasión a la que se dedica cuando tiene el comercio cerrado. También le gusta disfrutar de un buen cante flamenco. Pero quizás donde se siente más realizada es en la ayuda que presta a quien la necesita. «El mundo está ayuno de gente que escuche a los demás y les tienda la mano», comenta. Ahora el esparto ha dejado de ser un artículo útil para pasar a ser artículos turísticos. «Los forasteros compran las cabezas como recuerdo de su paso por nuestra ciudad. Es decorativo colgar de la pared del rincón taurino o de una peña una cabeza de un toro de esparto», añade.

Comenta que su público es muy variado, ya que «aquí baja mucho turismo tanto nacional como extranjero y se queda sorprendido al ver la belleza de esta plaza». Como anécdota recuerda que un día estaba un día montando su exposición y vio a la famosa actriz Ava Gadner. «Estaba rodando una película y aprovechó un descanso en el rodaje para conocer la ciudad y esta plaza. Me saludó muy cariñosamente y prosiguió su paseo», rememora. Cuando bajen a La Corredera no dejen de visitar este negocio peculiar, que muestra sus existencias a la antigua usanza, o sea, expuestas en la calle. Manuela les regalará una sonrisa.